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viernes, 12 de diciembre de 2025

Historia de la estrella que quería brillar en el sur.

 

Hubo una vez una estrella que quería brillar en el cielo sur.

Había nacido unos pocos millones de años atrás y apenas se disipó la nube de gas que le dio la vida pudo ver a lo lejos un pequeño planeta azul. Un puntito en la inmensidad del vecindario. Un destello, apenas. Nada, casi, pues ella brillaba muy muy lejos ese mundo. Y es muy difícil ver para alguien que brilla mucho un puntito azul pálido, distante y frío.

Menos que nada era ese mundo comparado con ella, una portentosa estrella joven, llena de bríos, llena de ganas, lista para crear esas piedritas que lo forman todo -llamados átomos- durante años y años en su paseo por los brazos de la galaxia.

Las estrellas nacen dentro de nubes de gases y moléculas que, por alguna razón, comienzan a apretarse sobre sí mismas por efecto de la gravedad. La gravedad es una deformación del espacio y del tiempo que causa que las cosas sientan el impulso de apretujarse como si tuviesen frío, y para abrigarse tuvieran que frotarse las unas con las otras, juntarse mucho, mucho y así generar calor. Tanto es el calor que generan estas nubes que colapsan que en algunos puntos se encienden. Y cuando las nubes se encienden, brillan.

Las nubes de gas de la galaxia se transforman lentamente en estrellas.




Menos que una pizca es aquel mundo que ella vio, pero, por alguna extraña razón, le surgió este deseo: Brillar en el cielo sur de ese lugar. Ser una estrella guía para las formas de vida de esa roca. Lucir como un faro sobre su horizonte sur y anunciar primaveras y crecidas. Dejar de ser una estrella más para aquella vida y ser la estela que brille en el sur. Eso le gustó y se lo dijo a sí mismo con el temblor propio de los soles cuando desean con todo su cuerpo ser algo en esta vida que les toca: Ser la Estrella que Brilla en el Sur.

¿Por qué en el sur? No lo sabía. Se le ocurrió, nomás y lo aceptó. Era un capricho y los caprichos no necesitan ser explicados.

No olvidemos que nuestra heroína es una estrella muy joven, casi sin experiencia. Apenas ha dejado de tt variar y por fin se halla estable, en equilibrio, transformando su pancita de hidrógeno en helio.

Puf, puf, puf.

Su corazón crea átomos a cada instante y su piel se ilumina ahora pareja y fuerte de color blanco. Cuando por calor o por apretujados los atomos chocan entre sí, a veces se unen y forman nuevos átomos que antes no existían. Y cuando se crean o se destruyen átomos surge como un festejo o como una pena un rayo de luz.

Fuiiiii, allá va su luz corriendo por el espacio negro como la boca de un lobo negro en el bosque, en la noche sideral.

Fuiiiiiii. Y esa luz, blanca como el pecho de una paloma blanca, blanca como el lomo de una montaña inmensa y alta y helada. Allá va, a marcar un punto en el cielo de esa tierra lejana.

Sí, qué hermoso, pensó.

Y luego, de pronto, al ver dónde se reflejaba su luz, cayó en la cuenta de que ese punto que ella era, en aquel lejano cielo, ¡brillaba en el norte!

Ay, pobre estrella recién nacida. Su capricho, su deseo, no podía cumplirse.

Brillar en el cielo sur de ese mundo azul, no podía.


Todo su esfuerzo, todo su hacer transformado en luz iba por el espacio y por los tiempos a dar sobre el cielo norte de aquel planeta.

Ay, estrellita, qué pronto aprendes que la vida no es fácil.

La vida no es un cuento de luz.

Tanta desazón le causó comprobar que no brillaba en el cielo sur de su Geoda elegido, que casi se atraganta y se apaga de repente la estrella.

Fue como una tos, un parpadeo de frustración en la inmensidad de las noches de sus vecinos. Por suerte se repuso y nadie notó su trance, quedó como único registro de ese susto esta página pues no hubo astrónomo que viera su parpadeo.

Así es el mundo. Sufrimos a veces y nadie se entera.

Nuestra estrella aprendía cosas muy rápido. Cuando se repuso de su amargura, comprobó que le erraba al cielo sur por muy poco. Su luz chocaba con la atmósfera de ese mundo apenas por debajo del horizonte, a unos pocos grados al norte del ecuador.


Bueno -se dijo- no estoy tan lejos de mi deseoY se dio a pensar si podía hacer algo durante unos pocos minutos de vida estelar, que son como mil docenas de millones de años nuestros.

Nuestra estrella desvelada fruncía su gesto hecho de manchas y no hallaba respuestas, claro, ¡qué iba a poder hacer ella! ¿Moverse? ¡Imposible! Los astros se mueven siguiendo unos caminos marcados por el espacio y no pueden alterarlos salvo que se acerquen mucho a otra estrella o a un agujerote de gusano, y este no era el caso.

