Los días de la semana y la ignorancia de los filósofos
Hace unos días entré a una de mis
librerías proveedoras,
Hola, Sergio, me dijo el dueño, y agregó
Llegó algo que puede interesarle…
-desde que mi cabello es blanco
cada vez más gente me trata de usted; como a Bioy, me espanta que lo hagan las
mujeres… ¡y las mujeres jóvenes!
El comerciante puso en mis manos Cosmos,
de Michel Onfray. Ya había visto este título en la sección Astronomía
de librerías Cúspide o El Ateneo, verdaderos dislates del ramo.
Sucede que el Cosmos de Onfray es
un libro de filosofía epicúrea que muy poco tiene que ver con la ciencia o con su
genial homónimo, escrito por Carl Sagan.
Había visto el libro mal ubicado y
al hacerlo había sonreído con tristeza porque la cultura de occidente muestra su
derrumbe en episodios como este: catalogan los libros por su título y no por su
contenido. No me extrañaría ver un día de estos El Juguete Rabioso en los
escaparates de jugueterías Popeye, aunque también podría verla al costo en las veterinarias,
ahora que lo pienso.
Lo malo de sumar años es que con
el tiempo no solo me acostumbro a la idiotez sino que, inane, dejo que me
contamine. De modo que compré el Cosmos de Onfray y me di a su
lectura.
Onfray es un rompepelotas. Un gran
escritor. Un fortísimo pensador y feroz crítico de la sociedad en que vivimos. De
Platón para acá, según él, todo está mal en el mundo. Me recuerda a Nietzsche,
por supuesto, y él mismo se declara su seguidor, negador, superador. En el
farrago de su prosa –muy buena, personal, como cabe a toda escritura de valor-
menciona conocimientos astronómicos de la antigüedad. En el capítulo Permanencia
del sol invicto, después de denunciar a una conocida religión como un
remedo de paganos adoradores del sol, dice:
“…el nombre de los días de la semana es
el de los planetas…”
Lo cual es cierto, si recordamos que Luna y Sol eran
planetas para los babilonios, y sigue:
“…ordenados en función de su distancia a la
tierra…”
Lo cual es equivocado. El nombre
de los días de la semana y su orden proviene de la lejana Babilonia. ¿Pudieron
esos sacerdotes, hieráticos en sus altos zigurats, medir la distancia a los
planetas?
Aristarco fue el primer hombre en
estimar la distancia a un planeta, o, mejor dicho, a lo que en aquellos tiempos
se conocía como planeta: el sol y la luna. Pero solo obtuvo proporciones relativas
a sus tamaños aparentes y al hacerlo erró por varios ceros. Dice la leyenda que
Eratostenes fue el primero en medir el volumen de la Tierra, y Eratostenes
decía de sí que era Beta, pues
Arquímedes le superaba en todo. La distancia a Venus o a Mercurio, estimada en
base a trigonometría cuando su cuadratura, fue estimada por Copérnico en el
siglo XVI (aunque este sabio publicó su saber en su lecho de muerte, por temor
a las represalias de la Iglesia). El resto, aplicado el telescopio, fue fácil y
se basó en paralajes (aunque este último método siempre se usó, y fue uno de
los contratiempos del modelo geocéntrico, pues antes del teles no pudo medirse
paralaje estelar… y aún después hubo que perfeccionar mucho las lentes y los
métodos, ya que las estrellas están inimaginablemente lejos de casa).
Durante algunos meses, Mercurio
es el tercer planeta en función a su
distancia a la Tierra, pero ¿qué decir de Júpiter intercalado en la semana
antes que el Sol?
Aún en los modelos geocéntricos
como el de Tycho, Sol orbita a la Tierra detrás de Venus -por supuesto, Júpiter
en realidad orbita al Sol a unas 5 UA, es decir 5 x 150.000.000km., y esta
cifra, la unidad astronómica, es la distancia Tierra Sol.
Bien, Onfray será brillante como
filósofo, no lo voy a cuestionar, pero partiré de su metedura de pata en lo
astronómico para contar lo que leí hace muchos años, cuando la astronomía era
para mí tan solo otro aspecto maravilloso de la literatura y no una forma de
vida.
El libro donde aprendí esto fue
de mi viejo; me lo regaló pocos días antes de morir:
Tomá, me dijo, vos harás
mejor uso de él que yo.
Mi padre, amigos, amigas, sabía
de todo. Solo no supo hacer por entero felices a los suyos en su compañía pero
es algo que todo hijo comprende y perdona puesto que muchos seres humanos nos
debatimos en un maelstrom, y así salen las cosas.
Escrito por Cecilia Payne, la
primera científica en proponer la constitución química de las estrellas -aunque
la historia guarda este privilegio para el que fuera su amigo, Arthur Eddington.
Su tesis de doctorado fue elogiada como “indudablemente la tesis doctoral en Astronomía más brillante de la
historia” -, Introducción a la astronomía es un
deleite para el aficionado.
En él se lee algo como esto: se
suponía que las horas del día estaban regidas por los dioses del cielo. Los babilonios
no sabía su distancia a la Tierra pero sí conocían su periodo de traslación. Los
dioses cumplen su periodo sidéreo en el orden que sigue:
Saturno, dios del tiempo;
Júpiter, dios del rayo;
Marte, dios de la guerra;
Sol, dios de la vida;
Venus, dios del amor carnal;
Mercurio, dios del comercio;
Luna, diosa de la maternidad.
Si ahora ordenamos el culto a
ellos sobre un patrón de 24 horas tenemos:
Día primero:
Horas 1 2 3 4 5 6 7 8 9
Dioses sat jup mar sol ven mer lun sat jup
Hs 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19
Ds mar sol ven mer lun sat jup mar sol ven
Hs 20 21 22 23 24
Ds mer lun sat jup mar
Día segundo:
Hs 1 2 3 4 5
Ds sol ven mer lun sat
Y acá se ve cómo una serie de 7
días distribuida sobre una de 24 horas produce un lógico desfasaje, el cual
genera horas primas con diversos dioses para adorar. Si te tomás el trabajo de
completar el orden, te quedará:
Día 1: Saturno;
día 2: Sol;
día 3: Luna;
día 4: Marte;
día 5: Mercurio;
día 6: Júpiter;
día 7: Venus.
Esta simple sucesión numérica la
enseño a mis alumnos de quinto grado y se maravillan con ella. Saturno es 1,
Sol es 2 y sigue como arriba se ve, luego:
24 horas divido en 7 dioses = 21
y resto 3.
De modo que en el día posterior
al inicio, el dios rector de la primera hora será: 1 + 3 = 4 que equivale a
Sol.
El dios rector del tercer día
será: 4 + 3 = 7 que equivale a Luna… y así.
Una simpleza, una maravilla
dictada por el cielo que todos observamos, cuantificado según el capricho
numérico de los hombres de la hermosa Babilonia, la de los jardines. Ojalá Michel
Onfray pudiera corregir su Cosmos para futuras ediciones.
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