¡Alea jacta est!
El sábado estaba viendo andar el sol en las sombras
del patio, sentado a la mesa frente a Moni, chupando un mate. Pensaba en el
huidizo R..., que me debía dos pilas de mil morlacos. Debía decidirme de una
buena vez: o bien iba a cobrarle, aguantaba a su atenta esposa que me espetara
en la cara y cobraba pero con cierto desencanto. La alternativa era dejarlo sin
cobrar, perder las dos lucardas y ahorrarme el aliento de la bruja. Es decir,
un fin de semana seco. En esto estaba, cual Hamlet con su calavera, cuando ¡talan,
talan! suena la campana del celular, un Samsung nosecuantos que me arregló el
Migue en el último viaje a las tierras del Libertador del sur, el gran San Martín.
Atiendo por fin el engendro blanco: es Javier Burzaca, y dice ¿Vamos a
observar?
En media hora tengo la kangoo cargada con mis
binoculares, los larguiruchos, los increíbles Meade 9x63; el lamborghini de los
telescopios, el increíble Luz del cielo, el Meade LX90 de 8´´ ACF & GPS -tanto
hace que no lo escribo que lo puse al revés; la valija con utensilios, los
oculares que he podido lograr hasta ahora, a saber: el increíble Silver Park de
40 mm y
50º de campo, comprado a The Lord of de eyepieces, al igual que el lantano
grande, el LVH de 8
milímetros , tremendo animal en el cual Saturno te
muestra hasta los anillos de las orejas y un piercing que tiene en el ombligo
sin el más mínimo desliz de luz; y los dos zafiros que le bajé de un solo saque
a mi socio, el mítico Roger, dos Meade HD de 60º de field y seis cristalitos,
de 12 y 18mm respectivos, dos ocus de alta gama con los cuales te caes de
espaldas al meterle ojo a Júpiter, o a la notoria cuarenta y dos, o a el
enjambre de abejas, o, y como bien pudimos constatar este sábado de marras,
solo que mucho más tarde, a la moneda de plata, la bellísima NGC 253, la
galaxia de Escultor, bonísima traza de tiza fuerte en el negro cielo de Arnold,
poblado de Santa fe, cuyas campiñas y alejados caminos nos reunía en la
madrugada fría y negra como el alma de un acólito del Payaso.
Cargada la chata, solo faltaba encargarse del escabio
y la barriga. Ubicado estratégicamente a media cuadra de la vinería y a diez de
una carnicería flor, me así yo a pié de un buen Malbec y envié a Mimoni a por
las vituallas del cerdo ya que ella es más joven y más linda y, como suele
decir, me quiere más. Volvió la prenda con cuatro choris gruesos como el Luz
del cielo, casi, ricos cómo la primera luz del mejor teles enfocado sobre el joyero
o, mejor, las pléyades del sur, que ya vienen subiendo en las madrugadas.
Con todo el abrigo y los petates que nombré, salí rumbo
al sureste, es decir, hacia Fuentes, primero, unos 15.000 metros
derechito, y luego al este noreste, otros tantos, bajo un espeso manto de nubes
que apenas mostraba la tenaz face de doña Selene. Hube de esperar buena hora
antes que los organizadores dieran el santo y seña, pero bien valió la pena,
pues don Javier y el famoso Silvio Bilos, de Rosario el doc, habían estado a la
pesca de mejores sitios y, girando, girando, habían dado con una huella
fenomenal, a escasos cinco mil metros del pueblo de Arnold, como dije.
El lugar era sencillamente perfecto. Una arboleda
opacaba las pocas luces del pueblo de por si escaso en gentes, por el noroeste
de los observantes; al este fulgía Rosario manchando unos buenos 20º de espacio;
al norte una tapera de eucaliptos y al sur, cielo y más taperas lejanas,
sombrías como barcos muertos en el mar de zargazo de monsanto.
