Los Ciclos de la Noche
Hay
un estudio, dice que el hombre, su cuerpo, es una máquina de correr. Suda a
través de toda la extensión de su piel; la tensión de los músculos y la
resistencia de los tendones, la flexión y la compresión que toleran los
esponjosos huesos; el desarrollo del talón y los pulgares de los piés; estas
particularidades son herramientas para una prolongada y tenaz carrera. El resto
de los mamíferos no pueden radiar el calor producido por sus cuerpos a través
de la piel, por ello, al obligarlos a correr durante horas, caen vencidos sin
riesgo para el cazador, se ahogan en su propio calor interno. Pero el que vence
así un antílope se ha alejado kilómetros de su grupo, hay que cargar a la
bestia y llevarle de regreso. Orientarse es preciso.
Orientarse
significa saber hacia dónde ir, pero también significa el este, el horizonte
aparente por dónde cada mañana amanece.
Este
ha sido el primer ciclo del cielo que el hombre como especie ha de haber
dominado para poder trasladarse por las extensas sabanas, los desiertos, el
entero mundo: en base al eterno retorno del sol, día tras día, nacieron los
puntos cardinales, el oriente y el poniente, el septentrión y el austro*.
Prever
y mensurar el ciclo solar del día no fue poca cosa. Además de orientación, el
paso gradual del día anunciaba qué tanto podíamos alejarnos de la cueva. Las
horas de la tarde, sin duda, han de haber sido una diana para el regreso.
Cuando enseñoreaba el ocaso el cazador trepaba a un árbol, se hundía en una
cueva, se guarecía hasta la ansiada mañana.
Con
los milenios y a fuerza de movernos con las manadas dimos sentido a algo que
cualquier bicho siente y por ello mismo no comprende: la sucesión de las
estaciones.
El
paso del Sol
Si
fijas, mediante la lectura de las sombras de varios mediodía, la altura máxima del
sol alcanzada en cada jornada, pronto verás que esta nunca es de la misma
magnitud.
La
sombra arrojada por un objeto al mediodía siempre será la mínima sombra del día
e indica la culminación del sol, es decir, el punto más alto sobre el
horizonte.
Sin
embargo, al comparar sombras meridianas sucesivas o alternadas, se verá que no
son iguales en magnitud; todas las lecturas acusarán una leve diferencia con
respecto al día precedente y al posterior. Esta variación en altura con
respecto al horizonte irá en aumento si nos encaminamos hacia el verano, o en
merma si marchamos hacia el invierno.
Esto
es casi milagroso y se percibe observando cualquier objeto o midiendo sombras a
partir de un palo clavado en el suelo; a este instrumento utilizado desde hace
milenios le llamamos gnomon.
Un
gnomon mide un nuevo ciclo del cielo: el año solar; ciclo que, en función de
ciertos hitos que veremos más adelante, hoy dividimos en cuatro estaciones. En
Egipto antiguo los meses del año fueron tres: Inundación, Siembra y Recolección.
Cada cultura ha dividido el año a su antojo, por supuesto.
El
sol asciende lentamente en el cielo de marzo a diciembre y luego cae, se
derrumba un poco cada mediodía hasta alcanzar el punto más bajo, hasta que arroja
la sombra más larga, en junio**.
Si
una sombra es larga es porque el astro apenas alza sobre el horizonte, y -por
tanto- la luz y el calor que percibimos incide sobre nuestras tierras en forma
sesgada.
Toda
energía que radie sobre una superficie en diagonal está siendo desaprovechada -en
función de tal inclinación: la energía, para mayor economía, ha de radiar en
forma perpendicular a la superficie que se quiera calentar o iluminar (por ello
las planchas son planchas, porque así
radian perpendicular a la superficie que desean calentar; esto ignoran los
municipios que alumbran con farolas que, oblicuas, solo contaminan nuestro
querido cielo).
La
incidencia de los rayos solares en ángulos más o menos cerrados sobre nuestros
hemisferios, es la razón por la cual los meses se distinguen entre sí en sus
temperaturas medias y estado del tiempo. Es claro que en diciembre los rayos
del sol calientan más la superficie terrestre en el hemisferio sur, y que en
junio esta apenas llegue a entibiarse, con la vida guardándose en espera de
mejores días.
Así,
la simple observación de la altura del sol sobre el horizonte, proveyó a los
hombres el conocimiento de un nuevo ciclo, fundamental, asimismo, el año, en la
sucesión de las estaciones, imprescindibles a la hora de trabajar la tierra, de
sembrarla y cosecharla, época que por desgracia también llegó un día, y que
disparó el crecimiento y organización de las poblaciones hasta llegar a
nuestras tristes sociedades, ya que, por primera vez en la historia de la
especie, la cantidad de alimento producido fue mayor que el necesario, de modo
que comenzó a almacenarse, generando especulación y violencia.
De
la observación del cielo surgió muy pronto -tal vez antes que el concepto de
año solar- la constancia de que otro astro escalonaba su aspecto: la Luna y sus
fases.
Llamamos
ciclo de fases lunares al grado de día lunar que vemos cada día desde Tierra,
según sea la posición que ocupan en el espacio ambos astros con respecto al Sol.
Así, Luna llena decimos cuando Sol Tierra y Luna forman una línea en el cielo:
vemos su día entero. Luna nueva: Sol, Luna, Tierra, no le vemos en absoluto,
ella da su noche hacia la Tierra. Los cuartos creciente y menguante se observan
cuando la recta Luna-Tierra forma un cateto imaginario, perpendicular a la
recta Tierra-Sol.
