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miércoles, 4 de febrero de 2015

Los Ciclos de la Noche

Los Ciclos de la Noche


Los Ciclos de la Noche

Hay un estudio, dice que el hombre, su cuerpo, es una máquina de correr. Suda a través de toda la extensión de su piel; la tensión de los músculos y la resistencia de los tendones, la flexión y la compresión que toleran los esponjosos huesos; el desarrollo del talón y los pulgares de los piés; estas particularidades son herramientas para una prolongada y tenaz carrera. El resto de los mamíferos no pueden radiar el calor producido por sus cuerpos a través de la piel, por ello, al obligarlos a correr durante horas, caen vencidos sin riesgo para el cazador, se ahogan en su propio calor interno. Pero el que vence así un antílope se ha alejado kilómetros de su grupo, hay que cargar a la bestia y llevarle de regreso. Orientarse es preciso.

Orientarse significa saber hacia dónde ir, pero también significa el este, el horizonte aparente por dónde cada mañana amanece.

Este ha sido el primer ciclo del cielo que el hombre como especie ha de haber dominado para poder trasladarse por las extensas sabanas, los desiertos, el entero mundo: en base al eterno retorno del sol, día tras día, nacieron los puntos cardinales, el oriente y el poniente, el septentrión y el austro*.

Prever y mensurar el ciclo solar del día no fue poca cosa. Además de orientación, el paso gradual del día anunciaba qué tanto podíamos alejarnos de la cueva. Las horas de la tarde, sin duda, han de haber sido una diana para el regreso. Cuando enseñoreaba el ocaso el cazador trepaba a un árbol, se hundía en una cueva, se guarecía hasta la ansiada mañana.


Con los milenios y a fuerza de movernos con las manadas dimos sentido a algo que cualquier bicho siente y por ello mismo no comprende: la sucesión de las estaciones.


El paso del Sol

Si fijas, mediante la lectura de las sombras de varios mediodía, la altura máxima del sol alcanzada en cada jornada, pronto verás que esta nunca es de la misma magnitud.

La sombra arrojada por un objeto al mediodía siempre será la mínima sombra del día e indica la culminación del sol, es decir, el punto más alto sobre el horizonte.

Sin embargo, al comparar sombras meridianas sucesivas o alternadas, se verá que no son iguales en magnitud; todas las lecturas acusarán una leve diferencia con respecto al día precedente y al posterior. Esta variación en altura con respecto al horizonte irá en aumento si nos encaminamos hacia el verano, o en merma si marchamos hacia el invierno.

Esto es casi milagroso y se percibe observando cualquier objeto o midiendo sombras a partir de un palo clavado en el suelo; a este instrumento utilizado desde hace milenios le llamamos gnomon.

Un gnomon mide un nuevo ciclo del cielo: el año solar; ciclo que, en función de ciertos hitos que veremos más adelante, hoy dividimos en cuatro estaciones. En Egipto antiguo los meses del año fueron tres: Inundación, Siembra y Recolección. Cada cultura ha dividido el año a su antojo, por supuesto.

El sol asciende lentamente en el cielo de marzo a diciembre y luego cae, se derrumba un poco cada mediodía hasta alcanzar el punto más bajo, hasta que arroja la sombra más larga, en junio**.

Si una sombra es larga es porque el astro apenas alza sobre el horizonte, y -por tanto- la luz y el calor que percibimos incide sobre nuestras tierras en forma sesgada.


Toda energía que radie sobre una superficie en diagonal está siendo desaprovechada -en función de tal inclinación: la energía, para mayor economía, ha de radiar en forma perpendicular a la superficie que se quiera calentar o iluminar (por ello las planchas son planchas, porque así radian perpendicular a la superficie que desean calentar; esto ignoran los municipios que alumbran con farolas que, oblicuas, solo contaminan nuestro querido cielo).


La incidencia de los rayos solares en ángulos más o menos cerrados sobre nuestros hemisferios, es la razón por la cual los meses se distinguen entre sí en sus temperaturas medias y estado del tiempo. Es claro que en diciembre los rayos del sol calientan más la superficie terrestre en el hemisferio sur, y que en junio esta apenas llegue a entibiarse, con la vida guardándose en espera de mejores días.

Así, la simple observación de la altura del sol sobre el horizonte, proveyó a los hombres el conocimiento de un nuevo ciclo, fundamental, asimismo, el año, en la sucesión de las estaciones, imprescindibles a la hora de trabajar la tierra, de sembrarla y cosecharla, época que por desgracia también llegó un día, y que disparó el crecimiento y organización de las poblaciones hasta llegar a nuestras tristes sociedades, ya que, por primera vez en la historia de la especie, la cantidad de alimento producido fue mayor que el necesario, de modo que comenzó a almacenarse, generando especulación y violencia.

De la observación del cielo surgió muy pronto -tal vez antes que el concepto de año solar- la constancia de que otro astro escalonaba su aspecto: la Luna y sus fases.

Llamamos ciclo de fases lunares al grado de día lunar que vemos cada día desde Tierra, según sea la posición que ocupan en el espacio ambos astros con respecto al Sol. Así, Luna llena decimos cuando Sol Tierra y Luna forman una línea en el cielo: vemos su día entero. Luna nueva: Sol, Luna, Tierra, no le vemos en absoluto, ella da su noche hacia la Tierra. Los cuartos creciente y menguante se observan cuando la recta Luna-Tierra forma un cateto imaginario, perpendicular a la recta Tierra-Sol.


