Qué es proyecto sagitario?

Cursos de Iniciación a la astronomía.

Didáctica astronómica. Talleres de Ciencia.

Charlas, cursos, campamentos, observaciones grupales.

lunes, 27 de enero de 2014

“Sabe…Mi Padre me regaló el mismo libro que a usted el suyo”.

“Sabe…Mi Padre me regaló el mismo libro que a usted el suyo”.
Astronomía en Parque Nacional El Palmar I.
(parte II aquí)


Donde crece la Palma
El Palmar es un Parque Nacional Argentino, sito en la hermana provincia de Entre Ríos, a orillas del Río de los Pájaros, el bello río Uruguay.
Cerquita de Ubajay, la reserva acota miles de hectáreas que nuestro Estado intenta preservar para el futuro con la idoneidad de hombres y mujeres como nuestro anfitrión, Julio Baliño.
La virtualidad permite que seres desconocidos compartan sus gustos; Julio y quien firma somos observadores aficionados al cielo, acordamos actividades de difusión en los espacios en que él se desempeña como Guardaparque para el pasado fin de semana y los próximos días 22 y 23 de febrero.
Del futuro nada diré sino que esperamos a los amigos con sus equipos, pues a observers como nosotros lo único que nos importa es meterle ojo al cielo, de suerte que cuántas y superiores ópticas haya, mejor. Solo contaré un par de anécdotas, cosas que en estos tres días vivimos todos de la mano de los astros, diurnos y nocturnos, que asco a nada le hicimos, y aún les apreciamos por medio de bellas instantáneas que otrora tomaran los amigos del Hubble.


Viernes, 3 pm.
Llegar al Palmar es una broma desde la tierra Blues. Hasta Rosario por autopista, a Victoria por el lindo paso de islas o estero y a cruzar lomadas, luego, hasta dar con la catorce, autopista rápida como Urraca que ha robado un brillito (en El Palmar, las urracas se te acercan como si fueran tus hermanas y si algo dejaste suelto, olvídalo, ellas te lo roban antes de que te quieras acordar). Cuando traspones la barrera de ingreso, el mundo es otro. La tierra es color naranja, a lo sumo amarilla. Las piedras semipreciosas son el suelo que la tectónica ha dispersado allí para que tus torpes gomas rolen. Cualquiera de esas piedritas, pulidas y engarzadas, te sacan un Evita en una plaza o exposición de artesanos, y tú sobre tu auto: run, run, run.



Al cabo de catorce kilómetros y un paisaje de locura, carteles y postes te recuerdan que sí, aún eres parte de la sociedad; allí hay gente, luces, mesas y baños, cosa que casi habías deseado que ya no exista, tal la pureza feraz del camino.
Apenas llegamos con Mimoni dimos a la orilla del río con una joven Nereida y con María. Soy el que viene por el Cielo, dije, y en un tris me convidaron mates y ya Julio estaba con nosotros. La amabilidad de este hombre y su entera familia -incluido el hermano de Los Hoyos- es simple y perfecta. Nunca creí que -otra vez- un ser nos brindara tanto de sí, tanta confianza a este proyecto que ingresa en su quinto año de difusión ininterrumpida de la astronomía y las ciencias todas.
Al anochecer fuimos al bar. Estos lugares son especiales y hay que contar con ciertas aptitudes que dejé olvidadas en un recodo de mi infancia. Me refiero a viajar en carpa, comer en olla, disponer de un baño compartido con una buena centena y pagar un sánguche lo que un bife de lomo en la rivera rosarina. De todos modos, la magia era total para los que solo deseaban compartir con otros y con la naturaleza. La gente iba y venía hacia los baños o la proveeduría y recordé el castigo divino en Babel pues se escuchaba todo tipo de lenguas; a cada momento llegaba un auto, una casilla rodante (ahora le dicen motor home), o un grupo de pibas, tan jóvenes y hermosas como las pléyades, las cuales, después de patear las tres leguas desde la ruta, con las bolsas de dormir, la carpa y los enseres al hombro, llegaban sin mella, aún bulliciosas a abonar su estada en el vergel.
En uno de los cines al aire libre corría un filme de Hayao Miyazaki, Ponyo, sensible historia de ese artista supremo que los adultos, en su ignorancia, creemos infantil.
En la cantina, una adolescente cantaba la Rata Lali mientras dos muchachos le ponían sones con batukes y guitarra. Me senté a escuchar un buen rato, hasta la hora de las pizas, que el arte solo florece allí donde la busarda duerme. Me gustó mucho su música y las canciones elegidas, todas nuestras, incluidos unos buenos tangazos.


