“Y cada noche
vendrá una estrella a hacerme compañía…”
Sobre las
estrellas.
El
verso del título pertenece a la canción
Si tú no vuelves, de Miguel Bosé.
Debo admitirlo,
las estrellas son hermosas, mirarlas causa placer, te motivan y al mismo tiempo
dan tranquilidad, generan en el alma una impresión estética. Me gusta pensar
que han sido estímulo para que el cerebro desarrollara su capacidad de
abstraer.
Cierto o no, lo
que de ellas sabemos es una construcción; salvo su luz (radiación) hasta ahora nada
podemos tocar; hay -si vale- muy poco
para ver y mucho para imaginar y deducir; si algo creemos haber comprobado es
por medios indirectos. Más, tales métodos gozan del aval científico y les
tomamos como válidos: suponemos lo deducido una verdad.
El brillo del cielo.
Las estrellas
acuden al cielo minutos después que Sol ha desvanecido bajo el horizonte, y por
la mañana se funden con el alba. Muy pocas veces se hace visible alguna
estrella a plena luz. Estas son las llamadas Novas o Supernovas. Surgen de la
nada, intensas brillan y, al cabo de unos días, vuelven a la nada, desaparecen.
Muchas personas preguntan,
¿están las estrellas de día?
Las estrellas
están siempre pero su impacto queda oculto por el “brillo” diurno. Cuando sucede
un eclipse se vuelven visibles: Luna oculta el disco solar (limbo) y el cielo
azul “desaparece”; en su lugar una miríada incide con su pálida aguja. Esto ocurre
a causa de un fenómeno propio de la composición de la atmósfera terrestre,
generado por la dispersión de la luz solar al incidir sobre partículas que tienen
un tamaño igual o menor a la longitud de onda de la luz (en el caso que nos
ocupa, la azul y en los ocasos el resto de colores). Si estuviésemos parados a
pleno día sobre la Luna, junto al Sol brillante veríamos estrellas zodiacales. Allí
la dispersión de la luz no se produce, de modo que uno y otros astros comparten
escenario sin merma en magnitud. La dispersión de la luz solar es llamada
dispersión de Rayleigh (uno de los científicos que explicó el fenómeno).
La magnitud
estelar es un concepto creado por un antiguo amigo, Hiparco de Nicea, uno de los astrónomos más grandes. Hiparco
(s. II a.C.) catalogó estrellas en función del brillo que percibía. Tenemos capacidad
de discernir entre diversos brillos: las más brillantes fueron definidas de 1°
magnitud (m); luego las de 2° y así hasta las de 6° magnitud que son las más
débiles visibles a simple vista; más allá de ellas, nada (los niños y muy pocos
adultos pueden observar estrellas de m7; otros animales poseen sensibilidad para
ver estrellas más débiles). Recién con la invención del telescopio catalogamos
estrellas de magnitud mayor, y con el desarrollo de las cámaras y el concepto
de magnitud absoluta (M) debimos incluir magnitudes negativas (-), es decir,
menores que 1. Veremos el concepto M más adelante.
A la capacidad
del cerebro de distinguir entre magnitudes (m) de brillo disímiles (distinguir
entre dos estímulos físicos de cualquier orden o naturaleza) se le llama umbral.
Los científicos modernos han desarrollado una escala de magnitudes que se amolda
en parte a la anterior y que varía en función logarítmica, esto es, que tiene que
ver con una potencia o multiplicación regular del brillo aparente del astro
observado. Así, entre estrellas de 1 magnitud existe una diferencia de 2,512
veces su brillo; entre 2 magnitudes, una diferencia de brillos 2,512 x 2,512=
6,31 veces; entre 3 magnitudes: 2,512 x 2,512 x 2,512= 15,85 veces; etcétera.
Estos conceptos
sobre la magnitud estelar visual (m) no deben de asustar a nadie, son pequeños
refinamientos de la técnica observacional. Por supuesto, que dos estrellas
tengan diverso o igual brillo aparente en la noche (magnitud visual) nada nos
dice acerca de su verdadera luminosidad. Los pensadores antiguos discutieron
sobre si las diferencias en magnitud correspondían a que ellas se encontraban a
diversa distancia de la Tierra, o si en verdad brillaban con variada
intensidad.
Aristóteles (s.
IV a.C.) había escrito “para siempre” que el universo estaba estructurado sobre
esferas. Una para la Luna, una para cada planeta incluido el Sol, y una esfera
final para las estrellas. Esta doctrina primó sobre los hombres por fuerza
del terror y ciertas complacencias durante casi dos mil años. En ella, cada luz debía su fulgor a su intensidad. Mucho llevó aceptar que las estrellas difieren en ambas cotas: las
hay en extremo lejanas y no, las hay muy luminosas y no.
La diversa
distancia a la cual se hallan fue de difícil aceptación. Para comprender esto
debemos conocer algunos términos muy sencillos, el primero será el de la
paralaje y lo veremos en la próxima nota Y cada noche vendrá una estrella …
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