Neptuno, en el cielo con diamantes.
Los primeros cinco planetas del sistema -exepto
Tierra- fueron descubiertos en la antigüedad a simple vista, al medir su movimiento
con respecto a las estrellas supuestas fijas contra el fondo del cielo. Urano
fue descubierto por medio del telescopio; a Neptuno le cupo el honor de ser el
primer planeta en ser descubierto por medio de lápiz y papel.
El telescopio fue desarrollado en 1609; hacia 1687
Newton modificó un trabajo de Kepler; con el pudo predecir con relativa exactitud
el andar de los astros. En pocos años, todos se dieron a calcular esto y lo
otro como si el cielo respondiera no ya a un Dios omnisciente sino a una única
fuerza (omnisciente, asimismo), ora de impulso, ora de atracción.
Así, cuando un astro no respondía a las previsiones
pronto se pensó en ocultas influencias, deducibles por medio de cálculos que
puede realizar cualquier alumno secundario. A la suma de estos sucesos le llamamos
la revolución científica posterior al renacimiento.
Neptuno tiene diversas capas, hidrógeno, helio, agua y
metano hay en su atmósfera; luego, un mar en extremo denso; por último, un
núcleo de roca fundida, agua, amoníaco y
metano; muy caliente el núcleo, genera al menos dos procesos notables:
los vientos más violentos del sistema solar, y una lluvia de cristales de
diamante, producto de la descomposición del océano de metano.
Así es, cuando en el futuro queramos practicar deporte
extremo, este consistirá en recoger diamantes de lluvia de Neptuno, luego de
haber surfeado un mar de olas magenta, gracias a los huracanes más terribles
que uno pueda imaginar.
Al telescopio de aficionado, Neptuno se muestra
aguamarina; un punto mínimo, claro, porque está lejísimo, treinta veces la
distancia Tierra-Sol.
El Dios del Mar posee varios satélites; entre ellos
destaca Tritón, asteroide robado a una región más lejana de nuestro sistema,
llamada cinturón Kuipers. Este bien vale un viajecito pues posee vulcanismo
helado (criovulcanismo), atmósfera activa e hidrocarburos en ella. En una palabra,
interesantes perspectivas de vida hay en él.
El descubrimiento de Neptuno marcó el inicio de una
época que no ha finalizado. Los aciertos y errores en las observaciones
zanjaron un lugar a los teóricos, y vaya si han sido fecundos. Pronto llegaría
Plutón y, aún, el fallido Vulcano, supuesto entre el Sol y Mercurio que hubiera
explicado las anomalías orbitales de este último. Precisamente, por nunca haberle
hallado fue que la ciencia pudo avanzar e inventar una nueva física, la
einsteniana. Como los seres de Tlön*, descubrimos todo lo que buscamos.
Hoy los astrónomos desentrañan no ya planetas y
asteroides, sino lejanas Tierras extrasolares por medio de tenues líneas
espectrales.
Recordemos que los espectros son abanicos de
frecuencias que se obtienen al descomponer la emisión de un objeto radiante. Es
decir, todo lo que existe emite ondas y estas ondas varían con una frecuencia
determinada. Un espectro natural conocido es el arco iris, descomposición de la
luz solar en abanico de colores. Por citar ejemplo, uno podría saber que hay
gotas de agua de lluvia en nuestra atmósfera con solo ver de muy lejos el arco
iris de la luz.
Como ven, y más allá de Neptuno, la ciencia es
entretenida, agradable y en extremo asequible.
* Tlön, del cuento Tlön,
Uqbar, Orbis Tertius, escrito por Jorge Luís Borges, donde se critica
el conocimiento humano contando que, en Tlön, los hombres son idealistas, y su
idealismo crea lo que es real, de modo que les basta con imaginar una moneda
perdida en el barro para que luego alguien la halle. Tiene punto de contacto
con la trama de la novela Solaris, de Stanislav Lem.
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