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sábado, 23 de julio de 2016

Los fuegos de la noche: Capítulo 1.

Los fuegos de la noche: Capítulo 1.

Imágenes de Sergio Eguivar,
Sergio me ha prestado su talento en imágenes, el texto es propio, no le culpen por mis errores.


Cuando uno se tiende en la noche bajo las estrellas el débil parpadeo de los astros inflama el alma de pasión por el misterio que trasuntan. Saber qué es eso que allá brilla; qué eso que, intimo, profundo -en el más antiguo de los sentidos, es decir, lejano-, nos dio vida. En esos momentos las miserias del mundo quedan atrás y la mente se deja llevar, se alza en pos de una belleza que las palabras no pueden ni deben asir, porque la limitarían. Asimismo, cuando uno se sienta en la noche frente a un fuego, el crepitar de las llamas, el denso chisporroteo que se desprende de una braza al caer nos sume en una introspección similar a la anterior. Sólo que ahora parece que nos miráramos ante un espejo curioso, hecho de formas cambiantes, sinuosidad de lenguas rojas, naranjas y blancas que nos dice: Nada es para siempre, solo el cambio, el baile de las apariencias, la trasmutación de eso que llamamos materia en energía y viceversa es lo que subyace, y eso es todo, amigo, amiga. Por eso: mira las estrellas, mira las fogatas, mira los fuegos de la noche, nada hay más allá.

Hace años leí sobre una cosmogonía para la cual las estrellas son orificios en una piel que cada noche cubre el fulgor del día. La idea es sugerente y, en parte, cierta: El brillo puntual de cada estrella, común a todas. Veremos más adelante pruebas acerca de que existen estrellas de diversa naturaleza, y esto solo da por tierra con el anterior planteo, por supuesto, por obviar las muchas objeciones posibles. Sin embargo, lo que es común a todas es el motivo por el cual brillan. De modo qué, si bien hoy no creemos en una piel que cubra el día, a través de la cual se vea el fulgor ubicuo del sol, sí aceptamos que cada estrella brilla por un mismo motivo: una misma razón física las enciende y las mantiene activas. Esta es la similitud que veo entre nuestro saber y el de aquellos lejanos hombres que explicaron sus inmensas noches sin auxilio de la ciencia.

Por otra parte, ¿Durante cuántos años los seres humanos creímos en que las estrellas fueran un fuego nocturno y lejano? Si lleváramos la historia de la especie a una escala de tiempos que, desde las sabanas del África -nacidas por la fractura del Valle del Rift- hasta el colisionador de hadrones de Ginebra, bien podría responder: Siempre. Hace muy poco tiempo que hombres y mujeres intentan explicar el mundo por medio del actual pensamiento científico. Es más, muchos de nosotros aceptamos esas respuestas basadas en números, repeticiones, estadísticas, aunque en realidad no poseemos los rudimentos de tal pensamiento científico. En las escuelas, incluso, podría decir que apenas existe el método y por ello más de un intelectual ha advertido sobre el peligro que acecha a la sociedad global: Un mundo dominado por la ciencia, formado por ciudadanos que desconocen la ciencia.


Cuando muestro el Sol a las gentes por medio del telescopio, me dicen: El sol es de fuego.

El fuego está formado por partículas incandescentes que emiten luz y calor.

El humo está constituido por esas mismas partículas solo que estas han perdido temperatura y ya no radian.

Las llamas ascienden porque las partículas incandescentes son alzadas por moléculas de aire caliente en convección.

Convección es uno de los fenómenos físicos por medio del cual la energía térmica puede ser transmitida. Cuando hierve agua dentro de una olla vemos burbujas de agua formarse en la base y alzar a la superficie. Estas burbujas, formadas por agua a mayor temperatura que el resto, ascienden hasta que en contacto con el aire entregan su calor y se enfrían. Al enfriarse descienden y el fenómeno recomienza. El material que se calienta pierde densidad y asciende empujado por el más denso (frío) que tiende a descender por gravedad. Estos gases, líquidos o magmas, capaces de producir convección, forman columnas independientes de ascenso y descenso. Por convección se calienta el agua dentro de una pava para el mate; se templa el ambiente de una habitación; se quiebran las placas tectónicas y, por convección, una estrella como el Sol trasmite temperatura (energía) desde su región central hasta la región desde la cual el astro emite luz, esta es: la fotosfera.

Pero el sol, lamento siempre decir, no es de fuego.

El sol está formado por hidrogeno (H) y helio (He) en estado de plasma.




El hidrógeno y el helio son los dos elementos más livianos de la tabla periódica. Los elementos son los ladrillos que forman la materia. Tales son: el oxígeno que respiramos, el hidrógeno del agua, el hierro en la sangre, el carbono que asa nuestros asados. Los que hicimos la secundaria sufrimos la tabla periódica de Mendeléiev. Dicha tabla -en realidad apasionante cuando la abordamos motivados por la astronomía, entre otras ciencias- comienza con una H que simboliza el hidrógeno, el primer elemento, el más liviano, el menos masivo, el más abundante en el Cosmos conocido. Las estrellas están formadas por hidrógeno. Las nubes de gas que ornamentan los brazos de las galaxias están formadas por moléculas de hidrógeno (H2). Los modelos físicos actuales proponen que dicho H fue creado poco después del Big Bang, cuando el Universo se enfrió lo suficiente como para permitir ligazones sub atómicas (tal inicio, si existió, fue un fenómeno en absoluto energético, sin condición suficiente para estructuras atómicas estables). Quince mil millones de años después, ese hidrógeno primigenio, condensado en esferas incandescentes, es el que sigue iluminando nuestras noches.

