Qué es proyecto sagitario?

Cursos de Iniciación a la astronomía.

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sábado, 1 de marzo de 2014

Me acosté con Zeus pero amanecí en brazos de Afrodita

Me acosté con Zeus 
pero amanecí en brazos de Afrodita


Anoche observé por unos minutos a Júpiter, el gigante del sistema.
Armé el Lamborghini, el LX90 de 8 pulgares a f10, es decir, 2000mm. Le zampé el ocular HD 6000 de 60º y 18mm por lo que observé con él a 111x. Para  centrar el buscador enfoque Rigel, que por allí andaba, y me fui prontito a la 42. Semejante nebulosa no cabe en los 32´ de fov que da ese ocular, de modo que sus alas o probóscides sufrieron un pequeño recorte; el trapecio destacó con 4 luces y lo demás fue un sueño. Probé un ocus Vixen de 20mm que por allí tengo, bonito y punto, y la visión perdió detalles, ganó campo y algo de oscuridad aunque fueran 2mm más de focal y 10º menos de campo aparente.

Del planeta puede ver sus tormentas, las bandas horizontales de color café que cortan al globo en el plano de su ecuador, esto es, en el plano perpendicular a su eje de giro. Las Bandas, nacidas de la rotación diferencial del astro, se ordenan en el plano sobre el que giran sus satélites, por supuesto, porque las causas son las mismas.
Apenas enfoqué el planeta vi a Io, el volcánico Io, a punto de zambullirse detrás del Dios -Io se encuentra amasado por la gravedad de su planeta; así como en la Tierra se generan el movimiento de sus masas acuáticas a raíz de la gravedad lunar, Io manifiesta mareas de sus capas geológicas, debido a la muy intensa y próxima masa Jupiteriana. Este vaivén de capas las disuelve y, en forma de lava, emergen por medio de erupciones volcánicas. No hay otro cuerpo con tanto vulcanismo en el sistema solar.
Cuando advertí que se venía el fenómeno –dije que Io se zambullía detrás de Júpiter, pero entonces no sabía si era ocultación o tránsito- llamé a Moni a los gritos. Ella estaba a metros de mí, en la cocina, mirando una peli muy buena pero muy dura que no toleré: Liebe (Amor), de Haneke (el filme es excelente, recomendable, solo que esperaba una noche romántica y Haneke es la antítesis de ello. Ignoro por qué sus filmes son tan violentos, tan crudos como La Cinta Blanca –no me le animo a Funny Games, que es tremendo).
Vino Mimoni solo cuando la peli hubo terminado y metió su ojo lleno de luz televisiva en el ocus. Igual disfrutó del panorama porque dijo:
¡Qué lindo que se ve!
Y muy amable me preguntó
¿Este es el apo?
Sonreí y le rogué que alguna vez me hiciera esa pregunta delante de amigos, en plena noche observacional o charla astronómica, para que los entendidos sonrían, y los que no escuchen la simple respuesta que zanja la cuestión:
No, mi amor -le dije, con indulgencia infinita-, Entre el apo y este hay 4 órdenes de volumen y tres en diferencia de masas. Agregué:
Este es el LX, conocido por mis amigos como el Lamborghini de los telescopios. Es un Schmidt Cassegraín.
Ahhhh -me dijo-, mirá vos

Olvidé su exabrupto e insistí en que observara el puntito de luz que se acercaba raudo hacia el globo blanco por la derecha nuestra; volvió a mirar y me dijo,
Ah, sí, ahí está. ¿Qué pasa con él? preguntó, como si le hubiera señalado una tachuela en el escaparate de la vidriera de una zapatería, ahíta la vidriera y el escaparate de muy caros zapatos de mujer. Le dije,
Sin duda ese es Io y marcha hacia una ocultación o un tránsito, y caí en que debiera yo saber con precisión de que se trataría, por lo que exprimí el cerebro mientras ella volvía a meter ojo. Pronto aseguré,
Mirá, todos los astros del sistema giran con el mismo sentido, van de acá para allá alrededor del Soldije mientras movía mi mano en arco, de este a oeste y tendiéndolo al sur-, por lo que si Io va de derecha a izquierda… marcha hacia un tránsito, dije y cerré con orgullo mi análisis sin advertir que lo real no es tal lo que vemos a través de un teles con prisma. En efecto, al invertir la perspectiva, el satélite iba rumbo a una preciosa ocultación. Gracias al cielo, pronto comprendí mi error y corrí a la cocina a avisarle a Mimoni, pero ella ya se había acostado. Pensé,
¡Oh, Dios! espero que no se haya dormido fiada de mi palabra.
Abrí con sigilo la puerta del dormitorio y, sí, dormida estaba; es un oso en invierno esta mujer: solo faltaba que roncara.
La desperté con amabilidad y en sueños me dijo,
¿Queee?  
Le dije,
Mi amor, perdoná que te despierte después de un día tan largo, sé que te levantaste a las cinco y que no paraste hasta recién pero, bueno, me equivoqué.
¿Te equivocaste en qué?, me dijo, aún en brazos de Morfeo como suele decir la mala literatura,
Me equivoqué con Io, Io va hacia una ocultación y no a un tránsito, le dije, Me equivoqué porque olvidé que el prisma del diagonal invierte derecha e izquierda, mi amor, le dije y ella…
Bueno, no puedo escribir aquí lo que me contestó entonces, mientras se hundía bajo las cobijas, porque sé que me leen niños de vez en vez.

