Ojo con el Telescopio.
Observación astronómica.
Vera, inmerso en la
estridulación de Orión.
En
el pasado he tenido la suerte de mostrar el cielo frente a diversas especies: Ante
el nadar cansino de las Ballenas y las cálidas siestas de los Lobos de Mar, turistas
desprevenidos caían a Punta Marqués en busca de su fauna y se llevaban en los
ojos un sol rojo. En El Palmar observamos estrellas ardiendo más allá de las
Vizcachas. Hubo que moverse con cuidado durante esas noches para no pisarles
una patita a las muy pícaras. El viernes, en Vera, Santa fe, charlamos sobre el
cielo bajo la amistosa estridulación de las chicharras.
Llegar a Vera, desde Casilda, es un evento, sobre todo si viajas sobre el asiento trasero de un Fiat Siena, con 3 telescopios nocturnos, uno solar, un proyector, una pc, y todos los bolsos y regalos de navidad del señor Coordinador de la futura charla y observación. El pobre coche, manejado por Fernando, nuestro chofer, trepó (o bajó) por la bota con un rumor sordo y constante que se prolongó por seis horas. No voy a aburrirlos con el calor, con los camiones, o con la letanía de la ruta 11. A Dios gracias solo llegamos media hora tarde y fundación Fundaluz estaba ahíta de pibes y mamás esperando la charla. El predio es una casa sita sobre una entera manzana, toda arbolada, verde de verano, sobre calles alejadas de la ciudad. La arboleda es tan exuberante que por un momento dudé de que pudiéramos observar una sola estrella, solo un abra tiene y te deja ver el norte, libre de luces. Sobre el este, que es por donde habría “algo”* para ver se alzaban los árboles más altos y frondosos. El sur y el oeste apenas eran accesibles a una altura digna de una estrella que no fuese el sol.
Precisamente, comenzamos por echarle ojo al astro mediante la segura y espectacular vista de Tuboro, el telescopio solar. Los pibes hicieron corro y esperaron en orden miliciano hasta que cada uno tuvo su imagen en la memoria. Había unas manchas lindas y una prominencia que en los sitios específicos ya hizo historia. Después miraron los grandes. Recuerdo que mi padre decía en los encuentros, mesa mediante: Comamos primero los mayores, que los niños tienen más tiempo de hacerlo… en el futuro. Aunque el concejo es bueno, siempre priorizo la vista de los más petizos, acaso por esa máxima que dice: Los únicos privilegiados son los niños. Y que buena risa me causara, al decirla y ver qué poco recuerdan nuestros jóvenes de los políticos del ayer.
Después de la
observación solar nos acomodamos todos frente a la casa, para proyectar algunas
imágenes y charlar sobre el cielo. Hubo madres, abuelas, tíos y amigos de tanto
gurrumín allí echado. Entre todos, destacaron un niño y una niña, motivados y
cultos: Ema y Stefanía. Ema debe de tener seis años, si acaso, y Stefanía ha
pasado a quinto grado, es una niña hermosa y muy curiosa, con gran concepto y
tino para lo que es y lo que no. Fíjense que en un momento de la noche me
preguntó si es cierto ese bolazo que difunden algunos medios, acerca de que una
tormenta solar dejará a la Tierra en oscuridad por tres días. En lugar de
contestar, No es cierto, es una falacia más de los medios, le dije: Stefanía,
veamos, ¿qué tendría que pasar para que la Tierra, por tres días, estuviese a oscuras?
Pensó la niña un instante y dijo: ¿que se apagase el Sol…? Sí, es una
de las posibilidades, y ¿podría apagarse el sol por tres días y
luego volver a encenderse como si nada fuera? Dije y claro que habría
otras posibilidades. Un vecino, técnico electromecánico, hace una semana me
preguntó lo mismo probando que muy pocos son los piensan con la cabeza sobre
astronomía. Con este adulto pude decir también que bien podría el sistema solar
atravesar o sumergirse en alguna Nube Negra (como en la genial novela de Hoyle)
pero que la irrupción de este evento jamás sería inmediato sino muy, muy gradual,
por supuesto. En fin, zonceras argentinas que algunos se tragan y que Stefanía
dejo atrás para siempre con un segundo de raciocinio.
La charla, cuando el público incluye tal variedad
de edades, no es sencilla, hay que hablar de un modo que no aburra a niños ni
adultos y eso no es fácil. Por suerte tengo mi chapa de ATDL, y creo que ahora
sumaré la de animador. Al menos así fui formalmente presentado: expositor
animador. Por dentro pensé: qué cerca estoy de lograr mi objetivo, el fin que
me he propuesto en la vida: ser un auténtico payaso estelar (y aquí se me
ocurre una frase para la Rana René, en face: A veces me levanto y quiero ser un
payaso estelar para enseñar astronomía... después me acuerdo de Patch Adams y
se me pasa). Las preguntas ¿por qué se apaga una estrella y qué es el Big-Bang?
fueron contestadas al instante por niños de 6,
8 y 9 años.
