“Sabe…Mi
Padre me regaló el mismo libro que a usted el suyo”.
Donde crece la Palma
El Palmar es un Parque Nacional Argentino, sito en la hermana
provincia de Entre Ríos, a orillas del Río de los Pájaros, el bello río Uruguay.
Cerquita de Ubajay, la reserva acota miles de hectáreas
que nuestro Estado intenta preservar para el futuro con la idoneidad de hombres
y mujeres como nuestro anfitrión, Julio Baliño.
La virtualidad permite que seres desconocidos
compartan sus gustos; Julio y quien firma somos observadores aficionados al
cielo, acordamos actividades de difusión en los espacios en que él se desempeña
como Guardaparque para el pasado fin de semana y los próximos días 22 y 23 de
febrero.
Del futuro nada diré sino que esperamos a los amigos con
sus equipos, pues a observers como nosotros lo único que nos importa es meterle
ojo al cielo, de suerte que cuántas y superiores ópticas haya, mejor. Solo
contaré un par de anécdotas, cosas que en estos tres días vivimos todos de la
mano de los astros, diurnos y nocturnos, que asco a nada le hicimos, y aún les
apreciamos por medio de bellas instantáneas que otrora tomaran los amigos del
Hubble.
Viernes, 3 pm.
Llegar al Palmar es una broma desde la tierra Blues. Hasta
Rosario por autopista, a Victoria por el lindo paso de islas o estero y a
cruzar lomadas, luego, hasta dar con la catorce, autopista rápida como Urraca
que ha robado un brillito (en El Palmar, las urracas se te acercan como si
fueran tus hermanas y si algo dejaste suelto, olvídalo, ellas te lo roban antes
de que te quieras acordar). Cuando traspones la barrera de ingreso, el mundo es
otro. La tierra es color naranja, a lo sumo amarilla. Las piedras semipreciosas
son el suelo que la tectónica ha dispersado allí para que tus torpes gomas
rolen. Cualquiera de esas piedritas, pulidas y engarzadas, te sacan un Evita en
una plaza o exposición de artesanos, y tú sobre tu auto: run, run, run.
Al cabo de catorce kilómetros y un paisaje de locura,
carteles y postes te recuerdan que sí, aún eres parte de la sociedad; allí hay
gente, luces, mesas y baños, cosa que casi habías deseado que ya no exista, tal
la pureza feraz del camino.
Apenas llegamos con Mimoni dimos a la orilla del río con
una joven Nereida y con María. Soy el que viene por el Cielo, dije, y en un
tris me convidaron mates y ya Julio estaba con nosotros. La amabilidad de este
hombre y su entera familia -incluido el hermano de Los Hoyos- es simple y
perfecta. Nunca creí que -otra vez- un ser nos brindara tanto de sí, tanta
confianza a este proyecto que ingresa en su quinto año de difusión
ininterrumpida de la astronomía y las ciencias todas.
Al anochecer fuimos al bar. Estos lugares son especiales
y hay que contar con ciertas aptitudes que dejé olvidadas en un recodo de mi
infancia. Me refiero a viajar en carpa, comer en olla, disponer de un baño
compartido con una buena centena y pagar un sánguche lo que un bife de lomo en la
rivera rosarina. De todos modos, la magia era total para los que solo deseaban
compartir con otros y con la naturaleza. La gente iba y venía hacia los baños o
la proveeduría y recordé el castigo divino en Babel pues se escuchaba todo tipo
de lenguas; a cada momento llegaba un auto, una casilla rodante (ahora le dicen
motor home), o un grupo de pibas, tan jóvenes y hermosas como las pléyades, las
cuales, después de patear las tres leguas desde la ruta, con las bolsas de
dormir, la carpa y los enseres al hombro, llegaban sin mella, aún bulliciosas a
abonar su estada en el vergel.
En uno de los cines al aire libre corría un filme de
Hayao Miyazaki, Ponyo, sensible historia de ese artista supremo que los adultos,
en su ignorancia, creemos infantil.