Estado de plasma es un nivel energético de la materia. Los estados definen la cantidad de energía que poseen las moléculas y átomos que constituyen substancias y o elementos. Los estados sólido, líquido y gaseoso tradicionales, son estados sucesivos de creciente energía. El plasma es el cuarto estado de la materia. Por supuesto, hay otros estados, de menor energía que el sólido y de mayor energía que el plasma. Sin embargo para describir lo que vemos a simple vista o con telescopio nos alcanza con estos cuatro: sólido, líquido, gaseoso y plasma. En el estado sólido las moléculas forman estructuras estables y los cuerpos adoptan formas propias; en el estado líquido los fluidos adoptan la forma del recipiente que los contiene y su superficie tiende hacia el centro gravitatorio del astro que los sustenta, por ello decimos que dichas superficies se mantienen horizontales; en el estado gaseoso los elementos tienden a ocupar todo el espacio posible; en el estado plasmático, la energía aportada al elemento logra disociar los constituyentes atómicos.

La materia está formada por moléculas. Una molécula es una estructura formada por átomos. Los átomos son la base del mundo físico -para nuestro nivel de entendimiento. El H es un átomo si lo analizamos en particular, pero puede formar moléculas si puede unirse a otros átomos. Dadas las condiciones de temperatura o presión necesarias, dos átomos H se unen entre sí; es entonces cuando a esta nueva disposición le llamamos hidrógeno molecular o H2. Las nubes de las que hablé antes, sembradas en los brazos galácticos, que pronto aprenderemos a observar, están formadas en su mayoría por hidrógeno molecular.

La forma espacial o física del hidrógeno suele ser representada por una piedrita central, orbitada por otra piedrita miles de veces más liviana. Sobre las cuitas existenciales de estos guijarros es que descansa el mundo. Aunque resulte increíble, esto fue propuesto por pensadores griegos hace 2500 años. Cuando digo piedras, hablo de las partículas protón y electrón (y otra llamada neutrón, que ya hará su entrada).

Un átomo de H es una estructura signada por campos de fuerzas que ligan a un protón con un electrón. Debido a ciertas pistas observables (las pistas son observables a simple vista; los átomos, no), los protones son imaginados como portadores u orígenes de carga positiva (+) y los electrones como portadores de una carga similar pero opuesta, es decir, negativa (-). Un átomo formado por un protón + y un electrón – (llamado H o protio) es un átomo en equilibrio de cargas (=).

Un átomo en equilibrio de carga es un átomo estable para lo que nosotros, ínfimos seres vivos, consideramos útil. Sin átomos estables, la vida que conocemos es imposible… porque nuestras células están formadas por átomos estables. Por supuesto, para las estrellas es justo al revés, ellas no existirían sin átomos inestables, sin átomos desequilibrados, sin plasma.

El Universo, por parafrasear a un genio, odia los desequilibrios. De modo que, cuando un átomo pierde su equilibrio de cargas tiende de inmediato a restituirlo. Esta obsesión de la naturaleza por no perder su equilibrio fundamental rige el funcionamiento de las estrellas, y acaso del Cosmos.
Para que un electrón escape de su lazo con el protón, el elemento debe absorber energía; como complemento, cuando el electrón regresa a casa, como sucede en la fábula del hijo pródigo, papá Adán inmolará unos cuántos carneros y tal holocausto será percibido por los observadores por la radiación emitida (es decir: debe perder energía).

Las energías necesarias para arrancar electrones a un determinado átomo (absorbidas) siempre serán equivalentes a las energías radiadas (emitidas) por esos mismos átomos en el momento en que recombinen nuevos electrones. Podemos verificar que esta paridad energética en procesos inversos es una constante para cada átomo y por cada impulso que afecte a los electrones.

Mirar plasmas.

Cuando miramos a nuestro alrededor, vemos la luz dispersada del sol. Esa luz ha sido emitida por plasmas solares unos ocho minutos atrás.

Cuando miramos la noche estrellada vemos la luz emitida por plasmas que forman las estrellas. Esa luz ha sido emitida años atrás. En algunos casos, centenares de años atrás; en otros, miles de años antes de que pisáramos la tierra. Si miramos una cierta y débil manchita llamada Andrómeda, estaremos viendo una luz generada por plasmas que brillaron dos millones de años atrás.

Qué maravilla. Mirar, es viajar en el tiempo.


Continua.

lunes, 18 de julio de 2016

Astroajedrez en parque Amerindia, Bigand

Observaciones solares en la fiesta por vacaciones en Parque Amerindia, Bigand.

La segunda foto permite ver a unos niños qué, ante la propuesta de dibujar el sol recién observado, tomaron una rama y la curvaron para plasmar el perímetro. Una genialidad propia de niños, imposible de prever. Los niños siempre nos enseñan; rara vez somos nosotros los que podemos transmitirles algo de valor, como no sea nuestro amor, nuestro cuidado, nuestro respeto.