El ciclo de fases es
uno en sí mismo; al medirlo con respecto al Sol, es de 28 días y fracción. El ciclo
lunar ha contado desde siempre la gestación humana y se conoce un calendario
lunar del mesolítico (8000 AC), muy anterior a los calendarios de la
Mesopotamia. La mayoría de las culturas ha desarrollado calendarios lunares y
solares más o menos precisos. El nuestro es solar pero la pascua se mide con la
Luna
Zodíaco.
Entre
los ciclos del cielo el de la noche es el que me cautiva. Este ciclo comprende
a las estrellas y sucede cuando el Sol se traslada a través de sus doce casas.
Veámoslo.
Si
cada mañana uno toma nota de alguna estrella (en el momento en que advertimos
que el sol va a aparecer, pero aún son visibles las estrellas) y se mide su
posición con respecto al horizonte y un cardinal, por ejemplo: tal
estrella, sita a un palmo del horizonte y a dos palmos del cardinal este,
puede comprobarse por simple observación que, conforme pasen los días, esta se
irá alejando hacia el oeste, adelantándose a la salida del sol.
En
otras palabras, el sol surge del horizonte cada día un poco más tarde que
cualquier estrella fija que se tome como referencia.
El
sol retrocede con respecto a las estrellas fijas, o bien: la bóveda del cielo se
adelanta cada día a la salida del sol.
Por
supuesto, esta es la razón por la cual los cielos de verano e invierno son
distintos. En verano vemos el cielo que forma el brazo de la Galaxia o Vía
Láctea; en invierno vemos el cielo que nos separa del centro de la misma.
Si
uno tiene la debida paciencia y constancia, puede verificar que el cielo se
corre día tras día hasta que, una buena mañana, el sol vuelve a aparecer junto
a la primera estrella medida.
El
sol, habrá retrocedido sobre el fondo de estrellas hasta que estas, por formar en
apariencia un círculo, un disco o una esfera, se repiten, vuelven al inicio;
vuelven, las unas o el otro, lo mismo da, al punto de partida, cualquiera sea.
Los
egipcios, por citar ejemplo, midieron el año con la estrella Sotis, aquella que
nosotros llamamos El Perro, Sirius, Sirio.
Pero
los hombres rara vez hablamos de estrellas solitarias, en cambio siempre les
agrupamos en figuras o constelaciones.
Las
constelaciones representaron la primer escuela, el primer cine mediante el cual
los niños y jóvenes aprendieron lo que era bueno y lo que no.
Cada
constelación antigua representa un hito, un suceso, un hecho que transmite
moral o valores para cada etnia. Siempre insisto en que allí dónde los griegos
vieron a un guerrero, a un ser violento y soberbio (incluso a un violador, en
algunas leyendas), los amerindios vieron un poncho que era tejido por los
dioses para abrigo de los mortales. Algo significativo si luego constatamos que
las culturas nórdicas son atrasadas, necias y violentas, y las nuestras fueron siempre
solidarias, no conocieron ni al pobre ni al huérfano, ni la propiedad sobre la
tierra.
Las
doce casas o signos del zodíaco son entonces doce constelaciones sobre las
cuales se desplaza en apariencia el sol, a lo largo de su curso o camino por el
cielo (llamado eclíptica), hasta que este se cierra en lo que llamamos año.
El
sol retrocede con respecto a las estrellas fijas por la sencilla razón que la
Tierra avanza en su órbita. Como no percibimos esto, cada noche vemos por
proyección una región distinta de cielo.
¿Cuánto
cambia el cielo cada día?
Si
el año es un giro aparente del sol sobre el cielo, y si este giro se cumple en
un año, el cielo cambia cada día:
360°/365
días= casi un grado.
El
primer año solar fue medido correctamente hace milenios:
365
mediodías y fracción entre hito e hito.
Los
babilonios midieron el año en días y redujeron su cálculo de 365
días y pico a los simples y muy útiles 360 días, que de inmediato
transformaron para uso llano en 360 grados.
Que
los babilonios simplificaran la cifra correcta a la ficticia -de 360 grados- fue
tan solo un truco de buen matemático: el 360 tiene una gran cantidad de
submúltiplos y por tanto una operatoria más cómoda que el número real. De todos
modos, la fracción que antes mencioné nunca fue obviada; los calendarios siempre
fueron corregidos en forma periódica para que cada estación comenzara en la
fecha prevista; de hecho, seguimos haciéndolo: cada cuatro años intercalamos un
año bisiesto para salvar esa fracción que despreciamos al hablar de años de 365
días.
La
forma del cielo y la magnitud angular del círculo, la simple idea de ciclos, todos
conceptos hijos de la curiosidad, la necesidad y el ingenio humanos; todos
traducidos de la nada o creados en base a apariencias por ese lenguaje que
llamamos ciencia y que nos ha llevado desde los cardinales a las precisas
cabriolas de nuestras naves interestelares.
*
Septentrión. Los antiguos identificaban el norte (nor, izquierda: el norte
está a la izquierda de quién observa salir el sol) con siete estrellas que
forman la osa mayor. Estas estrellas eran siete bueyes (onis) que tiraban del
carro del cielo, haciéndolo girar cada noche alrededor de su centro o estrella
polar.
Austro
es el nombre de un viento caliente que, en Europa, sopla desde el sur (lleva
calor del ecuador hacia las latitudes mayores).
**Por
supuesto, hablo del hemisferio sur, en el norte es al vesre.
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