Qué es proyecto sagitario?

Cursos de Iniciación a la astronomía.

Didáctica astronómica. Talleres de Ciencia.

Charlas, cursos, campamentos, observaciones grupales.

domingo, 28 de julio de 2024

Cuando al placer le llaman Orgullo

 


Medalla Orgullo de Iriondo

El viernes 26 de julio, a casi dos meses de acceder a mi jubilación como docente formal de ajedrez en las escuelas públicas santafecinas, tuve la dicha de encontrarme con amigos y amigas, compañeras, ex alumnas y familiares, para recibir de manos del senador del departamento Iriondo, Hugo Rasetto, la medalla Orgullo de Iriondo.



El senador explicó, luego de un pantagruélico agasajo, que la medalla significa un reconocimiento al esfuerzo por mi parte en la difusión de las ciencias, y por sembrar en los y las alumnas la vocación por el conocimiento, la curiosidad, el entusiasmo hacia los saberes en general.



Hace una vida que trabajo como docente. Comencé en Chabás, a los 19 años, como docente de taller en una escuela técnica. Luego como tallerista de ajedrez. Una de mis primeras clases la dicté en una plaza, debajo de un árbol frondoso pues hacía calor. Uno de mis primeros alumnos fue luego presidente Comunal de Chabás y es una persona excelente, un ejemplo para el pueblo. Luego, un loco día, me llamaron desde Santa fe, desde el Ministerio de Educación, y me ofrecieron entrar a la escuela Bernardo de Monteagudo de Chabás como docente de ajedrez. Desde entonces he dictado clases  formales de dicha materia en seis escuelas: Carlos Casado, Bernardo Houssay, ambas de Casilda; Provincia de Chaco de Pérez, Almafuerte de Carcarañá y Sarmiento de Cañada de Gómez.



Además de las clases formales he dictado talleres de ajedrez en decenas de ciudades y pueblos, he organizado no sé cuántos torneos de ajedrez para clubes, escuelas y ministerios, he viajado con mis alumnos y alumnas a los Juegos Evita (acaso la mayor expresión de igualdad, contensión e interés por las infancias jamás pensada y ejecutada en Argentina). He escrito cuentos, notas, clases, he grabado reconstrucciones de nuestras batallas por la independencia vinculando el ajedrez y varios padres me pararon luego por las calles, para contarme cómo sus hijes les atosigaron con anécdotas sobre San Martín, Cabral y no sé cuántos más...


Pero el ajedrez no es mi única pasión. Mi padre me ensenó a querer el cielo. O tal vez no, pero sí me mostró cuánto él queria los cielos. Y eso es lo que todos necesitamos. No que nos enseñen a querer algo; sino que nos enseñen con pasión cuantó los demás amamos algo.

Mi padre era autodidacta. Leía diccionarios para entretenerse. Sabía las etimologías de cada una de las palabras. Nunca dijo: la grasa del asado. Decía: la aponeurosis.
Un día convenció a un secretario comunal para que comprara un fabuloso telescopio. Un reflector de 150 morlacos de apertura. 
Con ese telescopio fue feliz y cada tanto iba a un campo: mostraba los astros a los vecinos de Bigand.
Años después, una mañana soleada, hermosa afuera pero oscura en el ámbito en que mi viejo se moría, pude contarle que abriríamos enn su pueblo un Taller Comunal de Astronomía con su Nombre: Juan Carlos Galarza (gracias, David martino, por haberlo hecho posible). 



Hace 15 años perdí al hombre que me incentivó a leer, a saber, a curiosear adentro de esas máquinas del tiempo y de la dicha que son los libros. Mi viejo tenía solo tres libros de astronomía: uno muy antiguo, de mi abuelo Gumersindo; otro muy nuevo, entonces, casi inútil; uno fabuloso, de tapas rojas. Este último, escrito por Cecilia Payne Gaposchkin, antes de saber que estaba enfermo pero acaso previendo el futuro (o creándolo), me regaló en mano una noche. Papá me lo dió y dijo: Tenelo vos, le darás mejor destino que yo.


