El
planeta rojo
Marte es el cuarto
mundo desde el sol; será visible durante el mes de Marzo después de las 23
horas, a pocos palmos del horizonte E, debajo de una estrella luminosa llamada
Spika.
Marte es un planeta
telúrico, es decir, de tierra firme, el último de ellos. A él le siguen los
cuatro gigantes gaseosos, Júpiter Saturno, Urano y Neptuno. Venus y Mercurio,
junto a nuestra Tierra, son los restantes planetas telúricos. A Plutón lo hemos
raleado de esta categoría, solo los viejos le recordamos como tal, los niños ya
saben que el muchacho no da la talla.
Marte es visible a
simple vista. En el antiguo cielo, en el cual las estrellas eran puntos fijos,
los planetas eran puntos vagabundos*. Por brillar de notable color rojo lleva
ese nombre, el del dios de la guerra. Hoy, la guerra no tiene color, es un
video juego para nuestros pibes. Los héroes de Malvinas saben la verdad. En la
antigüedad, la guerra era roja porque la sangre cubría a los hombres, a los
campos de batalla y teñía los ríos. La guerra es lo peor que puede sucederle a
los pueblos y Marte cuelga de la noche para recordarlo a los mortales.
Por su parte, la
ciencia explica el tono bermejo de ese mundo debido al hierro oxidado en
superficie (curioso, la sangre es roja por el hierro que posee, de modo que la
explicación antigua ¿era correcta?).
Ares –tal su nombre
griego- está ligado a la historia de la astronomía. Durante mil años los
astrónomos inventaron esferas y círculos para justificar las órbitas irregulares
de esos vagabundos. Tiempo perdido. El paso del Belicoso sobre el cielo le dio
a Kepler la pista sobre qué tipo de órbitas tenían los planetas: elipses.
En el siglo XIX el
planeta fue famoso gracias a la imaginación de Schiaparelli, quien dijo haber
observado canales en superficie. Pronto, Lowell aplicó la lógica de los
simples: Canal-conducto de agua artificial-planeta habitado y tecnológico.
Ahora somos conscientes de esta falacia pero entonces todos creyeron que Marte
estaba habitado. HG Wells escribió su famosa novela Guerra de los Mundos, donde
los marcianos nos invaden. Y Orson Welles narró la historia por radio al pueblo
estadounidense, el cual salió a las calles armado en busca de alienígenas para
matar.
Aunque lo anterior
habla de insensatez humana, hace poco se encontró en la Antártida un meteorito
que provino de Marte. Esta roca mostró huellas de haber traído supuestas
bacterias provenientes del planeta. Esta teoría no es aceptada por todos pero
la idea de panspermia en el sistema (que la vida pueda ser sembrada por meteoros,
de planeta en planeta) cada día logra adeptos. Será tema de próximas notas.
Marte genera un cuarto
de la gravedad terrestre, posee tenue atmósfera y alberga hielos de dióxido de
carbono y algo de agua en los polos. Los rayos ultravioleta tocan su superficie,
de modo que el hombre que le colonice deberá habitar dentro de chozas del
futuro que lo protejan. Posee estaciones como en la Tierra, solo que cada una
dura el doble de tiempo ya que su año es de 687 días.
Por mucho que le
investiguemos –ahora mismo tenemos tres robots sobre sus dunas y desiertos, y
todos funcionan, le excavan, hurgan, fotografían- nunca dejaré de ver a Marte
como Ray Bradbury me lo mostró en su novela Crónicas Marcianas: un mundo
melancólico, con casas de agua, veleros en el polvo y cenizas de papel, con
pequeños colonos terrícolas que, al mirarse reflejados en sus mares, al fin se
reconocen como marcianos.
*En griego, vagabundo
se dice planeta.
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