Javier vino en su excelente Chevrolet turbo con tremenda
casilla enganchada. Esta humilde morada travelina tiene dentro de todo:
heladera, cocina, horno, cuchetas varias, ducha, comedor, pileta de lavar,
mesada, sala de estar, recibidor, galería, terraza y cochera, sin contar la
cucha para un gran danés, si se te antoja. Si el frió arrecia nos zampamos acá
adentro, dice Javi mientras pone agua para unos cafés fenomenales, más negros y
cálidos que el alma de un buen peronista, carajo.
Silvio ha conducido su giyo verde y ya está armando su
increíble Skay Watcher 102-500, perfecto refra de tan corta focal sobre la LDX de Meade. Apenas lo monta
veo que se ha hecho una cola de milano de madera. Luego presto atención y el
tipo tiene de todo: calentador para el láser, calentador para la placa de
Schmidt-Newton que dejó en su casa, repartidor de voltajes para todo el
instrumental que puedas soñar, incluido un bisturí superelectrónico por si se
te estropeara la próstata, que allí mismo te la desempasta, si falta hiciera,
ya que es cirujano de pirulos, el vago.
En fin, siempre me siento a escribir de astronomía, o
eso creo, y termino escribiendo de cualquier cosa, o eso creo.
Estaba diciendo que Silvio tiene de todo, como el auto
ese de 007 al que le tocás un botón y pronto explota algo o se mete bajo el
agua o lanza aceite para que los malos se vayan al abismo en la primera curva,
porque ya sabemos todos que los british son buena gente y jamás molestan a
nadie, como no sea este alguien sudaca, morocho, pobre o ajeno al islote que
ellos habitan.
Veo por ahí una caja de madera forrada en terciopelo negro,
más bonita que el trapecio y la imagino así: adentro una batería de 12 porque
afuera lleva bornes, amperímetro, vatímetro y mil cosas más. Enseguida caigo y
le pregunto: ¿Vos sos técnico? Sí, dice y ya está, con eso me dijo todo porque
los técnicos argentinos somos capaces de cualquier cosa; bien lo sé: soy uno de
ellos.
Observar, ni ahí. Hasta esa hora tan solo habíamos
puesto en estación la montura, la
LDX con la brillante Altaír y el increíble corazón del
Escorpión, la roja Antares, brillando a través de lo sucio del cielo, bien
alta, ella, mostrándole el ocaso a la
Luna que ciega la seguía por detrás. Por ahí el techo algo
abría y entonces le metíamos el ojo a la Dumbell o a la de la linda Lyra, redondita y
nítida en el 102-500, teles corto y pesado como el intelecto de Moyano.
Enseguida que terminamos con los fecas, nos dice
Javier, Vamos a buscar leña a la tapera, y allá nos vamos, unos trescientos
metros a campo traviesa, tres soldados de las estrellas andando sobre la tierra
húmeda y mustia, vacía de vida, allí, arrasada de todo. El campo santafecino solo
debe de ser comparable a la tierra abrasada por el NAPALM, en el Vietnam de Robert
Duval, en aquellas mañanas en que a él, pobre surfista enajenado, solo así le
huelen a Victoria (hay que ver la imperdible Apocalipsis Now, y saber
que el glifosato con que bañan mi tierra es el napalm disfrazado de
fitonosequé).
Llegamos a la tapera y Javier dice, Cuando lleguen las
chicas venimos de nuevo… y yo me digo por dentro ¿Cuándo, quiénes, cómo? Porque
de chicas nada sabía ni debiera saber, conociendo los celos de mi Moni, la
bella que ha quedado en casa guardando por mí. Silvio algo dice y Javier
contesta. Ambos tienen la suerte de contar con amigas y nadie que en apariencia
mucho los rete. No tengo amigas ni tenerlas podría si vivo anhelo seguir
viviendo. Ya una vez volví de una juntada con una piba que conmigo ni la hora,
y sin embargo fue la famosa noche en que amanecí en el hotel de Casilda.