Pensaba y pensaba la estrella y no hallaba cómo cambiar las cosas…


Mientras este drama ocurría allá en el brazo de la galaxia con nuestra Estrella Deseosa, el planetita Azul seguía con su vida normal, en su sistema solar normal, bajo la normal mirada de su sol.



Allí iba y venía don Azulito Planetita contando sus años en derredor de su estrella.

Y vaya si los había contado ¡llevaba como mil millones de velitas sopladas en su andar! Miles de Millones de años llevaba girando Azulito y su sistema aún no era estable.

Los sistemas solares a veces se quedan más o menos tranquilos, y sus planetas de roca o de gas se sienten muy cómodos en sus órbitas con sus órdenes de ubicación. Por ejemplo el nuestro: Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno.



Pero cuando los sistemas planetarios son jóvenes aún no están quietos. No. Sus mundos no están convencidos de cual sitio les gusta más y van y vienen en busca de la mejor vista.

Y en esa danza de ir y venir no todo sale bien.

Fué así que, una buena tarde, un planeta que estaba buscando su lugar en el sistema, sin ningún aviso, se llevó por delante a Azulito.

¡Paf!

¡Piñon!

¡Alto choque en el sistema solar interior! Podrían haber titulado los diarios y la tv del momento.

El estruendo del choque hubiera podido oírse si hubiese habido aire entre los mundos.

Pero no lo hay.

Un impacto colosal que casi destruye a Azulito y nada, ni un sonido.

Mirar el cataclismo desde lejos fue lo más parecido a ser un dios.

Fuuuuuuuuuuuuuuuuuus…. Un mundo en tránsito choca a Azulito y se deshace bajo nuestra mirada sileciosa…

Fuuuuuuuuuuhuhhhhhhhhh. No es sonido, es como ondear los dedos de una mano para mostrar como algo se disuelve en el espacio.

Ni un ruido. Ni una lágrima. Ni un suspiro.

El planeta descuidado acaba de hacerse polvo al chocar. Mucho de su roca entrará a Azulito y lo hará más compacto -más pesado, diría, si los libros de astronomía usaran esa palabra. Y mucho de su roca quedará también en el espacio, girando durante millones años hasta que se amontone y forme una luna.

Azulito dejará de ser un planetita solitario.

Después del choque su cuerpo será más denso y además festejará el tener una compañera, una Luna preciosa que se cubrirá de cráteres con el tiempo.


Vaya, estas sí que son noticias… y hemos olvidado o dejado para el final otro cambio más que sufrió Azulito sin siquiera imaginarlo: su eje, su posición de giro ¡ha cambiado!


Azulito sobrevivió a lo que pocos mundos sobreviven: un impacto planetario digno de la película más loca, digno de un torneo de mentiras inventadas por chicos y chicas muy imaginativas.

Sobrevivió al choque y ganó peso y ganó una Luna y cambió los horizontes de su cielo, pues el eje de giro quedó por siempre inclinado.

Así es, de no creer las cosas que pasan en los barrios alejados de la galaxia. En los suburbios, diría el autor de un libro que leí.

El choque fue fenomenal.

Un planetita pequeñito creció de golpe un poco, como si hubiera tomado de un sorbo todas las sopas y los guisos y las papillas del mundo; ganó una buena compañera que llamaremos Luna; y cambió por siglos de siglos de siglos la apariencia de sus cielos. Las estrellas que acá estaban se ven ahora allá, unas al norte de dónde estaban, otras al sur…


En Azulito la vida surgió un día.


Las piedritas que lo forman todo, esas piedritas que se llaman átomos, se unieron en moléculas. Las moléculas se unieron en compuestos y en pequeñas cadenas. Las cadenas y los compuestos un buen día dieron en algo que hoy, desde nuestro futuro, llamamos vida.

Y la vida miró el cielo. Los pájaros miraron el cielo, las plantas miraron el cielo, muchos mamíferos miraron y miran el cielo.



Muchos hombres y mujeres y niños y niñas nos juntamos en las tardes y en las noches a hablar y mirar el cielo.



Y no hay primavera en que no nos quedemos admirados de cómo brilla una Hermosa Estrella Blanquecina, apenas alta sobre el horizonte sur, que parpadea llena de colores y arco iris y alegría desde su inmensa lejanía.

Una estrella que a veces es un punto y a veces un destello. Que a veces parpadea como si riera de felicidad por alumbrarnos, así, con todas sus fuerzas y sus ganas el cielo del sur.

Fin.


Sergio Galarza.

para mis alumnas y alumnas, y para los y las que amo.


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