Volví cabizbajo y meditabundo a mi Lamborghini de los telescopios armado afuera, en el patio frente a la cocina, y pensé en la peli que acabábamos de ver, en ese Amor a prueba de todo que se profesaban los personajes,  de qué modo increíble él tolera la lenta y continua degradación de ella… Alguna similitud veo con nuestra pareja, me dije, aunque tal vez los roles estuvieran invertidos.


Miré la ocultación completa; no saqué fotos porque preparar la cámara hubiera significado que perdiera el evento. Me supe premiado por la vida al ver desaparecer ese niño naranja detrás de su padre picaflor. De hecho, dije niño por aludir a que un satélite está bajo la órbita del astro mayor, pero sabido es que la cohorte de satélites de Júpiter memora a las bellas y bellos que ese dios tan humano sedujo y amó durante los buenos años en que vivió en la cabeza de los polémicos griegos.
Jove no dejó lo que se dice títere sin cabeza, que desde su trono, siempre ardiente, pispiaba la Tierra, y mina que le gustaba mina que rendía, sea por virtud así como por fuerza. Veamos:

A la insaciable Europa la sedujo transformado en Toro; a Calisto, quien había hecho votos de castidad, la sedujo transformado en mujer… aunque igual la embarazó, je, je; 

a Io la sedujo, asimismo, en las aguas de un lago y la pobre joven, antes de parir, sufrió martirio por un tábano que le envió Hera, la celosa; 

al bello Ganímedes –y por cerrar con las lunas visibles- lo secuestró del campo y se lo llevó al mismo Olimpo, donde fueron felices, aunque por allí leí que Platón acusa a los cretenses de dar vida a esta historia tan solo para justificar su modo de vida libre. En fin, estos son los cuatro satélites que veo desde casa, cuatro grávidos por el Dios Zeus, Jove, Júpiter, que para la historia y las lenguas son el mismo.

En definitiva, oculta quedó la luna Io en un segundo, y yo solo en la noche del patio.

Guardé el teles a la cocina y me acosté con un libro inmejorable: El Big Bang, La génesis de nuestra cosmología actual, del doctor Alejandro Gangui, excelente texto, mejor que muchos, acaso que todos los que haya leído a excepción de Cosmos, claro, del cual me parece que es deudor, y me dormí.
Y soñé con mi padre.
Y desperté antes de las seis.

Melancólico por lo vivido en sueños, con el eco de esa visita querida y extrañada, fui al baño –en la peli de la noche, Amor, de Haneke, hay una escena en que la mujer se queja, profiere una letanía: Me duele, me duele, me dueledice. El amante esposo pregunta, ¿Dónde te duele, mi amor? Y ella, Me duele, me duele, me duele…Mi padre jamás se quejó durante su martirio de semanas, y con ello me enseñó un modo de morir. Vaya, sí que lo hizo. Una vez le pregunté, Papá, ¿dónde te duele? Y él, Todo; me duele todo. Por esto me acordé de él mientras miraba el filme- Decía arriba que me levanté inmerso en la calidez del sueño y que me sentí triste por haberlo perdido al despertar. Fui al baño. Me abrigué y salí a la madrugada. El cielo anunciaba la mañana. Eran las seis menos veinte, Moni se iba a trabajar. Esquivé las ramas bajas del jacarandá y miré ávido al norte. Hacia el noreste estaba Marte, rojísimo, arriba de Arcturus, el guardián de los osos. Más alto, en el norte exacto, el lindo Saturno; y más atrás, arriba de la casa, del jacarandá y de la jarilla, entre un edificio y una antena, ¡Venus! De modo que saqué a las corridas el teles, no le puse su batería y solo le zampé el 18mm de la velada.

Enfoqué Marte. Casi me caigo de espaldas.

Ví Marte más grande y más rojo que una cabeza de fósforo. Fue una visión en todo el sentido de la palabra, fue una visión en el sentido metafórico, en el sentido religioso de la palabra. Lo ví tan grande que no imagino siquiera lo que podré ver cuando le meta equis con el pequeño Juan, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has dado tanto? –aunque tal vez debiera decir, Roger mío, Mimoni mía, porque son ella y él los que me han dejado tener esa bestia óptica: la una, con su paciencia; el otro, también.

Miré entonces Saturno…Saturno era una foto del Hubble en el ocus a las seis y chirolas de la mañana. Qué hermoso, por favor, ¡qué belleza mirar Saturno! sus anillos, la división Cassini, las lunas, el norte del planeta mirado al sol. Algo propio de dioses, sin duda. Creo ahora que me sentí como Zeus al mirar en la distancia a Ganímedes, pero solo se trató del señor Blues observando a Cronos. 



Miré entonces a Venus, y vi que era bueno. 

Venus (Afrodita) brilla a esa hora –a cualquier hora- como si fueran sus últimos brillos, como si jamás pudiera volver a brillar. Le metí ojo en el teles y vi una media naranja (blanca, en realidad) redondísima, brillantísima, algo inenarrable.

Después de esta gesta planetaria, me dije, ¿Tengo que vivir aun un día? ¿Tengo que pasar todas las horas del día hasta que la noche regrese con su brillo y con su plata?

Sí, eso hice, ya termino la nota, ya está oscuro afuera. El teles sigue armado en la cocina. Ya abro y salgo a observar.
Adiós, hasta la próxima.



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