En fin, los dados estaban tirados o como dijo algún
latino: Alea jacta est. El otro día mi sobrina me preguntó qué quería decir
esta frase y tuve que recurrir al diccionario. ¡Vergüenza mayúscula la mía! mi
viejo de un saque hubiera contestado). En fin, Alea jacta estaban tirados y que
viniera lo que viniese. De hecho, apenas desperté, en la mañana siguiente,
Mimoni me preguntó: ¿Cuántos eran? Y veraz contesté: Seis, sin que se me
moviera un pelo adormilado.
Armamos una fogata digna de Carrie en su noche de
graduación. Le metimos candela rama sobre rama y el frío retrocedió a un radio
de metro y medio detrás de nosotros. Arriba las nubes jugaron a la popa
tocándose unas a otras sin resquicio para una luz del cielo; lejanas, frías
ellas; frías y lejanas las estrellas parpadeando tras el velo blanco. Rigil, nítida,
Acrux, nítida, Hadar, nítida, Antares, allí, Altaír, nítida y otras luces
también, jugando a las escondidas en su mermada magnitud.
A eso de las 11 pusimos los choris sobre la parrilla y
las brazas débiles debajo. Enseguida chillaron los locos, ahítos de grasa. Javí
los pinchó un poco y pronto chorrearon algo. Olvidé decir que con el cofee, el
hombre de Zavalla, anfitrión aquí por lo próximo a su casa, había cortado queso
y salame por lo cual nuestras barrigas poco embromaban a esta tardía hora.
Los choris se fueron cocinando parejos mientras
hablamos y hablamos y por fin sonó el celular de uno de los amigos anunciando
que las féminas estaban en el pueblo. Silvio y Javier fueron a buscarlas; me
quedé sentado en mi reposera, viendo la luna y el fuego y la noche lejana
detrás de las taperas.
Al rato largo vi las luces aumentar su paralaje en el
camino. Un auto adelante y otro atrás, despacio primero y luego algo más
rápido, acercándose hacia mí.
Doblaron la curva y Silvio pasó primero en su peugeot
206, y estacionó lejos y adelante. Después llegó el Taunus, rojo, tuerto. Vino despacio
hasta casi tocar mi silla del cielo, en la cual recostado estaba, abrigado,
mirando la sola luz que lenta se acercó, dije. Escuché el motor noble del ford,
el golpe característico de sus bancadas. Tuve un Taunus. Amo las líneas duras
del Taunus. Recuerdo que en Argentina lo presentaron con una propaganda en la
cual decenas de Taunus venían por un camino de lomadas, con lo cual los frentes
aparecían y desaparecían rítmicamente cual onda electromagnética avanzando
polarizada. Lo más lindo era la música del corto. Papa, papa, papa pa papa papa
papaaaaa, ahora lo estoy viendo. Escucho la banda sonora por la web. Es un auto que siempre me sedujo más allá de
su historia cómplice.
Pasó el taunus cerca detrás de mí, dije y enseguida
retrocedió de nuevo. Retrocedió la sola luz de ese cíclope rojo cargado de
voces divertidas. Paró allá y bajaron las chicas, estudiantes de astronomía en
el observatorio de Rosario; allí habían cursado juntas, conociéndose y
amigándose.
Cecilia, Romina y Mariana traían hamburguesas, las echaron
junto a los choris. Servimos con panes y mayonesa. Comimos y tomamos, Silvio y
Javi, cerveza, las chicas lo mismo. Un narrador honró el vino.
Las nubes arriba y después de cenar arrancó el mate.