El ciclo de fases es uno en sí mismo; al medirlo con respecto al Sol, es de 28 días y fracción. El ciclo lunar ha contado desde siempre la gestación humana y se conoce un calendario lunar del mesolítico (8000 AC), muy anterior a los calendarios de la Mesopotamia. La mayoría de las culturas ha desarrollado calendarios lunares y solares más o menos precisos. El nuestro es solar pero la pascua se mide con la Luna


Zodíaco.

Entre los ciclos del cielo el de la noche es el que me cautiva. Este ciclo comprende a las estrellas y sucede cuando el Sol se traslada a través de sus doce casas. Veámoslo.

Si cada mañana uno toma nota de alguna estrella (en el momento en que advertimos que el sol va a aparecer, pero aún son visibles las estrellas) y se mide su posición con respecto al horizonte y un cardinal, por ejemplo: tal estrella, sita a un palmo del horizonte y a dos palmos del cardinal este, puede comprobarse por simple observación que, conforme pasen los días, esta se irá alejando hacia el oeste, adelantándose a la salida del sol.

En otras palabras, el sol surge del horizonte cada día un poco más tarde que cualquier estrella fija que se tome como referencia.

El sol retrocede con respecto a las estrellas fijas, o bien: la bóveda del cielo se adelanta cada día a la salida del sol.

Por supuesto, esta es la razón por la cual los cielos de verano e invierno son distintos. En verano vemos el cielo que forma el brazo de la Galaxia o Vía Láctea; en invierno vemos el cielo que nos separa del centro de la misma.

Si uno tiene la debida paciencia y constancia, puede verificar que el cielo se corre día tras día hasta que, una buena mañana, el sol vuelve a aparecer junto a la primera estrella medida.

El sol, habrá retrocedido sobre el fondo de estrellas hasta que estas, por formar en apariencia un círculo, un disco o una esfera, se repiten, vuelven al inicio; vuelven, las unas o el otro, lo mismo da, al punto de partida, cualquiera sea.

Los egipcios, por citar ejemplo, midieron el año con la estrella Sotis, aquella que nosotros llamamos El Perro, Sirius, Sirio.

Pero los hombres rara vez hablamos de estrellas solitarias, en cambio siempre les agrupamos en figuras o constelaciones.

Las constelaciones representaron la primer escuela, el primer cine mediante el cual los niños y jóvenes aprendieron lo que era bueno y lo que no.

Cada constelación antigua representa un hito, un suceso, un hecho que transmite moral o valores para cada etnia. Siempre insisto en que allí dónde los griegos vieron a un guerrero, a un ser violento y soberbio (incluso a un violador, en algunas leyendas), los amerindios vieron un poncho que era tejido por los dioses para abrigo de los mortales. Algo significativo si luego constatamos que las culturas nórdicas son atrasadas, necias y violentas, y las nuestras fueron siempre solidarias, no conocieron ni al pobre ni al huérfano, ni la propiedad sobre la tierra.

Las doce casas o signos del zodíaco son entonces doce constelaciones sobre las cuales se desplaza en apariencia el sol, a lo largo de su curso o camino por el cielo (llamado eclíptica), hasta que este se cierra en lo que llamamos año.

El sol retrocede con respecto a las estrellas fijas por la sencilla razón que la Tierra avanza en su órbita. Como no percibimos esto, cada noche vemos por proyección una región distinta de cielo.

¿Cuánto cambia el cielo cada día?

Si el año es un giro aparente del sol sobre el cielo, y si este giro se cumple en un año, el cielo cambia cada día:
360°/365 días= casi un grado.

El primer año solar fue medido correctamente hace milenios:
365 mediodías y fracción entre hito e hito.
Los babilonios midieron el año en días y redujeron su cálculo de 365 días y pico a los simples y muy útiles 360 días, que de inmediato transformaron para uso llano en 360 grados.

Que los babilonios simplificaran la cifra correcta a la ficticia -de 360 grados- fue tan solo un truco de buen matemático: el 360 tiene una gran cantidad de submúltiplos y por tanto una operatoria más cómoda que el número real. De todos modos, la fracción que antes mencioné nunca fue obviada; los calendarios siempre fueron corregidos en forma periódica para que cada estación comenzara en la fecha prevista; de hecho, seguimos haciéndolo: cada cuatro años intercalamos un año bisiesto para salvar esa fracción que despreciamos al hablar de años de 365 días.

La forma del cielo y la magnitud angular del círculo, la simple idea de ciclos, todos conceptos hijos de la curiosidad, la necesidad y el ingenio humanos; todos traducidos de la nada o creados en base a apariencias por ese lenguaje que llamamos ciencia y que nos ha llevado desde los cardinales a las precisas cabriolas de nuestras naves interestelares.

* Septentrión. Los antiguos identificaban el norte (nor, izquierda: el norte está a la izquierda de quién observa salir el sol) con siete estrellas que forman la osa mayor. Estas estrellas eran siete bueyes (onis) que tiraban del carro del cielo, haciéndolo girar cada noche alrededor de su centro o estrella polar.
Austro es el nombre de un viento caliente que, en Europa, sopla desde el sur (lleva calor del ecuador hacia las latitudes mayores).


**Por supuesto, hablo del hemisferio sur, en el norte es al vesre.

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