En la cantina, una adolescente cantaba la Rata Lali mientras dos
muchachos le ponían sones con batukes y guitarra. Me senté a escuchar un buen
rato, hasta la hora de las pizas, que el arte solo florece allí donde la
busarda duerme. Me gustó mucho su música y las canciones elegidas, todas
nuestras, incluidos unos buenos tangazos.
Febo de
sábado por la mañana
El sábado amanecimos luminosos, con el astro pujando
nubes arriba y debajo de sí. La velada tuvo su cielo cubierto pero la mañana nos
daba así esperanza, con sus naranjas sobre el pueblo Oriental, allende el agua.
Mi trabajo no empezaba sino a las 21, pero a las nueve
y chirolas de la matina Luna ocultaría a Saturno, razón que nos obligó a armar
el apo, y a tirarle unas instantáneas. Por desgracia, la magnitud del planeta
no fue suficiente para que le viéramos, tanto en visual como en las placas. Nos
contentamos con observar la luna por una hora con la compañía de quienes
quisieran acercarse. Sabía yo que más temprano que tarde iba a estar
compartiendo ese apo maravilloso que vale tanto como un auto con todos los que
allí quisieran meterle ojo a sus pocas candelas.
Voy a aclarar unas pocas cosas por si me lee alguno de
los turistas que allí estuvo, y no tiene la suerte de contar con amigos de las
entidades astronómicas locales, los cueles le allanen el camino arduo del
saber.
Un apo es un telescopio refractor de la
más alta calidad óptica. Los aumentos de las imágenes se consiguen con la
combinación de ópticas, sean estas lentes o/y espejos. Cualquiera de estos métodos
del manejo de los rayos de luz que proceden del objeto estudiado suele traer
aparejados ciertos efectos indeseados como son colores desfasados (aberración
cromática). En las vistas de la
Luna (objeto próximo y luminoso) suelen percibirse bordes
azules o amarillentos en la imagen formada dentro del ocular del telescopio. Los
equipos apocromáticos eluden este cromatismo y los objetos más luminosos pueden
ser vistos sin tacha. El problema es que construir un refractor apo es mucho más
caro que un refractor acromático o simple.
Candelas
son aumentos, el apo tiene una longitud focal de solo 480mm por lo tanto nunca
nos dará más de 60x con un ocus de los mios, 120x con barlow, cosa que no pienso
hacer ni mamado con el licor de Yatay, elixir que allí mismo te venden por
media decena de dólares… de los del viernes (¡malaya con Shell y otros pícaros que existen para embromarnos el país!).
Las observaciones que hicimos de la Luna con el teles apo y con
el refractor de Julio -un bello newtoniano 150/750 sobre eq3- nos dejaron la
mañana servida para, fracasada la pesca del Saturno, pez esquivo si lo hay en
esa zona de río, meter el telescopio solar en la red que habíamos tendido a los
turistas, y pasar, en un verdadero salto ornamental, de la Luna al Sol como si papa
fuera, pisadita con zapallo, puré fácil al gusto que mi nieto devora sin dilaciones,
más rápido aún que las mentadas urracas macristas.
Armamos entonces a Tuboro (el excelente Coronado Solarmax
de 40mm) y de los cráteres pasamos todos, niños, jóvenes y adultos, a ver
manchas solares, filamentos y prominencias con los mares de basalto aún frescos
en las retinas.
Eran las 10 de la mañana y todos aquellos que
comparten un día Blues tienen que saber que esto es lo normal, y no
lo extraño.
Es cierto que creo en mi propuesta, y lo hago porque
siento a la astronomía algo elemental, íntimo y humano como pueden llegar a
serlo el amor y el odio, el desinterés y la enjundia, la solidaridad y el egoísmo,
que todos somos lo mismo, ora seres desamorados, ora locos lindos rodando bajo
las estrellas.
Moraleja y
prosapia
A las 20 proyectaron en el cine abierto –el sitio
donde haríamos la charla de astronomía- la mejor peli que jamás haya visto:
Kirikú. Este filme delicado, intenso y poético, narra las andanzas de un niño
superlativo, que sólo nace y sólo se arregla para salvar a su entera prosapia
del destino. Qué peli maravillosa, cuánto bebo agradecer a su autor. Todo en él
es mensaje sano, fuerte, recto, de cómo debe pensar, sentir y obrar un hombre
de bien. Quedé deleitado con las imágenes y con el contenido de la historia. Si
no has visto Kirikú, ve y cómprala, deja lo que sea que estés haciendo y consíguela,
no te arrepentirás.
