La Larga Lluvia
o
De Ray Bradbury a algo que una
vez fue Sandra Bullock.
Hay un cuento de Ray Bradbury que narra la marcha forzada de unos hombres a través
de un Venus húmedo y lluvioso, creado por la imaginación prodigiosa del artista
en los años 50.
Que
el Lucero está cubierto de nubes espesas, a nadie escapa; de allí el intenso
brillo que muestra, ora por las tardes, ora en los amaneceres*. Mas, esas nubes
no permiten ningún tipo de vegetación ni diluvios germinales** como ocurre en
el relato, donde la expedición es literalmente devorada por una vegetación
exuberante que crece al instante de haber sido segada***.
En
un mundo como este creí vivir hasta ayer por la mañana, después de 15 días de
noches torrenciales, nublados absolutos y humedades vietnamitas (je, je, je, es broma, claro).
Del sol nuestro
había olvidado su motivo y esencia, y de los otros, las hermosas, filosas
estrellas, su ligazón con mi vida llegó a ser tan confusa en la memoria… algo lejano
y doloroso como el amor que profesamos hacia la persona que ya no nos quiere y
no vemos. Pero anoche despejó.
En
casa estaban mi hermano Juan, con su esposa Marce y su hija More; mi hermana
Vero, con Aymi; y mi hija Natalia, con Maxi y Leónidas. Moni y yo, anfitriones,
habíamos preparado una mesa tan copiosa como la semana y en la parrilla
terminaba de dorarse una buena kilada de cortes, todos exquisitos. Por cierto,
Leónidas es mi nieto.
Eran
las 22 y estaba yo bañado en sudor, atendiendo las emisiones infrarrojas del
carbón, carbón que debía renovar cada 15 minutos, ya que radiaba este casi toda
su energía en lidia contra la humedad del asador, por lo cual muy poca curva le
quedaba libre para aumentar la velocidad de las moléculas de la carne, eso que,
gracias a dios, resumimos con la cotidiana voz: de cocinar. En estos divagues absurdos estaba, decía,
todo sudado, cuando intuí que mi nieto estaba afuera. En efecto, el excelente
fiat uno acababa de aparcar frente a casa, Maxi abría la portezuela y detrás
veo a mi hija, quien lidia con leónidas y su cinturón de seguridad. Di la
vuelta y ya vi su cara con una sonrisa, mirándome. Abría la otra puerta, la del
acompañante trasero y él tendió sus manitas, para que le alce. ¡Ah! ¡Cuánta
alegría puede sentir un hombre en su vida, cuánta felicidad cabe en el corazón
de un abuelo! Muchas más que estrellas en una galaxia, les aseguro.
La
noche estaba completa, podrían haber venido más amores, sí, pero nada es
perfecto, o todo lo es si no exigimos más de lo que se nos brinda de buen modo.
Todos agasajamos a los recién llegados y pronto las pizas de Vero, las empanadas
de Moni, las ensaladas y los asados, comenzaron a desaparecer de las fuentes.
Juan y Maxi, ejemplo para todos, solo beben gaseosa o agua ya que deben
conducir de regreso; las mujeres adultas, cerveza; las niñas, gaseosas; un
servidor, el hálito mágico de la noche y el peso amado del niño que cargo en
brazos desde que llegara.
Desde
que Leónidas mira aquello de lo que se le habla, le muestro el cielo. Le
muestro la Luna
y las estrellas y al hacerlo se las nombro, mirá Leónidas, Rigel, Betelhause, Sirio,
Canopus, Porción, el lindo Júpiter, la
Cruz del sur. Cada uno de los astros conspicuos trato que vea
al tiempo que escucha la voz que le da sentido y entidad, para que la
respectiva huella mnémica se grabe en su cerebro ávido. Él las observa, sí, sin
error, y las señala con su manita pequeña, aunque es gigante, para imitarme, si
duda.
El
patio de casa tenía varios sitios aparentes para la observación, pero la
irracionalidad los ha ido anulando uno a uno. Ay, si tuviera poder, lanzaría
una campaña que rezaría: Amigo, no sea tan simple, no coloque una lámpara,
apague la tele y mire un poco el cielo, crea que se disfruta también así.
En
fin, decía que antes podía observar el cielo desde cualquier sitio de mi patio;
hoy no, hoy solo me quedan un par de metros cuadrados sitos frente a la puerta,
entre el asador, la pile y los altos árboles, frondosos, amigos, muy buena
gente de cabeza verde, como ya dijo Stevenson.
