Qué es proyecto sagitario?

Cursos de Iniciación a la astronomía.

Didáctica astronómica. Talleres de Ciencia.

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miércoles, 18 de junio de 2014

El Señor Galaxia

El Señor Galaxia

Un hombre alto, gordo y viejo entró al salón cargado de cosas. Entre ellas traía un globo terráqueo azul gastado que dejó sobre la mesa. El globo estaba al revés. Después dijo el tipo que en realidad todos los globos de Sudamérica estaban al revés, y que ese, el que entonces tenía en la mano y muy alto lo blandía como si fuera una bandera, era el único globo terráqueo bien parado: Mi globo tuneado, dijo, y se reía.
Según entendí, el tipo se llamaba Galaxia, y eso es muy raro porque vino al cole justo para hablar del cielo. Parece que era un astrólogo o algo así.
Les aclaro ahora que cuando antes dije que su globo azul estaba dado vuelta, quise decir que, en él, la Argentina estaba arriba y no abajo, como en todos los globos terráqueos que puedas comprar, ver o soñar en el país entero; más, diría, en el entero y puto mundo.

Apenas la profe lo presentó el Barbeta empezó a hablar (tenía una barba blanca y tupida que le daba una pinta de Papá Noel atorrante), que las estrellas, que los planetas, las lunas, las nubes que lentas caen por el espacio… 

Si no asisto esa tarde a clases, nunca hubiera imaginado que en el espacio pudiera haber nubes, y mucho menos que estuvieran cayendo.

¿A dónde va a caer una nube en el espacio? Y, si es que caen, ¿Caen también las estrellas, los planetas, las galaxias? ¿Caen las galaxias, tan grandes ellas? Porque yo de astronomía no sé nada, casi (astronomía era, y no astrología que parece ser otro tipo de ciencia). Apenas sé lo que aprendí en la escuela y en la tele. Allí he visto que las galaxias son ruedas gigantes de soles. Es decir, una galaxia es una especie de hélice que gira en el espacio, y esa hélice está hecha de estrellas…

La verdad, lo sé pero no lo entiendo.
O entiendo pero no comprendo.

¿Cómo puede una rueda estar formada por estrellas o soles, si los soles están tan separados unos de otros?
¿Qué cosa los une?
¿Cómo algo que no está unido puede formar algo único?

Para empezar, y discúlpeme cada viejo canoso que lo diga como si nada fuese, creer que las estrellas sean soles ya es difícil. El sol es muy luminoso y las estrellas son puntitos de luz. Mi mayor desilusión fue mirar una estrella por el telescopio. Resulta que miraba la estrella con los ojos y esta era como cualquiera la ve: un punto en el cielo. Después la miré con el telescopio y la estrella era otra vez un punto adentro del ocular. ¡Ambas estrellas eran casi iguales! Lo único distinto era el color. Al mirar la estrella por el telescopio pude ver como un brillo extra y un color más fuerte. Recuerdo que era una estrella naranja, aunque el señor Galaxia dijo que era roja… No sé. Es muy difícil creer algo si ves otra cosa. Cuando le dije esto, que el decía rojo y yo veía naranja, me dijo, 
Tenés razón, muchacho, disculpame, lo que ocurre es que los astrónomos miden el color de las estrellas con un aparatito que descompone la luz, no con los ojos. Con los ojos se ve naranja esta noche porque también molesta la luz del pueblo. El brillo de las luces, dijo, lava el color y el brillo de los astros (estábamos observando estrellas en el patio de la escuela esa noche en que miré la estrella roja que era naranja… o al revés, bueno, ustedes me entienden).

Los astros, dijo en un momento y eso también me llamó la atención. Hay muchos modos de llamar a las cosas en el cielo. Cuando vos no sabés de qué se trata, decís astros; cuando vos ya sabés, entonces les llamás por su nombre: planeta, estrella, nube, cúmulo…

Algo que me gustó de la clase fue aprender cómo reconocer una estrella de un planeta. En casa nadie sabía y esa noche me sentí muy importante, en toda la cuadra debo haber sido el único que sabía cómo distinguir una estrella de un planeta, jua. Buenísimo.

Pero a mí, por más que muchas cosas me divertían y me gustaban, me seguía dando vueltas en la cabeza eso de que hay nubes en el espacio, y, peor, que esas nubes caen.

