Ocho Minutos de Gloria
El Sol I
El Sol es nuestra estrella, es eje del sistema que
habitamos y fuente de energía para la vida que conocemos, ya que existen formas
de vida que se nutren de energía disipada por el núcleo terrestre. Esta escapa
a través de chimeneas en las dorsales centro-oceánicas. Aunque ese calor es
mínima expresión de la energía que recibimos del Sol, garantiza la vida sobre
el planeta porque periódico suceden extinciones masivas (por efecto invernadero
descontrolado, y por efecto bola de nieve)
de modo que los pocos organismos que superviven gracias a dichas fumarolas, son
los encargados de repoblar la
Tierra , millones de años (MA) después.
Nuestro astro se ha formado a partir de una nebulosa
de átomos, moléculas y polvo cósmico que colapsó hace 4.500 MA a causa de la
fuerza de gravedad. La fuerza de gravedad es una manifestación de la materia. Esta
modifica el espaciotiempo y tiende a ordenarse sobre uno o más sitios. La
unificación de esa nube antigua dio origen a un número desconocido de
estrellas, una de las cuales fue nuestro Sol.
Por las noches de invierno puede verse sobre nuestras
cabezas un camino o río de luz llamado Vía Láctea. Es nuestra galaxia, un
conjunto de soles y polvo que nos contiene. Sobre ese río blanco se advierten manchas
oscuras. Esas manchas negras son nubes similares a la que dio vida al Sol; en
ellas están naciendo miles y millones de nuevas estrellas, cada una con su
cohorte de planetas, acaso con inimaginables formas de vida.
Vista de la Vía Láctea sobre el Cañón del Atuel, en San Rafael, Mendoza, uno de los pocos sitios donde el cielo está libre de las estúpidas luces humanas.
Vista de la Vía Láctea sobre el Cañón del Atuel, en San Rafael, Mendoza, uno de los pocos sitios donde el cielo está libre de las estúpidas luces humanas.
Una estrella se alimenta de los átomos y el polvo
preexistentes que daban cuerpo a la nube madre -en su mayoría hidrógeno H;
cuando el núcleo de la proto-estrella alcanza una determinada presión -generada
por las capas de gas que soporta- dichos átomos sintetizan en nuevos átomos de helio
He. Este proceso genera una contrafuerza que se opone a la gravedad. La nube
que al contraerse colapsaba en una masa de átomos, se infla ahora fruto de la
fuerza termonuclear. Cuando ambas fuerzas se equilibran (la gravitatoria y la
nuclear), dicha masa logra un periodo de estabilidad durante el cual radiará energía
al espacio. Al ver esa luz y ese calor salir de la nube madre, es cuando
decimos que la estrella ha nacido.
Todos conocen las Tres Marías. Es el Cinturón de
Perlas que enlaza el vientre femenino para los árabes, pueblo culto y sensual
que jamás podría ver sino belleza en el cielo. Los belicosos griegos vieron en esas
estrellas azules el cinturón de un guerrero llamado Orión y nuestros pueblos
antiguos, la batidora o peine que ajusta los hilos de un telar donde los dioses
tejen ponchos para los cuzqueños.
Como sea, las estrellas están allí y sobre las Tres
marías hay un brillo parco. Si le observás con telescopio podrás ver una nube
blanca. En esa nube, en la Nube
de Orión, verás nacer soles. Mientras esto escribo su luz parte hacia nosotros.
O, en realidad, y por verlos ya, hace 1200 años que partió hacia acá.
Este es uno de los tópicos que más sorprende. En el
universo, las distancias son tan grandes que los hechos no se perciben simultáneos.
Las estrellas de Orión han nacido hace mil años y nosotros recién nos enteramos
porque su luz, corriendo a 300.000 kilómetros por segundo, recién ahora
llega a casa. El mismo sol que brilla afuera es en realidad el que brilló hace
8 minutos. Si se apagara ahora, a no preocuparse, disfrutaríamos aún de 8
minutos de gloria.
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