Me acosté con Zeus
pero amanecí en brazos de Afrodita
Anoche observé por unos minutos a Júpiter, el gigante del
sistema.
Armé el Lamborghini, el LX90 de 8 pulgares a f10, es
decir, 2000mm. Le zampé el ocular HD 6000 de 60º y 18mm por lo que observé con
él a 111x. Para centrar el buscador
enfoque Rigel, que por allí andaba, y me fui prontito a la 42. Semejante
nebulosa no cabe en los 32´ de fov que da ese ocular, de modo que sus alas o
probóscides sufrieron un pequeño recorte; el trapecio destacó con 4 luces y lo
demás fue un sueño. Probé un ocus Vixen de 20mm que por allí tengo, bonito y
punto, y la visión perdió detalles, ganó campo y algo de oscuridad aunque
fueran 2mm más de focal y 10º menos de campo aparente.
Del planeta puede ver sus tormentas, las bandas horizontales
de color café que cortan al globo en el plano de su ecuador, esto es, en el
plano perpendicular a su eje de giro. Las Bandas, nacidas de la rotación
diferencial del astro, se ordenan en el plano sobre el que giran sus satélites,
por supuesto, porque las causas son las mismas.
Apenas enfoqué el planeta vi a Io, el volcánico Io, a
punto de zambullirse detrás del Dios -Io se encuentra amasado por la gravedad
de su planeta; así como en la
Tierra se generan el movimiento de sus masas acuáticas a raíz
de la gravedad lunar, Io manifiesta mareas de sus capas geológicas, debido a la
muy intensa y próxima masa Jupiteriana. Este vaivén de capas las disuelve y, en
forma de lava, emergen por medio de erupciones volcánicas. No hay otro cuerpo
con tanto vulcanismo en el sistema solar.
Cuando advertí que se venía el fenómeno –dije que Io
se zambullía detrás de Júpiter, pero entonces no sabía si era ocultación o
tránsito- llamé a Moni a los gritos. Ella estaba a metros de mí, en la cocina,
mirando una peli muy buena pero muy dura que no toleré: Liebe (Amor), de Haneke (el filme es excelente, recomendable, solo que
esperaba una noche romántica y Haneke es la antítesis de ello. Ignoro por qué
sus filmes son tan violentos, tan crudos como La
Cinta Blanca –no
me le animo a Funny Games, que es
tremendo).
Vino Mimoni solo cuando la peli hubo terminado y metió
su ojo lleno de luz televisiva en el ocus. Igual disfrutó del panorama porque
dijo:
¡Qué lindo
que se ve!
Y muy amable me preguntó
¿Este es el
apo?
Sonreí y le rogué que alguna vez me hiciera esa
pregunta delante de amigos, en plena noche observacional o charla astronómica,
para que los entendidos sonrían, y los que no escuchen la simple respuesta que
zanja la cuestión:
No, mi amor -le dije, con indulgencia infinita-, Entre el apo y este hay 4 órdenes de volumen y tres en diferencia de masas. Agregué:
Este es el
LX, conocido por mis amigos como el Lamborghini de los telescopios. Es un Schmidt
Cassegraín.
Ahhhh -me dijo-, mirá
vos…
Olvidé su exabrupto e insistí en que observara el
puntito de luz que se acercaba raudo hacia el globo blanco por la derecha
nuestra; volvió a mirar y me dijo,
Ah, sí, ahí
está. ¿Qué pasa con él? preguntó,
como si le hubiera señalado una tachuela en el escaparate de la vidriera de una
zapatería, ahíta la vidriera y el escaparate de muy caros zapatos de mujer. Le
dije,
Sin duda ese
es Io y marcha hacia una ocultación o un tránsito, y caí en que debiera yo saber con precisión de que
se trataría, por lo que exprimí el cerebro mientras ella volvía a meter ojo.
Pronto aseguré,
Mirá, todos
los astros del sistema giran con el mismo sentido, van de acá para allá alrededor
del Sol –dije mientras movía mi mano
en arco, de este a oeste y tendiéndolo al sur-, por lo que si Io va de derecha a izquierda… marcha hacia un tránsito,
dije y cerré con orgullo mi análisis sin advertir que lo real no es tal lo que
vemos a través de un teles con prisma. En efecto, al invertir la perspectiva,
el satélite iba rumbo a una preciosa ocultación. Gracias al cielo, pronto comprendí
mi error y corrí a la cocina a avisarle a Mimoni, pero ella ya se había
acostado. Pensé,
¡Oh, Dios!
espero que no se haya dormido fiada de mi palabra.
Abrí con sigilo la puerta del dormitorio y, sí,
dormida estaba; es un oso en invierno esta mujer: solo faltaba que roncara.
La desperté con amabilidad y en sueños me dijo,
¿Queee?
Le dije,
Mi amor,
perdoná que te despierte después de un día tan largo, sé que te levantaste a
las cinco y que no paraste hasta recién pero, bueno, me equivoqué.
¿Te equivocaste
en qué?, me dijo, aún en brazos de Morfeo como suele decir la mala
literatura,
Me equivoqué
con Io, Io va hacia una ocultación y no a un tránsito, le dije, Me
equivoqué porque olvidé que el prisma del diagonal invierte derecha e izquierda,
mi amor, le dije y ella…
Bueno, no puedo escribir aquí lo que me contestó
entonces, mientras se hundía bajo las cobijas, porque sé que me leen niños de
vez en vez.