Febo de sábado por la mañana
El sábado amanecimos luminosos, con el astro pujando nubes arriba y debajo de sí. La velada tuvo su cielo cubierto pero la mañana nos daba así esperanza, con sus naranjas sobre el pueblo Oriental, allende el agua.



Mi trabajo no empezaba sino a las 21, pero a las nueve y chirolas de la matina Luna ocultaría a Saturno, razón que nos obligó a armar el apo, y a tirarle unas instantáneas. Por desgracia, la magnitud del planeta no fue suficiente para que le viéramos, tanto en visual como en las placas. Nos contentamos con observar la luna por una hora con la compañía de quienes quisieran acercarse. Sabía yo que más temprano que tarde iba a estar compartiendo ese apo maravilloso que vale tanto como un auto con todos los que allí quisieran meterle ojo a sus pocas candelas.



Voy a aclarar unas pocas cosas por si me lee alguno de los turistas que allí estuvo, y no tiene la suerte de contar con amigos de las entidades astronómicas locales, los cueles le allanen el camino arduo del saber.
Un apo es un telescopio refractor de la más alta calidad óptica. Los aumentos de las imágenes se consiguen con la combinación de ópticas, sean estas lentes o/y espejos. Cualquiera de estos métodos del manejo de los rayos de luz que proceden del objeto estudiado suele traer aparejados ciertos efectos indeseados como son colores desfasados (aberración cromática). En las vistas de la Luna (objeto próximo y luminoso) suelen percibirse bordes azules o amarillentos en la imagen formada dentro del ocular del telescopio. Los equipos apocromáticos eluden este cromatismo y los objetos más luminosos pueden ser vistos sin tacha. El problema es que construir un refractor apo es mucho más caro que un refractor acromático o simple.
Candelas son aumentos, el apo tiene una longitud focal de solo 480mm por lo tanto nunca nos dará más de 60x con un ocus de los mios, 120x con barlow, cosa que no pienso hacer ni mamado con el licor de Yatay, elixir que allí mismo te venden por media decena de dólares… de los del viernes (¡malaya con Shell y otros pícaros que existen para embromarnos el país!).
Las observaciones que hicimos de la Luna con el teles apo y con el refractor de Julio -un bello newtoniano 150/750 sobre eq3- nos dejaron la mañana servida para, fracasada la pesca del Saturno, pez esquivo si lo hay en esa zona de río, meter el telescopio solar en la red que habíamos tendido a los turistas, y pasar, en un verdadero salto ornamental, de la Luna al Sol como si papa fuera, pisadita con zapallo, puré fácil al gusto que mi nieto devora sin dilaciones, más rápido aún que las mentadas urracas macristas.
Armamos entonces a Tuboro (el excelente Coronado Solarmax de 40mm) y de los cráteres pasamos todos, niños, jóvenes y adultos, a ver manchas solares, filamentos y prominencias con los mares de basalto aún frescos en las retinas.
Eran las 10 de la mañana y todos aquellos que comparten un día Blues tienen que saber que esto es lo normal, y no lo extraño.
Es cierto que creo en mi propuesta, y lo hago porque siento a la astronomía algo elemental, íntimo y humano como pueden llegar a serlo el amor y el odio, el desinterés y la enjundia, la solidaridad y el egoísmo, que todos somos lo mismo, ora seres desamorados, ora locos lindos rodando bajo las estrellas.