Permítanme ahora decir que también soy maestro de astronomía. Nunca cursé una facultad, es sabido. Leí y leo todo lo que puedo para tratar de transmitir las ideas tan hermosas que nos llevaron a andar las sabanas, a pintar las cuevas con calendarios plasmados en toros, a elevar piedras para anunciar los días iguales y los días quietos, a soñar con fuerzas (que no existen) y caer en pozos (que parece que sí existen), a inventar un estallido y a surfear las ondas del tiempo. Todo eso leí y leo aún para luego ir con cuentos a las escuelas y las plazas, a los clubes y a las cabecitas de esos pobres alumnos que no pocas veces pasaron de un peón a un átomo, de una casilla a una simetría espacial, de un rey a un reloj de sol, de un caballo a un orbital, de una goma que cae a un astronauta que anda por es espacio...



Con los telescopios al hombro viví de todo, bueno y malo, muy bueno y excelente. Conocí gentes, gané amigos y amigas. Perdí a Aldo. Gané a Ulises y a Ignacio. Miré los cielos de seis provincias: enseñé en las radas del mar junto a un Pillo; en los palmares junto a un guardabosques; en los salares junto a una maestra que viajó hasta allí a dedo, entusiasmada por una charla que brindé en su escuela, 36 horas antes, 3000 metros más abajo, 70 km más lejos. Enseñé estrellas en las sierras de colores junto a docentes que viven en pueblos a los que solo se accede caminando sobre las piedras de un río. Miré los cielos en los desiertos junto a un escritor entrañable y un matero de observar a ojo desnudo; en los pueblos bañados por el glifosato, que suma almas a sus cielos; en las cárceles para menores, que restan almas de sus cielos. 
Compartí ciencias sobre el hormigón de los patios de una escuela que memora al Flaco, invitado por el gran Armando, donde sus alumnes me atendieron y escucharon como si fuera yo el más importante hombre del mundo, como si llevara mi palabra la salvación o el descanso a esa pobreza que hoy más que nunca se ensaña con ellos, y tan solo eran dibujos del sol, cálidas manchas de tiza amarilla sobre el gris del suelo, distancias que solo son comparables a lo lejos que la sociedad ha llevado su posibilidad de vivir dignamente...


Conocí a Hugo Rasetto por intermedio de Bruno Rosas. Bruno pensó en mí cuando Hugo le pidió hacer algo que interesara a muchos, que sirviera para la cultura. 
Bruno me conocía gracias a Garello, un aficionado al cielo como yo. 
Garello, hace 14 años, me llamó una tarde, me djo: Miré, tengo una hija, es docente, da clases en una escuela con un alumnado que no cuenta con todas a su favor, ¿no iría usted a darles una charla de astronomía?
Jaja, al bosque fue por leña, el hombre.
 Allá nos fuimos, con Mimoni y Quéchatitache, la famosa chata que me llevó por el mundo en su tiempo. 
Llegamos a la escuela, dimos la charla, todos contentos, ya fue narrado. 
Antes de partir, Garello me dijo: ¿Cuanto le debo, Sergio? No, Broder, no money. Le dije. Dijo nuestro amigo: ¡Guats, al menos ¡cobre la nafta! Venga, dije, y nos dimos las manos y no nos vimos más. 
Años pasaron. Hasta que Bruno fue preguntado y recordó aquella lejana mañana en la que su padre lo llevo a conocer el hielo. No, no, perdón. Así comienza Cien Años de Soledad, la novela del Gabo. Tanto he leído que se me confunden las realidades con las fabulades... 
Bruno recordó mi nombre y me presentó a Hugo Rasetto, el senador de Iriondo, que buscaba una actividad culltural que interesara a los vecinos y vecinas de iriondo.
Conocer a Hugo, contar con su apoyo y su confianza, amplió mis cielos de un modo exponencial. Me faltan pueblos y ciudades para completar iriondo, pero este año seguro habré estado bajo todas sus estrellas, bajo todos sus soles.


Con Hugo hicimos Tu Cielo, una experiencia notable, basta que gugleen tu cielo/sergio galarza, o tu cielo/sagitarioblues.
Después hicimos más: escuelas, hogares, escuelas especiales, campamentos. Ahora mismo tenemos planes. pero el muy pícaro me sorprendió de veras ¡con su medalla!
Gracias Hugo y gracias todos y todas. Gracias Bruno, gracias cumpas de la Sarmiento, gracias chicas por haber venido a saludar. Gracias Sabri, Moni, Marta y todos y todas por estar. Gracias Carlitos por tus hermosas palabras. Gracias, vida, por dejar que mi pasión sea mi orgullo.




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