Por educación dejé que don Galaxia hablara, nomás, pero apenas pude le dije, 
Che, Señor, ¿cómo que caen las nubes? ¿A dónde caen?
Qué nubes, me dijo, y se ve que ya se había olvidado, tanto que habló.
Las nubes esas que hay en el espacio, le dije, esas, donde nacen las estrellas, porque así nos había dicho que era, que las estrellas nacen, viven y mueren, igual que nosotros, dijo, y eso fue otra bomba.
¿Cómo que mueren las estrellas…? ¿Va a morir el sol?
Sí, dijo, sonriendo de nuevo –el señor Galaxia es muy raro, siempre ríe o hace chistes cuando habla, tanto se ríe de todo que lo suyo, eso que hace, no parece una clase. 
Bueno, pero por más que se ría a mí no me causa ninguna gracia que el sol se vaya a morir, porque yo tengo a mis papás, a mis hermanos y a "la Juli". 
La Juli y yo… Pronto la Juli va a tener nuestro hijo. Si me acuerdo bien que esa noche la miré de lleno apenas pensé que mi hijo, tan chiquito que apenas abulta la panza, iba a nacer a un mundo sin sol. ¿Qué va a ser de él si es que el sol se va a morir?

Cuando uno de nosotros le dijo esto, el señor Galaxia hizo silencio, la sonrisa se le achicó un poco y le tapó los agujeros de los dientes que le faltan, y contestó que no había de qué preocuparse, que para la muerte del sol faltaban muchísimos años, cinco mil y pico, dijo, o algo así, y que los hombres, en tanto tiempo, seguramente iban a poder mudarse a otro sol que tenga planetas como el nuestro…

Ya ven, esto era como el cuento de la buena pipa que me contaba mi abuelo: cada vez que este tipo explicaba algo una nueva duda surgía, una noticia ridícula o increíble. Ahora resultaba ser que todas las estrellas eran soles y que todos los soles tenían planetas, ¡muchos como nuestra Tierra andando por allí!
Bueno, así íbamos esa tarde, o aquella noche, porque -y hoy lo sé más que nunca- las tardes terminan siendo noches por el hecho de que la Tierra gira de oeste a este, es decir, desde Chile hacia el África, y no al revés, como parecen señalar todos los putos globos de este ancho mundo de locos en que te enseñan algo durante toda la primaria, y toda la secundaría, hasta que cae un gordo bala y te zampa toda esta cháchara inentendible que, y eso es lo peor, de a poco íbamos entendiendo, por más brutos que fuéramos todos.

Íbamos, entonces, esa tarde que cambió hasta hacerse noche, de noticia en noticia medio sin poder creerlas, aunque Galaxia trajo unos trucos para demostrar algunas cosas. 
Por ejemplo, lo del globo.

Dijo en un momento que iba a demostrar que el globo de él, el tuneado, el que estaba dado vuelta, era el único que estaba bien parado, y que aunque nosotros estuviéramos podridos -perdón, cansados, dijo él- de ver los globos todos dados vuelta, íbamos a terminar aceptando la realidad.

¿Íbamos a aceptar nosotros que todos los mapas y los globos de la escuela, y de la biblioteca, y del infinito y podrido mundo, estaban mal hechos? 
Sí, casi gritó, iba a probar que decía la verdad, que el sur estaba arriba nuestro y no abajo.

Eso sí que quise verlo. Empujé hasta que quedé delante de todos, en el patio, porque hasta allá nos llevó. Dijo, vamos al patio, y todos afuera. 

Consigo llevó el globo y dos cartulinas recortadas.
En el patio se puso al sol, tomó una cartulina y la dobló de un modo que quedó una aleta con patas. Con la otra hizo lo mismo. Dos aletas con patas, fabricó y dijo que eran relojes de sol.

Sí, eso dijo, cuando puso las cartulinas sobre el piso una al lado de la otra dijo que esa sombra que ellas creaban sobre el patio eran en realidad una marca o medida de dónde estaba el sol. Dijo que los hombres y las mujeres antiguas aprendieron a medir el día con esas sombras que proyecta cualquier palo o piedra que pongas en el piso, que así puede saberse la hora (él nombró una palabra rara, un nomo o algo parecido).

Al sol, aclaró, no debíamos mirarlo nunca en forma directa o con telescopios, porque íbamos a quedar ciegos, y ahí soltó una historia sobre Galileo, que había mirado mucho el sol y que por eso había quedado ciego –de todo esto no tengo ni idea si es cierto o falso, no se puede uno acordar de todo lo que dice el señor Galaxia, que Galileo, que Kepler, que Aristóbulo del Valle…

La cuestión es que estábamos todos alrededor del viejo en el medio del patio bajo el sol pobretón de junio y se agachó para hacer lo que ahora les cuento:

Mientras apoyaba los cartoncitos dijo que si los dos relojes estaban situados uno al lado del otro sobre el piso, en realidad estaban los dos situados sobre la Tierra –obvio.

Dijo después que si el globo terráqueo era de verdad un modelo para poder conocer la Tierra, entonces, uno de los relojitos parado sobre la Argentina en el globo debía dar la misma sombra que daba sobre el patio, es decir, sobre la Argentina verdadera…

Acá voy a decir que no entendí ni entiendo nada. Y no debo de haber sido el único, las maestras lo miraban con el ceño fruncido entre mensaje y mensaje que se mandaban con hijas, esposos, madres y amigas a través de sus celulares.

