El Señor de las Estrellas
Es curioso el modo en
que la vida, como dijo el Nano, un día se
nos ofrece en cueros.
Nací en un hogar más
que pobre. Mi padre fue adicto al juego. Los apuros lo llevaron a equívocos que
pagó sin queja. De él aprendí a amar el jazz, la astronomía, la etimología, los
libros… y tal vez a morir sin cuitas.
Cuando tenía trece años
y estaba enamorado de una compañera que iría al comercial, me dijo: Sergio, no tengo un peso para vos; estudiá
en la técnica, aprendé un oficio y manejate solo.
Eso hice.
Después, muy pronto fui
padre, a mi vez. Pasé miserias y amarguras pero a él nada le reprocho porque
mis errores son míos.
Tenía la costumbre de
vivir con libros a su vera, uno, dos, tres, también. Había leído los cinco
tomos de la Enciclopedia Británica de cabo a rabo, un par de veces, en busca de
los nombres de los asteroides. Por eso sabía tanto del origen o el significado
de las palabras.
Era raro hablar con él;
adminículo para rayar el queso,
decía, o sacale la aponeurosis al vacío…
Uno debía preguntarle, Pá, ¿qué es eso?
Cuando me separé, dijo:
Vos podrías vivir del ajedrez.
Qué pena da, no poder
preguntarle más, Pá, ¿qué es eso? ¿Qué significa?
Poco antes de morir, él,
una tarde entré a su cocina. Mi viejo estaba sentado en su silla de los solitarios.
Levantó la cabeza y achicó los ojos para enfocarme. Tenía el ceño fruncido de tanto
forzar la vista, siempre el pelo blanco, y ahora poco. Me dijo: Tomá, Sergio, vos le darás mejor uso, y puso en mis manos su libro de Cecilia Payne-Gaposhkin.
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Hoy, cuando bajé frente
a una escuela para una charla de astronomía, los niños gritaron,
¡Ahí viene, el señor de las estrellas…! Y todos corrieron arriba, al
aula, a esperarme sentados en el piso, riendo, riendo.
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Hoy soy absolutamente
feliz. Estoy enamorado y soy abuelo; vivo del ajedrez y de aquél oficio que el
viejo me sugirió aprender; y enseño astronomía por ahí, donde me aceptan, donde
me llaman o me reciben.
¿Puede uno pedirle más
a la vida?
Sí.
Escuchen esto:
Mi nieto crece
descomunal, lee todos los días, mira las estrellas, conoce las galaxias, la
Luna, Saturno y los cometas. Hace unos meses comencé a preocuparme por su
futura escolaridad. No podía soportar la idea de que la escuela le borrara las
ideas, la sed de saber, el rigor científico que aplica cada niño hasta los cinco
años, hasta que entra a un colegio y se lo destruyen. Muchas noches pensé en
ese futuro con angustia. Pero hoy asistí invitado a dar esa charla a la escuela
Bernardino Rivadavia, de Los Quirquinchos, y conocí a las MAESTRAS y ALUMAS/OS
que desarrollan allí jornadas de escuela abierta, o jornada extendida, o como
se llame el nuevo método que la gigante administración socialista de Santa fe
lleva adelante en decenas de colegios.
Y entonces, cuando
conocí todo lo que hacen, sonreí, y me sentí ansioso por el futuro de sol, por
el entusiasmo de los niños y las niñas, por sus ganas de jugar y aprender, por
el compromiso de esas docentes. Porque ahora aprender vuelve a ser un juego,
como debió ser siempre y jamás un bodrio como es común, cuando te obligan a
aprender cosas que jamás te servirán de nada, cuando te obligan a saber lo que
es una función adiabática y no te incitan a averiguar por qué diablos una
estrella es lo que es, o brilla, o late, o muere.
Hoy vi en Los Quirquinchos
no el trabajo de ningún funcionario/a, sino el esfuerzo y la entrega de
docentes geniales, risueñas, alegres, rebosantes de entusiasmo.
Hoy fui feliz, la vida
se me tendió en cueros. Esta noche dormiré en paz y acaso sueñe con un nieto contento,
que juega y ríe en su escuela al tiempo que aprende como nunca otro lo ha hecho
antes.
Maestras de Los Quirquinchos…
gracias.
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