Volví cabizbajo y meditabundo a mi Lamborghini de los
telescopios armado afuera, en el patio frente a la cocina, y pensé en la peli
que acabábamos de ver, en ese Amor a prueba de todo que se
profesaban los personajes, de qué modo
increíble él tolera la lenta y continua degradación de
ella… Alguna similitud veo con nuestra
pareja, me dije, aunque tal vez los roles estuvieran invertidos.
Miré la ocultación completa; no saqué fotos porque
preparar la cámara hubiera significado que perdiera el evento. Me supe premiado
por la vida al ver desaparecer ese niño naranja detrás de su padre picaflor. De
hecho, dije niño por aludir a que un satélite está bajo la órbita del astro mayor,
pero sabido es que la cohorte de satélites de Júpiter memora a las bellas y
bellos que ese dios tan humano sedujo y amó durante los buenos años en que
vivió en la cabeza de los polémicos griegos.
Jove no dejó lo que se dice títere sin cabeza, que
desde su trono, siempre ardiente, pispiaba la Tierra , y mina que le gustaba mina que rendía, sea
por virtud así como por fuerza. Veamos:
A la insaciable Europa la sedujo transformado en Toro;
a Calisto, quien había hecho votos de castidad, la sedujo transformado en
mujer… aunque igual la embarazó, je, je;
a Io la sedujo, asimismo, en las aguas
de un lago y la pobre joven, antes de parir, sufrió martirio por un tábano que
le envió Hera, la celosa;
al bello Ganímedes –y por cerrar con las lunas
visibles- lo secuestró del campo y se lo llevó al mismo Olimpo, donde fueron felices,
aunque por allí leí que Platón acusa a los cretenses de dar vida a esta
historia tan solo para justificar su modo de vida libre. En fin, estos son los
cuatro satélites que veo desde casa, cuatro grávidos por el Dios Zeus, Jove,
Júpiter, que para la historia y las lenguas son el mismo.
En definitiva, oculta quedó la luna Io en un segundo, y
yo solo en la noche del patio.
Guardé el teles a la cocina y me acosté con un libro
inmejorable: El Big Bang, La génesis de
nuestra cosmología actual, del doctor Alejandro
Gangui, excelente texto, mejor que muchos, acaso que todos los que haya
leído a excepción de Cosmos, claro, del cual me parece que es deudor, y me
dormí.
Y soñé con mi padre.
Y desperté antes de las seis.
Melancólico por lo vivido en sueños, con el eco de esa
visita querida y extrañada, fui al baño –en la peli de la noche, Amor, de
Haneke, hay una escena en que la mujer se queja, profiere una letanía: Me duele, me duele, me duele…dice. El
amante esposo pregunta, ¿Dónde te duele,
mi amor? Y ella, Me duele, me duele,
me duele…Mi padre jamás se quejó durante su martirio de semanas, y con ello
me enseñó un modo de morir. Vaya, sí que lo hizo. Una vez le pregunté, Papá, ¿dónde te duele? Y él, Todo; me duele todo. Por esto me acordé
de él mientras miraba el filme- Decía arriba que me levanté inmerso en la calidez
del sueño y que me sentí triste por haberlo perdido al despertar. Fui al baño.
Me abrigué y salí a la madrugada. El cielo anunciaba la mañana. Eran las seis
menos veinte, Moni se iba a trabajar. Esquivé las ramas bajas del jacarandá y
miré ávido al norte. Hacia el noreste estaba Marte, rojísimo, arriba de
Arcturus, el guardián de los osos. Más alto, en el norte exacto, el lindo
Saturno; y más atrás, arriba de la casa, del jacarandá y de la jarilla, entre
un edificio y una antena, ¡Venus! De modo que saqué a las corridas el teles, no
le puse su batería y solo le zampé el 18mm de la velada.
Enfoqué Marte. Casi me caigo de espaldas.
Ví Marte más grande y más rojo que una cabeza de
fósforo. Fue una visión en todo el sentido de la palabra, fue una visión en el
sentido metafórico, en el sentido religioso de la palabra. Lo ví tan grande que
no imagino siquiera lo que podré ver cuando le meta equis con el pequeño Juan,
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has dado tanto? –aunque tal vez debiera decir, Roger mío, Mimoni mía, porque son ella y
él los que me han dejado tener esa bestia óptica: la una, con su paciencia; el
otro, también.
Miré entonces Saturno…Saturno era una foto del Hubble
en el ocus a las seis y chirolas de la mañana. Qué hermoso, por favor, ¡qué
belleza mirar Saturno! sus anillos, la división Cassini, las lunas, el norte
del planeta mirado al sol. Algo propio de dioses, sin duda. Creo ahora que me
sentí como Zeus al mirar en la distancia a Ganímedes, pero solo se trató del
señor Blues observando a Cronos.
Miré entonces a Venus, y vi que era bueno.
Venus (Afrodita) brilla a esa hora –a cualquier hora- como si
fueran sus últimos brillos, como si jamás pudiera volver a brillar. Le
metí ojo en el teles y vi una media naranja (blanca, en realidad) redondísima,
brillantísima, algo inenarrable.
Después de esta gesta planetaria, me dije, ¿Tengo que vivir aun un día? ¿Tengo que pasar todas las horas del día hasta
que la noche regrese con su brillo y con su plata?
Sí, eso hice, ya termino la nota, ya está oscuro
afuera. El teles sigue armado en la cocina. Ya abro y salgo a observar.
Adiós, hasta la próxima.
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