¿Desde cuando un globo es un modelo? Las únicas modelos que conozco son mujeres, están re fuertes y son flacas como una escoba, como la Juli hace unos meses…
¿De qué modelo hablaba Galaxia?

 Explicó entonces que los modelos se fabrican para explicar aquello que uno no comprende, o cuando uno no puede hacer experimentos con algo, 

Allí, dijo, uno fabrica un modelo y experimenta con él. Por ejemplo, la Tierra y su movimiento de rotación. Experimentar con la Tierra puede ser medio difícil pero con un globo terráqueo uno puede darle vueltas sin problemas.

La próxima vez que lo vea le voy a pedir que fabrique un modelo de un modelo, porque no entiendo bien esto.

La cosa siguió así, dijo el Vejete que si el modelo servía para explicar las cosas es porque el modelo tiene propiedades de lo que es real, por ejemplo, la forma.  El globo es mas o menos una pelota y la Tierra lo mismo. Hasta ahí, perfecto. 

Pero, dijo, si la Tierra está parada con el norte arriba, según como se ve en todos los globos terráqueos, ¿cómo es qué, cuando lo giramos de oeste a este -como nos dicen que en verdad gira la Tierra- resulta que el sol sale por Chile?

Se imaginarán que nadie contestó ni mú. Giré la cabeza a un lado y a otro. Unos miraban el suelo, otros el globo, otros simplemente miraban la nada con las manos en los bolsillos, como si el infinito tiempo que tenemos por delante fuera a quedarse allí, adelante, precisamente, sin venir jamás, jóvenes por los siglos de los siglos. Joven la Juli, con su pancita hinchada y nada más, sin inflarse más, sin parir ese chico que viene de la nada a cuestionar nuestro cariño y nuestra vida, justo como el viejo este, que cayó hoy a plantear cosas que nadie se ha planteado nunca, a ponernos ante más problemas de los que ya tenemos. Y al pedo.

Ahí lo miré, él agachado, le ví la cabeza blanca, unas marcas, unos claros debajo de las canas. Seguía hablando como si su cuestión de si el globo así o asá le interesara hasta al mismo Papa argento:

Que yo sepa, decía ahora, el sol nunca jamás de los jamases ha salido por Chile. El sol siempre sale cerca del este, es decir, por el Uruguay, o por el Atlántico, y jamás sale ni ha salido ni saldrá por el lado de la cordillera de los Andes.

Claro, lo que dijo parecía cierto. Siguió: 
El modelo, entonces, tiene la misma forma que la Tierra real, y, si quiero comprender el espacio, debe el modelo tener la misma ubicación u orientación que la Tierra real. De otro modo, siguió, los movimientos aparentes de los astros –otra vez esa palabra- no pueden explicarse; y no solo eso, serán contrarios a la simple y llana observación.

Acto seguido, cumplió nomás lo prometido. Tomó uno de los relojes de cartulina y lo pegó con cinta sobre la Argentina del globo. Pidió luego a cualquiera de nosotros que, colocando el globo como se le antojase, pudiera lograr que ese reloj, hermano del que aún sombreaba sobre el patio del cole, arrojara la misma, la mismísima -la misma puta sombra, agrego yo- que la sombra de la realidad.

Y fue mi Juli la que se adelantó, tan linda ella, con el pelo sobre la cara -y se lo corrió con ese gesto que me mata. 
Tomó el globo –el modelo- con su relojito pegado sobre la falsa y linda Argentina, y empezó a darle vueltas. Que así, que asá, hasta que la muy genia consiguió en esa sombra de juguete la misma sombra del reloj que yacía en el piso del patio del cole, en la Argentina verdadera, sobre la Tierra verdadera, sobre el infinito espacio –y conste que ahora no dije puto.

Mi linda Juli allí estaba, en el centro del círculo que todo el curso formó en el patio, maestras incluidas, todos alrededor de la Juli con su pancita, del viejo con su panzón, de ese globo tuneado que, sí, triunfal debía estar allí, con la argentina arriba y no abajo para igualar las sombras de ambos relojes.

Maldito viejo zorro, ¿nos había engañado?
¿Por qué razón tuvimos que aceptar que ambas sombras eran iguales solo si la Argentina está arriba y no abajo del globo?
¿Por qué, si la Argentina está arriba nos la muestran, desde que nacemos, abajo?

Mi hijo no la verá abajo; eso, se los juro.
Mi hijo nacerá en una Argentina nueva, limpia, alta, en una Argentina que, en el espacio, mira hacia arriba con la frente bien alta. Y, si esto se lo debo a la astronomía, ¡bienvenida seas, Astronomía!


Bueno, me mando a mudar porque ahí vienen los pibes y me da vergüenza que me vean escribiendo. Otro día les cuento cómo es que las nubes, los soles y las reputas galaxias se caen en el cielo.

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