De modo que muy tarde comenzamos con nuestra cháchara.
Quiso el cielo echar por tierra mi programa pues la pc
no pudo conectarse con el proyector, de modo que por enésima vez charlamos
sobre temas medianamente improvisados.
Conté la vieja y querida historia de la vida de las
estrellas cuando lo planificado era hablar sobre el cielo de verano. Julio hizo
una intensa introducción y pronto el público estaba a mi alrededor escuchando
con atención y –gracias, a todos por su infinito respeto- entusiasmo.
Luego, el domingo, supe que de oyente hubo un
estudiante de astronomía. Sentí vergüenza, no mucha que ya estoy curtido. (Si lees
esto, por favor comunicate conmigo, acá al lado está el mail o debajo podes
dejar mensaje, quisiera charlar contigo). Estuvo también gente de Colón y de
Concordia, entre ellos un amigo muy querido, Cacho, a quién conocí en mi
primera juntada astronómica cuando aún no sabía por qué brillaba una estrella. Supongo
que el Estudiante fue el que, ya bajo el cielo, me auxilió cuando dije Heidegger
en lugar de Heisenberg, aunque tamaño error pudo apuntarlo también uno de los demás,
cualquiera fuera su formación.
De la charla nos fuimos a un alejado para observar el
cielo con los telescopios. Las nubes fueron y vinieron a su antojo de modo que
ahora mirábamos pléyades y enseguida Rigel centauro, pero la charla no aflojó
ni un instante hasta las dos, casi, hora en que por fin nos fuimos a dormir
dejando el cielo en manos de ccúmulos negros como la arena basáltica que en las
riberas del Parque conocí.
Charlar bajo las estrellas es un placer que me llena
de gozo. Debe de ser algo similar a lo que siente el creyente que ingresa a un
templo; pues, mientras este escucha relatos alegóricos, nosotros nos inventamos conceptos; y, mientras aquél se postra bajo una cúpula de estuco, nosotros alzamos
los ojos hacia lo más pleno. Con todo, creyentes y agnósticos compartimos por
igual el amor por las estrellas, que si Dios las hizo, o si fueron sin más
(Twain), lo mismo da, nos basta su color y su brillo, su lejanía y misterio.
Muchas cosas me perdí esa noche: conocer al Intendente
del parque, quien estuvo a nuestro lado sin que lo advirtiese pues no le conocía;
atender como se debe a los niños, que nos atosigan sano con su conocimiento y su
curiosidad infinita; y comer los sánguches que por allí distribuyeron en la
oscuridad -luego supe, no me ofrecieron porque en ningún momento dejé de
hablar, recuerdo ahora a ese viejo sabio que caía en todos los pozos por mirar el cielo... (bueh, sin ser como él, por mirar el cielo no cayó ningún emparedado en mi hoyo).
Sin embargo, otros tantos premios tuve: un niño de 4
años, apenas terminada la charla, se acercó a hablarme; un joven de 30 escasos
me saludó con afecto y respeto; la presencia de Cacho; la amabilidad de todos;
y la última frase de Juan.
Juan es aficionado local, hombre que construye sus
propios equipos, uno de los cuales lució esa noche mostrando Júpiter. Juan,
alto, amplio, con barba y cigarros en su pasado, me dijo:
Sabés, Mi padre me regaló el mismo libro que a vos el tuyo, solo que a mí me lo dio en el año 70, me dijo, y yo
casi me quiebro porque esa simple y certera frase dijo mucho más de lo que las
pobres palabras traslucen. Juan había leído mis relatos y sabía qué libro era,
el que ambos heredamos. Tanto me impactó, que el lunes me desperté en la
certeza esquiva de que había soñado con mi padre, el Pelado Galarza, inocente causal
de esta aventura, llamada SagitarioBlues.
Sunday Morning
continuará
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