Meta cebar y meter fuego al fuego. Se hablaba de cualquier cosa aunque
enseguida Javier desenvolvió una historia bastante buena sobre una tapera
endiablada o maldita donde le tocó trabajar cierta vez y donde casi muere
aplastado por un tronco grande que cayó no sabe cómo sobre su cuello. Le habían
advertido, aclaró, porque en esa vieja casa, entonces abandonada, otrora vivía
una familia de la cual la madre asesinó violentamente a su hija, pobre alma que
no supo o no pudo encontrar el camino de los muertos y vagando quedó hasta hoy
cerca de donde su cuerpo alimenta gusanos y pajonales pobres, bajo los árboles
que él, Javier, tenía encomendado talar. No me extraña su accidente. No se
embroma con los que se hallan en el umbral. Bien lo sé y fue una pena que no
contara mi historia. Será para la próxima, con suerte.
En fin, todos gente de ciencia, nada teníamos que
temer allí, en la certeza de ser mecidos por secretas y lúcidas fuerzas
gravitatorias, inmersos en dispersiones lumínicas y espectros, no de muertas extraviadas,
sino de soles jubilosos aunque bien lejanos. Así, apenas finalizado el relato,
a buscar más leña.
Se pararon todos y al campo muerto de nuevo, a la
tapera, en busca de esas ramas que era prohibido tocar. Caminaron los cinco
bajo la luna tenue en el capote del cielo. Creció ahora la tapera negra sobre
ellos, ahogando la visión clara del horizonte. De lejos nomás las rayas finas
de los leds en la cabeza. Llegaron al linde del monstruo arbóreo que respiraba
allí y pellizcaron su sueño al quitarle las ramas secas. Cargó cada cual su medida
de peso y entre bromas y sustos se proveyó esa gente de calor futuro. Volvieron
despacio, todavía embromando, asustadas las mujeres de vez en vez por los
chistes de Silvio y los aullidos de Javier.
Recién sobre las dos el cielo se dignó abrir. Vimos
con alegría como un rumbo de negro y luces se estiraba desde el cenit a los
lados en un abra curioso como la bondad de un rico. Se ve que un viento frío y
fuerte soplaba allí, apartando las nubes hacia el norte y el sur, despejando
estrellas justo cuando la moneda de plata brillaba a noventa grados del
horizonte, si brillar puede decirse de una galaxia situada a 10 o 12 millones de años luz
de casa.
Armé a Luz del cielo en menos de lo que trago un chori
calentito y rico como el beso de la mujer amada. Apenas orientado su autostar con el Timonel del Argos* y el Final del río*, le
metí a todo lo que arriba había, que no era poco. Ya Silvio nos había paseado
por lo que se iba abriendo pues él lo tenía montado desde las nueve, al menos.
Apenas enfoco el 104 del Tucán nos solazamos con esas
agujas arracimadas hasta el infinito. Imaginen esto, decenas de miles de
estrellas girando enloquecidas unas sobre otras. ¿Rozándose? Acaso, no. Si hubo
que esperar al Príncipe de las matemáticas para que solucionara el problema de
los tres cuerpos, qué no deberemos esperar para dilucidar en un programa el
frenesí de NGC104, el cúmulo globular 47 tucanae, de quién aquí hablo. Enseguida
la Tarántula ,
la bella y cercana nube de la
Magallanes grande, catalogada cual NGC2070 y objeto de culto
de nuestro buen amigo Guille.
Cuando le metimos el ojo a la 253, bien arribita
nuestro, quedé un espacio de tiempo patitieso pues en el HD de 18mm a más de
100x en el Meade de 2000 focales y 203 cacerolas (qfp), su halo gris barría el
ocular como una ballena blanca y mansa flotando en la rada. El cálculo es sencillo,
creo. El fov de un ocular se calcula dividiendo el campo aparente por los x, es
decir, los aumentos. Así, el HD de 18 mm y 60º en el LX de 2000mm de focal, nos
da: 2000/18=111x, luego: 60º/111= 0,54º que pasados a minutos da: 0,54º x 60=
32,4´. Ahora bien, la 253 mide, dicen, 26´, es decir, 32´- 26´= 6´ libres ¡El
ocular estaba inundado por la galaxia! Todos nos deleitamos con ella y enseguida
a por el cúmulo NGC288 que Dios situó allí nomás a menos de unos pocos grados.
