¡Cómo
medir un átomo! o…
¡Delgadas
láminas oleosas, Batman!
Demócrito
inventó el átomo hace unos 2400 años.
Llegó a esa
idea con el solo esfuerzo de su razón. Explicaba que todas las cosas -el
universo entero- estaban hechas de átomos y que de los diferentes tipos o
clases de esos pequeños guijarros derivaba la variedad material del mundo.
“Solo
hay átomos y vacío” decía el sabio de Abdera.
Compré hace 20
años un libro precioso, es una tesis presentada por Einstein y trata sobre los
escritos de Epicuro acerca del átomo imaginado por Demócrito. Para explicar la
dureza o ligazón de las diversas formas o estados materiales, argüía Epicuro
que los átomos tenían ganchos y, estos, diferentes curvaturas. Así, los sólidos
poseían ganchos fuertes y cerrados; los líquidos, ganchos cerrados pero sin
ajustes; y lo gaseoso –decían- estaba compuesto por ganchos romos, que no
producían ligazón alguna.
Pensar el átomo
y sus movimientos implicó negar la idea de dios o dioses paveando por allí. Si todo
es átomos y vacío, si de la unión o desunión de ellos depende el mundo, nada
tiene que hacer ninguna mente o acción divina, como algunos creemos hoy.
“Todo
lo que existe es fruto del azar y de la necesidad” decía don Demo.
Pero estas
ideas, desarrolladas hace 2000 años, eran peligrosas. Los místicos ya tramaban
sus acechanzas y denuncias y corrompían las mentes de los estudiantes. La escuela
atomista fue negada y las ideas defendidas por los aristotélicos (por los que
en esencia negaban el vacío, antes y después del Filósofo que ríe se impuso
para inclinar la historia de la ciencia al pantanal previo a la edad media.
“La
risa torna sabio…” sostenía.
Giordano Bruno
adhirió a tales ideas –por desgracia, el pobre monje afirmó como el antiguo filósofo:
“hay
infinito número de mundos, sujetos a generación y corrupción”- y ya entrado
el siglo XVII las teorías de la gravitación y la incipiente química fueron
modelando los conceptos que tomamos como ciertos.
Sin meterme en
líos con una historia apasionante y fórmulas que me superan, quiero contar cómo
fue que se pudo medir el tamaño de las moléculas por vez primera.
Si los átomos
existen –decían entonces sus defensores- debemos poder medirlos de algún modo (entonces
se hablaba de moléculas o átomos por igual).
Efectivamente,
tal proeza fue posible gracias al ingenio humano y no merced a ningún tipo de
regla o instrumento cuantificador.
En 1890, Lord Rayleigh
-el de la dispersión, que explicó algo tan bello como el cielo azul- tuvo una
idea majestuosa que voy a explicar con mis palabras, para no abusar de los
ejemplos ajenos, cosa que horroriza y denigra a un ATDL.
Imagina que
puedes deformar algo que está compuesto por pequeñas partes cuya existencia es
desconocida. Imagina que quieres medir esas pequeñas partes y no puedes hacerlo
mediante una máquina o regla de medida. ¿Cómo obrar?
Rayleigh pensó
que, dado un cuerpo o cantidad de materia de volumen conocido, si podía
esparcirle o dilatarlo hasta que este se rompiera, tendría allí el límite de aplanamiento
o tamaño de las moléculas que formaban ese volumen original.
Veámoslo así:
tengo en mis manos un mazo de cartas españolas. El mazo es un volumen de
materia conocido, mide tanto por tanto, y me aseguran que está formado por no sé
cuantas partes mínimas, indivisibles.
¿Cómo puedo
medir cada una de esas partes elementales, últimas, que no puedo ver? ¿Cada una
de esas… digámosle… cartas?
Muy fácil: voy
esparciendo el mazo sobre la mesa, voy dejando una carta detrás de otra
formando una larga cadena, hasta que el mazo llegue a una última expresión o curso
de cartas ligadas unas detrás de las otras. Cuando la seguidilla se corte,
cuando aparezca un espacio sin parte de mazo ninguna, pues allí habré llegado a
la última medida o espesor posible del material secreto que forma cada aleatorio
mazo.
El grosor de
cada carta podré así medirlo mediante la siguiente expresión:
grosor carta = volumen mazo / área cubierta por cartas
Lord Rayleigh,
pese a ser inglés, no era tonto. Él trabajó con un milímetro cúbico de óleo
sobre agua. Cuando la mancha de aceite se quebró obtuvo su área, y de dividir
el volumen inicial por ella, logró el tamaño mínimo de las moléculas de dicho
material o elemento.
Rayleigh usó ácido
oleico, formada cada molécula por unos diez átomos. En su caso, menos de 1mm³ esparcido
sobre un área de 1m³ arroja una altura molecular de 0,000000001 m , es
decir 1 manómetro. Así, cada átomo
tendría 0,0000000001 m .
Una medida
aceptable*, lograda solo con el pensamiento.
*Muy poco después, Avogardo determinó que en 1 gramo de hidrógeno caben 6
x 10 a la
23 átomos. Así, cada átomo de hidrógeno pesaría 1,66 x 10 a la 27 kg !!!!!!
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