"Si quieres dominar algo, enséñalo.
Cuanto más enseñes mejor aprendes.
La enseñanza es una herramienta poderosa para aprender"
Richard Feynman
En la tardecita noche de ayer, en el taller de astronomía de La Casa del Senado de iriondo, los y las alumnas mayores (jóvenes de 11 a 14 años) enseñaron a sus compañeros y compañeras menores ( chicos y chicas de 7 a 10 años) a fabricar relojes de sol.
Fabricaron un reloj elemental, de cartulina, donde el stilo y el cuadrante surgen de un simple plegado del papel. No es un reloj preciso pero sí muy útil para tratar de generar varios conceptos, como la regularidad aparente del paso solar, los cardinales geográficos, la noción de latitud y longitud, y la anécdota histórica de cómo fuimos nosotros, los animales que hacemos ciencia, interpretando nuestro mundo.
Pongo animales que hacemos ciencia a propósito. En las escuelas (en los hogares) olvidan dar a los niños y niñas esta verdad. Muchos adultos, incluso, se creen algo especial, ajeno a la naturaleza. Ayer hablamos de las luces invisibles al ojo humano que emanan del sol, y para alguien que no se vea como parte de la evolución del reino animal es difícil aceptar que esa luz que vemos cada día no es más que una adaptación evolutiva de cierto tipo de vida a la clase de estrella que nos alumbra. Por cierto, me encata el tema Esa Luz, de Los Espirítus:
https://www.youtube.com/watch?v=LGcqqcWwsRU
Cuando leí a Richard Feynman confirmé algo que había vivido sin saber que mi experiencia fuera un acierto y no una locura. Toda mi vida enseñé en colegios secundarios y primarios en especial, y siempre enseñé temas que apenas dominaba al inicio de mis cursos: electricidad, ajuste, ajedrez, astronomía. En cada inicio algo justificaba que lo hiciera (la ausencia de alguien más idoneo interesado en hacerlo, la necesidad de trabajo propia, el desafío de probarme que podía hacerlo) y a poco de andar las cosas funcionaban, podía moverme con cierta tranquilidad en la clase, podía interesar a los demás, también cautivar. Muches de mis alumnes han seguido astronomía o ciencias, también docencia. No sabía la máxima de Feynman. No sabía que había elegido el mejor camino para aprender: enseñar.
Nadie que me conozca no ha oído de mí que me considero una persona privilegiada. Cuando niño jugaba a los autitos con los libros de la casa en que vivia. Y esos libros entraron en mi vida muy poco después. Y la cultura general que en ellos había me ayudó a explicarme, a ser amplio en las clases. Sí, tuve mucha suerte en mi vida cultural.
En el taller de Astronomía de La Casa del Senado, de Iriondo, implementamos ayer el método sugerido por el famoso ganador del Nóbel de física: los chicos mayores les enseñan a los más pequeños los temas ya vistos previamente.
Muchas veces suceden cosas a nuestro alrededor que no prevemos. Algunas son malas, Otras son maravillosas: ver a los y las jovencitas agacharse, indicar, guiar, explicar con sus palabras a los demás algo que apenas han visto en una clase anterior; buscar las plabras necesarias para dar al otro incluso una idea que ellos mismo aun no han formado...
La tarde noche de ayer fue maravillosa. Ver a todos tratando de cumplir, de poder con esa cartulina, con esos ángulos, con esa cosa que no sabemos para qué sirve ni qué significa pero no importa. Hacer, cortar, doblar, trazar, jugar, los conocimientos se van metiendo como la tierrita bajo las uñas. Si no jugás en la tierra no sabés lo que es jugar. Ensuciarse con el mundo es aprehender el mundo. La escuela debe ser igual. Juguemos en el aula a aprender, a enseñar, a hacer experimentos y observaciones. La ciencia nos guía, nos da la mano y nos lleva de recorrida. El final del camino no existe. Sólo el camino importa. Los Espiritus. Nuestros espíritus y el cielo, y el juego.
Sergio Galarza.
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