Qué es proyecto sagitario?

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lunes, 27 de noviembre de 2017

Runciman, una escuela llena de estrellas.

Runciman, una escuela donde brilla más de una Estela.


Es probable que nunca deje de sorprenderme la vida. 

Hace ocho años que trashumo estrellas por los campos de la infinita Pampa Argentina. Sin embargo, cada nuevo viaje me toca el alma, me honra, me sorprende con la amistad de gentes que hasta entonces casi no conocí, y que desde ese momento son fuegos en mi corazón.

Runciman es una escuela en el sur de Santa fe.
Runciman es Andrea y sus colegas docentes.
Runciman es Estela y sus compañeritos de clases, y su infinito deslumbre por el cielo.

Llegué al colegio San Martín de Runciman  a las 18,30 horas, después de haberme perdido al ingresar por error a una estancia próxima. No había señal para el celu y no soy de los que usan GPS... en el auto. Me pasé la entrada del colegio y di de lleno con un camino amplio como mi querido Bigand, que corría hacia el oeste bajo la sombra de unos eucaliptos altos como la Cruz del sur en invierno; más abajo, sin embargo, la tierra suelta del sendero demoraba las ruedas de la Scenic. 

En pocos minutos llegué a la administración del campo... pero tapera, nadie allí y nadie allá. Un auto salió a los piques detrás de una curva de plantas y se fue hacia la ruta. Lo seguí pero no lo alcancé, pues el conductor conocía el camino y yo iba con cautela. 
En la ruta oteé al sur y miré al norte; el sol a cuatro o cinco palmos del horizonte; retomé hacia dónde había venido y a media legua di con un camino y un cartel de escolares. Me lo había salteado por angurriento. Allí estaba mi destino. Doblé al oeste y seguí una senda mejorada, giré entre unos árboles y vi la escuela. Una decena de autos afuera del espacio del patio frontal (Runciman es casi todo patio, un verdadero paraíso). Entre ellos, el auto que había partido presuroso de la estancia anterior.




Me recibió una mujer de rojo, hermosa como la misma Betelhause, que sonreía franca: Andrea. 

Pedí disculpas por el retraso, o en mi necedad solo dije que me había perdido. El lugar estaba lleno de niños y niñas, y padres y madres. Todas gentes de trabajo, empleados de las estancias de la zona, miembros de la cooperadora del colegio, docentes locales y de pueblos hermanos en ese sur poco conocido por mí. También estaba la Supervisora de la Región, y le agradezco tanto que estuviera, pues uno siente así, con su presencia, la valoración.

Me recibieron con entusiasmo y alegría, esta, la verdadera gente del campo, la que de verdad hace el campo, la que ordeña, siembra, cosecha, la que lucha contra el frío y el calor, que cría a sus proles a metros de sus botas y alpargatas, de sus perros y caballos, de sus sueños y esperanzas.

Pasamos todos a una sala de usos múltiples, impecable y decorada con un sistema solar colgado del techo. Muchas sillas y una pantalla. El sitio para mis charlas y locuras de felicidad.



Dar una charla para adultos, adolescentes y niños es casi imposible sin que alguno se aburra un poco, los lenguajes son distintos, si entusiasmás al adulto lo paga el chico, y viceversa. Sin embargo creo que todo fue más o menos parejo, aunque siempre el que más disfrute sea yo, perdonen mi pecado.

Hablamos del sol, de su energía radiante, de su tozudez en darnos su calor; hablamos de sus manchas y campos magnéticos, del modo que que los cuerpos del cielo absorben, reflejan o emiten su luz. 

Hablamos breve de los lindos planetas, de sus lunas principales, y aún metí bocado sobre las preciosas galaxias y los misteriosos agujeros negros que surcen sus tules y volados.


Luego fuimos al patio trasero de la escuela, entre un fósil viviente (una araucaria) y unos fresnos armé dos equipos, el precioso Luz del Cielo, el Schmidt Cassegrain de 200mm de cacerola, con GPS (pues acá sí lo uso) y su GoTo, y pronto armé el guapo Lumbricita, un refractor de 70mm de boca y focal de 700mm, que llevo siempre que quiero que chicos o grandes lo manejen a su antojo. Los telescopios buenos no son muy caros pero conviene manejarlos con cierta experiencia; Lumbricita fue comprado para que si se estropea no me importe, vale menos que un estupidizante celular y podría reponerlo cualquier día sin soltar una lágrima.