En
ese cuadrilátero de noche, veo una porción de cielo que, cuando el brazo
galáctico toca el cenit, incluye Orión, Sirio, Popa, Vela, parte de Carina,
Crux y, si me estiro un poco, los pies gemelos, el perro chico y la boca negra
que es Unicornio, mientras que al sur también pispeo Omeguita y las patas del
Lobo.
Se
imaginarán, no todos tienen tanto, así que allí armé al Timbero, toda vez que
llenamos nuestras barrigas, y la hora de la partida era ya pronta. Esta gente
–mis parientes- no habían venido a observar, pero un ATDL no deja ir a sus
visitantes sin cargarles unas buenas vistas en las retinas. De modo que cuando
el Meade 80/480 estuvo listo, a 9x primero, mediante un ocus Orión de 50mm, nos
lanzamos sobre diversos cúmulos que por allí los había.
Observamos
NGC 4755 y la Rubí crucis, NGC 4106 y las lindas estrellas que lo enmarcan
sobre el palo mayor de cruz, NGC 3766 y 3532, el Alfiletero; también y a tres
aumentos diversos, 9x, 18x y 40x, eta carina, la Gema y las Pléyades del sur,
IC2602. la verdad, la zona de las tres cruces: Crux, Diamante y Falsa, con las
estrellas Avior, Aspidiske, Miaplácidus, IC2602, y las muchas velorum. Es esta una
zona de lujo, que disfrutamos sin agradecer lo suficiente. ¡Cuántos cúmulos,
cuántas estrellas de diverso color! La mayoría azules, blancas, jóvenes, pero
también naranjas y rojas, como q carinae, arribita de pléyades, o N velorum y
la hermosa Suhail o gama velorum; y (aunque no roja) ni hablar de la múltiple
Regor, cómo me gusta esa luz, allá arriba.
Bien,
esos cúmulos altos los miramos todos con el apocromático, que para eso lo
compré, para ver campo muy amplio, y la verdad es que lo disfruto tanto o más
que al Pequeño Juan, el increíble LX200 de 12 pulgares de cacerola (qfp), ya
por su peso y comodidad, tanto como por su calidad óptica, que nunca por sus
aumentos, claro.
Poco
después mi hermano creyó oportuno volar. Eran las doce largas y por la mañana
había que laburar. Entré las cosas, el tubo estaba mojado, lo dejé secar sobre
la mesa. Una noche de amistad, comilona y estrellas tocaba a su fin. Me dí una
ducha, humedad corriente que barrió la humedad del cuerpo, y me tiré a la cama.
Antes de dormir aún miré el final de una peli absurda, Tan lejos y tan cerca,
una basurita de Hollywood con Tom hanks y algo que alguna vez fue Sandra
Bullock. Una gansada filmada para contarle al mundo qué tan infelices se sienten
los yankis por haberse infringido el atentado de las torres, en el día de su
golpe a nuestro querido Allende.
En
fin, tanto amo el cine y tanto lo desprecia esa gente, la que allá lo hace.
Pero
no comencé esta nota para hablarles de ello. La escribí para contar qué luces
vimos, en qué noche querida, con qué gentes tan lindas. Porque después de la larga lluvia aún nos aguarda el sol, el calor de los que queremos y nos quieren, bajo las estrellas de una noche cualquiera, una como esta, que fue magnífica.
Un
abrazo.
*Venus
alterna sus vistas entre los dos ocasos pues es planeta interior a Tierra, así
como lo hace Mercurio. Planeta interior quiere decir que su órbita es inferior
a la nuestra con respecto al Sol, de modo que nunca lo veremos –a Venus- lejos
del astro mayor. Ya en el libro Cielo, de Plinio el Viejo, puede leer que Venus
jamás se aparta del Sol más allá de los 42º, a partir de lo cual su posición
aparente comienza a acercarse a él, dado que ha doblado en su órbita –ha transpuesto la mayor elongación. Llegarán así
los días en que el planeta será invisible –cuando pase por detrás o por delante
del Sol, con respecto a nosotros- hasta que poco después comience a ser visible
sobre el ocaso opuesto, del otro lado
del Sol.
**Las
nubes de Venus están compuestas por dióxido de azufre, argón, vapor de agua y
monóxido de carbono, lo cual genera un efecto invernadero que sitúa su
temperatura sobre los 500º C, la más alta del sistema solar. En realidad,
llueve en ese planeta… ¡ácido sulfúrico!
***Es
notable que las plantas hayan sido vistas como enemigas alguna vez; sin
embargo, allí están El día de los trífidos y los Usurpadores de cuerpos en
sus formatos libro y filme; en ambas ficciones son las plantas las que hacen
sucumbir a la sociedad, cosa increíble en una especie como la nuestra,
parasitaria de la fotosíntesis.
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