Dije antes que
el parque estaba repleto de árboles, infinitos altos árboles que todo lo cubren
con su amable y mansa sombra. ¿Mansa? De ningún modo: un estruendo de
chicharras hizo casi imposible que nos comunicáramos. Por lo general aborrezco
de los micrófonos y alta voces porque generan distancia. Sin el equipo de audio
hubiera sido imposible comunicarse. Las chicharras salen de debajo de la tierra
solo una vez en su vida, lo hacen por el único motivo que algunos seres
esgrimen desde hace 600 millones de años: aparearse. Así es, gente, aunque esta
nota debiera ser de astronomía, nos hemos metido con el tema más apasionante, divertido
y atractivo de todos los temas que a un ser, inteligente o no (sobre todo si
no), puedan interesarle: el sexo.
La vida inundó
la Tierra hace aproximados 3.500 millones de años. Desde entonces se empecina (vida
debiera ser sinónimo de empecinamiento) en seguir adelante,
en soportar inclemencias, variaciones, cataclismos, impactos cometarios,
fluctuaciones energéticas, glaciaciones, derivas continentales y, ahora,
gobiernos como el estadounidense o el israelí, dispuestos a todo por
extinguirla. De dichos 3.500 millones de años que llevamos sobre el rocoso
mundo, 3100 millones de años lo hicimos sin la alternativa sexual. El sexo se
ha desarrollado hace solo 600 millones de años y ha permitido una variedad de
especies fabulosa, así como una rapidez en su evolución, adaptación y
desaparición. El sexo, el comportamiento más caro del que se tenga noticia
entre los seres vivos (aparearse requiere de dos especímenes, mientras que la
reproducción asexuada solo necesita de uno), fue causa, este viernes, de que charláramos
inmersos en un canto ubicuo y estentóreo, apenas creíble, fabuloso para mí,
producido por centenares o miles de bichos qué, surgidos del inframundo ávidos de
francachela, no hacían más que frotar sus timbales, aturdiéndonos.
Finiquitada la
charlita pasamos al abra. Allí armé dos teles, el increíble LX90 de 200mm de
cacerola (con perdón de la palabra) y el digno Lumbricita, el refractor de 90mm
y 910 de focal. Los chicos deliraron con las Pléyades, Aldebaram, Orión, y el
lindo Sirio. Mucho por ver no había por la fronda, pero todos los chicos y los
grandes miraron la M42 como no podrán verla en ningún otro lugar de la provincia,
y muy pocos del país. Les dejé a las chicas una foto de lo que vieron, ese
útero estelar tan cercano, que en el LX es un lujo digno de estos niños, los
únicos privilegiados.
Estuvo presente
la prensa e hicimos unas lindas notas con un celu. Stefanía aportó su saber e
impresiones y creo que quedó muy linda para difundir frente a actividades
futuras. Este plan, Ojo con el Telescopio, es un lujo que la Secretaría de
Ciencias ofrece a toda la provincia, a veces me da pena que más localidades no
lo soliciten.
Muchas veces
andamos por la vida y no miramos a nuestro alrededor. Muchos son los que
ignoran el cielo y yo lo miro. Pero a mí me pasó que no miré arriba, hacia lo
que entre los árboles allí había: en la arboleda había un nido de unas arañas
tan grandes que parecían viejas suegras tratando de que de allí te fueras de
una buena vez. Eran como sapos inmensos, negros, patonas, la tela se desenvolvía
por metros y de uno caía otra y de otro, otra más. Solo las vi cuando en casa miré
las fotos que sacó Andrés, el coordinador de actividades. Si las hubiese visto
in situ hubiera delirado.
Volví a casa
el sábado a las 15,30 horas, desgarrado o acalambrado en la espalda, aún estoy
duro y no me puedo mover. Había salido el viernes a las 12. Muchos me dicen que
esto es una locura y me preguntan: ¿por qué lo hago?
¿Lo haría de
nuevo?
Lo haría cada
vez, tan solo porque alguien guste de la astronomía, porque cada persona que
quiera ver el cielo pueda hacerlo, en cada rincón de este mundo, en el que las amarguras se diluyen cuando ves
una gigante roja, un conjunto de jóvenes azules, o el estruendoso canto de una
nebulosa como la de Orión.
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