Moraleja y prosapia
A las 20 proyectaron en el cine abierto –el sitio donde haríamos la charla de astronomía- la mejor peli que jamás haya visto: Kirikú. Este filme delicado, intenso y poético, narra las andanzas de un niño superlativo, que sólo nace y sólo se arregla para salvar a su entera prosapia del destino. Qué peli maravillosa, cuánto bebo agradecer a su autor. Todo en él es mensaje sano, fuerte, recto, de cómo debe pensar, sentir y obrar un hombre de bien. Quedé deleitado con las imágenes y con el contenido de la historia. Si no has visto Kirikú, ve y cómprala, deja lo que sea que estés haciendo y consíguela, no te arrepentirás.
De modo que muy tarde comenzamos con nuestra cháchara.
Quiso el cielo echar por tierra mi programa pues la pc no pudo conectarse con el proyector, de modo que por enésima vez charlamos sobre temas medianamente improvisados.
Conté la vieja y querida historia de la vida de las estrellas cuando lo planificado era hablar sobre el cielo de verano. Julio hizo una intensa introducción y pronto el público estaba a mi alrededor escuchando con atención y –gracias, a todos por su infinito respeto- entusiasmo.

Luego, el domingo, supe que de oyente hubo un estudiante de astronomía. Sentí vergüenza, no mucha que ya estoy curtido. (Si lees esto, por favor comunicate conmigo, acá al lado está el mail o debajo podes dejar mensaje, quisiera charlar contigo). Estuvo también gente de Colón y de Concordia, entre ellos un amigo muy querido, Cacho, a quién conocí en mi primera juntada astronómica cuando aún no sabía por qué brillaba una estrella. Supongo que el Estudiante fue el que, ya bajo el cielo, me auxilió cuando dije Heidegger en lugar de Heisenberg, aunque tamaño error pudo apuntarlo también uno de los demás, cualquiera fuera su formación.





De la charla nos fuimos a un alejado para observar el cielo con los telescopios. Las nubes fueron y vinieron a su antojo de modo que ahora mirábamos pléyades y enseguida Rigel centauro, pero la charla no aflojó ni un instante hasta las dos, casi, hora en que por fin nos fuimos a dormir dejando el cielo en manos de ccúmulos negros como la arena basáltica que en las riberas del Parque conocí.

Charlar bajo las estrellas es un placer que me llena de gozo. Debe de ser algo similar a lo que siente el creyente que ingresa a un templo; pues, mientras este escucha relatos alegóricos, nosotros nos inventamos conceptos; y, mientras aquél se postra bajo una cúpula de estuco, nosotros alzamos los ojos hacia lo más pleno. Con todo, creyentes y agnósticos compartimos por igual el amor por las estrellas, que si Dios las hizo, o si fueron sin más (Twain), lo mismo da, nos basta su color y su brillo, su lejanía y misterio.


Muchas cosas me perdí esa noche: conocer al Intendente del parque, quien estuvo a nuestro lado sin que lo advirtiese pues no le conocía; atender como se debe a los niños, que nos atosigan sano con su conocimiento y su curiosidad infinita; y comer los sánguches que por allí distribuyeron en la oscuridad -luego supe, no me ofrecieron porque en ningún momento dejé de hablar, recuerdo ahora a ese viejo sabio que caía en todos los pozos por mirar el cielo... (bueh, sin ser como él, por mirar el cielo no cayó ningún emparedado en mi hoyo).

Sin embargo, otros tantos premios tuve: un niño de 4 años, apenas terminada la charla, se acercó a hablarme; un joven de 30 escasos me saludó con afecto y respeto; la presencia de Cacho; la amabilidad de todos; y la última frase de Juan.
Juan es aficionado local, hombre que construye sus propios equipos, uno de los cuales lució esa noche mostrando Júpiter. Juan, alto, amplio, con barba y cigarros en su pasado, me dijo:
Sabés, Mi padre me regaló el mismo libro que a vos el tuyo, solo que a mí me lo dio en el año 70, me dijo, y yo casi me quiebro porque esa simple y certera frase dijo mucho más de lo que las pobres palabras traslucen. Juan había leído mis relatos y sabía qué libro era, el que ambos heredamos. Tanto me impactó, que el lunes me desperté en la certeza esquiva de que había soñado con mi padre, el Pelado Galarza, inocente causal de esta aventura, llamada SagitarioBlues.



Sunday Morning

continuará

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