En el perfecto Luz del Cielo, el teles azul, comenzamos por mirar la Luna, que brillaba ufana sobre un ser cuyo ADN se remonta a la época en que la Tierra era pisada por lagartos de veinte metros, y el cráter Tycho, en aquella, aún no existía. La observación de Luna siempre regocija, y más en un equipo como este, que posee una resolución increíble. 




Entre los presentes destacó un hombre en la charla, que preguntó con ganas y sumó sus conjeturas e ideas sobre el cosmos. Cuando la gente aporta sus pensares es cuando más disfruto esto que de algún modo pueda ser llamado trabajo: para mi es solo placer, regocijo, comunión. Este buen señor fue señalado por todos cuando pedí que buscaran limaduras de hierro, y quise saber por qué, si acaso él tenía una herrería o taller. No, era tambero, entonces... dije, pasa que es muy curioso, fue la respuesta del grupo. Sin curiosidad no hay ciencia. La ciencia nace de la curiosidad, de la curiosidad y de la inconformidad cuando la respuesta viene dada. La curiosidad debe ser saciada por cada uno, sólo así se hace ciencia, o se encamina uno a ella. Por eso en muchos colegios aún se niega la ciencia, porque se dan las respuestas. Los chicos solo deben ser motivados, contrastados con su anhelo y su saber, y ellos deben construir su sapiencia en forma autónoma. Ya lo lograremos.

La persona que más preguntó fue Estela, una niña de ocho años que asiste a cuarto grado. Sus preguntas fueron todas flechas que daban en el blanco, que mostraron su inteligencia. Entre ellas: ¿por qué las estrellas brillan unas más que otras? Esta cuestión es magnífica y permite que el alumno comience a valorar un número de aspectos, pero lo mayor es: ella se lo pregunta, ella mira el cielo y encuentra incógnitas. Juego al astrólogo... será científica. Por dejarle algo urgente le regalé un libro del observatorio Gemini, y unos mapas del sur celeste que estuvo analizando y comparando toda la noche. En un momento una seño me dice, mira, y veo a Estela apartada, en la semi oscuridad, con los brazos a lo alto, con las cartas y los ojos sobre Achernar, Canopus, y otras lindas estrellas.



Observamos luego el Tucán y la Tarántula, objetos del sur que despiertan nuestra admiración de desconcierto, pues ¿cómo podemos imaginar las distancias desde las cuales iluminan, en especial NGC 2070, la araña de la nube de Magallanes, sita a 190 mil años luz de ese campo, o cómo asimilar que un millón de estrellas orbiten sobre sí mismas como un enjambre enloquecido?



Gracias al cielo nadie tenía apuros por irse, y dio el giro de la Tierra -es decir, la hora- con el gigante Orión que ya trepaba por el este. Seteé el programa de Luz del cielo y allá fue el tubo solo a posarse como una mariposa sobre esa nube de gas y de estrellas que nos irradia desde sus mil añitos luz. Uff, siempre Orión. Se lleva los laureles. Qué nebulosa, la M42. Destacamos el trapecio y las tres lindas estrellitas que los nóveles confunden con las tres marías.



Partí de Runciman después de las veintitres. me despidió Andrea Betelhause y salí a la ruta, con Sirio marcándome el rumbo. Llegué a casa a la una, pues volví despacio los ciento y pico de kilómetros nocturnos.
Pocas veces fui tan feliz a raíz de estas actividades. 
Me traje regalos, imágenes, frases. 
Uno vive sin ver, y solo los destellos nos despiertan de vez en vez.
Cuando me regalaron un presente, leí: "Para enseñar a un niño se necesita más corazón que ciencia". Qué buena frase, dije, y Andrea, la escribimos para vos, Cómo , dije, si no me conocían, Sí, me dijo, te fuimos a ver a Isabel, a dos charlas que diste, mi hija es fana tuya...

Muchísimas gracias por tanto cariño.

Sergio











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