Eso no fue todo, le tiré a la 300 y enseguida a otra niña que por allí andaba (la NGC 55). Lo que no voy a
perdonarme es no haberle tirado a la
Helix o Hélice, o NGC 7293, nebulosa planetaria bella y
luminosa como pocas, que podíamos haber visto a mansalva hasta dejar caer las
pestañas quemadas de gusto en el camino. No estaba más que a un palmo de
nuestras narices en su Aguatero. No estaba a mucho más de 400 años luz de casa
siendo con ello no solo la muy cercana de sculptor sino además la más cercana
al sol. Y con hechos como estos se comprueba que en realidad soy, como siempre digo
y estén atentos pues se viene el primer curso para llegar a serlo, un verdadero
ATDL: solo así se entiende que privara a los circunstantes de semejante bello
objeto.
La noche siguió allí arriba, nos guste o no, de modo
que los soles y los planetas continuaron girando hacia el oeste. Pronto, entre
las nubes del este, resplandecientes por las luminarias de la gran ciudad,
asomó una luz notoria y gruesa. El dios de los dioses hacía su entrada
triunfal. El gran Júpiter, con sus galileanos en torno, majestuoso avanzaba
hacia la misma boca de nuestros teles.
Claro que pronto le siguieron la bella Rigel Orionis,
el Gran can y todo el séquito de verano. Esto debió alertarme sobre la hora,
pero la noche recién se mostraba, así que había que seguir observando. Pronto,
la 42 se puso a una altura respetable y le di de lleno con el 12mm. Uff, la
nube oscura casi me ciega.
Enseguida le dimos a las llovedoras y a las
palomas que suelo mirar (hyades y pléyades). Javier había armado su 70
700 y allí las pléyades fueron un lujo, enteras a 25x.
Mucho más miramos y volvimos a comer lo que se había
salvado del primer lance. Redoblamos el mate y la charla sin mayor ni menor sentido
que el de distraerse mientras la sustancia de la que está hecha la memoria
fluía despacio.
La luna murió blanca, nomás, acaso como viviera los
últimos 3.000 millones de años (capaz que en los 500 restantes tuviera mayor
color) y las nubes volvieron a reclamar su cielo. Pronto todo cerró.
No sentía aún cansancio pero la noche hacía tiempo que
había dejado lugar a la madrugada, y, ésta, a la mañana. Venus casi se veía sin
aberración, para que hagan ustedes sus cuentas.
Aún así, fue Silvio el primero en arriar las velas.
Guardó su tubo y lo seguí sin pena ni gloria empacando el lamborghini.
Cuando casi todo estuvo en su lugar, saludé y partí.
Los amigos y las chicas se abrazaron en el frío y agitaron sus manitas
enguantadas en el retrovisor.
El camino, vacío; solo en el pueblo algunos autos,
chicos que regresaban de sus salidas, acaso alegres y con sueño.
Llegué, estacioné y me acosté. Moni no se despertó.
Eran las 715 cuando miré el reloj.
A las diez me levanté. La mañana me deslumbró otra
vez, como en cada despertar.
* El timonel de la barca Argos, se llamó Canopus, estrella segunda en brillo sobre nuestro cielo, brilla a unos 7000º y puede observarse desde aquí tanto en rayos x como en radio. está aunos 300 años luz de casa.
" El final del río es el significado de Achernar (Akhir una nahr), bella estrella azul de unas 7 masas solares. Por efecto de su velocidad de rotación es mucho más ancha que alta.Tiene una compañera muy próxima que le circunda cada 14 años.
" El final del río es el significado de Achernar (Akhir una nahr), bella estrella azul de unas 7 masas solares. Por efecto de su velocidad de rotación es mucho más ancha que alta.Tiene una compañera muy próxima que le circunda cada 14 años.
Muy bueno, Sergio! Muuuuuuuuuy bueno!
ResponderEliminarAbrazo,
Rodo.