Nuestro universo por alguna
razón derivó en núcleos de hidrógeno y muy poco helio.
Se aglutinaron las estrellas
y en su interior la presión infinita de los gases,
sumidos por la gravedad,
sumidos por la gravedad,
creó los átomos que forman tu
cuerpo,
el mío,
el mío,
los de cada objeto que parpadea
en el cielo.
Vivimos el tiempo suficiente
para reír un poco, sufrir y volver a la
tierra.
Más, cuando el sol muera, se
llevará con él a nuestro planeta.
Lo reducirá a sus primeros
elementos.
Los arrojará lejos.
Los sembrará en la noche.
Los sembrará en el tiempo.
Así,
en unos pocos millones de
años,
cada uno de los que hoy
andamos los días y las noches,
será una nueva y lejana
estrella
que calentará desconocidos
mundos.
Que dará cobijo a quién sabe
qué seres luminosos,
capaces,
también ellos,
de vivir apasionados.
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