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domingo, 5 de marzo de 2017

Los días de la semana y la ignorancia de los filósofos

Los días de la semana y la ignorancia de los filósofos

Hace unos días entré a una de mis librerías proveedoras,

Hola, Sergio, me dijo el dueño, y agregó

Llegó algo que puede interesarle…

-desde que mi cabello es blanco cada vez más gente me trata de usted; como a Bioy, me espanta que lo hagan las mujeres… ¡y las mujeres jóvenes!

El comerciante puso en mis manos Cosmos, de Michel Onfray. Ya había visto este título en la sección Astronomía de librerías Cúspide o El Ateneo, verdaderos dislates del ramo.

Sucede que el Cosmos de Onfray es un libro de filosofía epicúrea que muy poco tiene que ver con la ciencia o con su genial homónimo, escrito por Carl Sagan.

Había visto el libro mal ubicado y al hacerlo había sonreído con tristeza porque la cultura de occidente muestra su derrumbe en episodios como este: catalogan los libros por su título y no por su contenido. No me extrañaría ver un día de estos El Juguete Rabioso en los escaparates de jugueterías Popeye, aunque también podría verla al costo en las veterinarias, ahora que lo pienso.
Lo malo de sumar años es que con el tiempo no solo me acostumbro a la idiotez sino que, inane, dejo que me contamine. De modo que compré el Cosmos de Onfray y me di a su lectura.

Onfray es un rompepelotas. Un gran escritor. Un fortísimo pensador y feroz crítico de la sociedad en que vivimos. De Platón para acá, según él, todo está mal en el mundo. Me recuerda a Nietzsche, por supuesto, y él mismo se declara su seguidor, negador, superador. En el farrago de su prosa –muy buena, personal, como cabe a toda escritura de valor- menciona conocimientos astronómicos de la antigüedad. En el capítulo Permanencia del sol invicto, después de denunciar a una conocida religión como un remedo de paganos adoradores del sol, dice

“…el nombre de los días de la semana es el de los planetas…” 

Lo cual es cierto, si recordamos que Luna y Sol eran planetas para los babilonios, y sigue: 

“…ordenados en función de su distancia a la tierra…”

Lo cual es equivocado. El nombre de los días de la semana y su orden proviene de la lejana Babilonia. ¿Pudieron esos sacerdotes, hieráticos en sus altos zigurats, medir la distancia a los planetas?

Aristarco fue el primer hombre en estimar la distancia a un planeta, o, mejor dicho, a lo que en aquellos tiempos se conocía como planeta: el sol y la luna. Pero solo obtuvo proporciones relativas a sus tamaños aparentes y al hacerlo erró por varios ceros. Dice la leyenda que Eratostenes fue el primero en medir el volumen de la Tierra, y Eratostenes decía de sí que era Beta, pues Arquímedes le superaba en todo. La distancia a Venus o a Mercurio, estimada en base a trigonometría cuando su cuadratura, fue estimada por Copérnico en el siglo XVI (aunque este sabio publicó su saber en su lecho de muerte, por temor a las represalias de la Iglesia). El resto, aplicado el telescopio, fue fácil y se basó en paralajes (aunque este último método siempre se usó, y fue uno de los contratiempos del modelo geocéntrico, pues antes del teles no pudo medirse paralaje estelar… y aún después hubo que perfeccionar mucho las lentes y los métodos, ya que las estrellas están inimaginablemente lejos de casa).

Durante algunos meses, Mercurio es el tercer planeta en función a su distancia a la Tierra, pero ¿qué decir de Júpiter intercalado en la semana antes que el Sol?

Aún en los modelos geocéntricos como el de Tycho, Sol orbita a la Tierra detrás de Venus -por supuesto, Júpiter en realidad orbita al Sol a unas 5 UA, es decir 5 x 150.000.000km., y esta cifra, la unidad astronómica, es la distancia Tierra Sol.

Bien, Onfray será brillante como filósofo, no lo voy a cuestionar, pero partiré de su metedura de pata en lo astronómico para contar lo que leí hace muchos años, cuando la astronomía era para mí tan solo otro aspecto maravilloso de la literatura y no una forma de vida.

El libro donde aprendí esto fue de mi viejo; me lo regaló pocos días antes de morir:

Tomá, me dijo, vos harás mejor uso de él que yo.

Mi padre, amigos, amigas, sabía de todo. Solo no supo hacer por entero felices a los suyos en su compañía pero es algo que todo hijo comprende y perdona puesto que muchos seres humanos nos debatimos en un maelstrom, y así salen las cosas.

Escrito por Cecilia Payne, la primera científica en proponer la constitución química de las estrellas -aunque la historia guarda este privilegio para el que fuera su amigo, Arthur Eddington. Su tesis de doctorado fue elogiada como “indudablemente la tesis doctoral en Astronomía más brillante de la historia” -, Introducción a la astronomía es un deleite para el aficionado.

En él se lee algo como esto: se suponía que las horas del día estaban regidas por los dioses del cielo. Los babilonios no sabía su distancia a la Tierra pero sí conocían su periodo de traslación. Los dioses cumplen su periodo sidéreo en el orden que sigue:

Saturno, dios del tiempo;
Júpiter, dios del rayo;
Marte, dios de la guerra;
Sol, dios de la vida;
Venus, dios del amor carnal;
Mercurio, dios del comercio;
Luna, diosa de la maternidad.

Si ahora ordenamos el culto a ellos sobre un patrón de 24 horas tenemos:

Día primero:
Horas         1       2       3       4       5       6       7       8       9
Dioses       sat     jup    mar   sol    ven   mer   lun    sat     jup
Hs     10     11     12     13     14     15     16     17     18     19
Ds     mar   sol    ven   mer   lun    sat     jup    mar   sol    ven
Hs     20     21     22     23     24    
Ds     mer   lun    sat     jup    mar
Día segundo:
Hs                                                    1       2       3       4       5
Ds                                                    sol    ven   mer   lun    sat

Y acá se ve cómo una serie de 7 días distribuida sobre una de 24 horas produce un lógico desfasaje, el cual genera horas primas con diversos dioses para adorar. Si te tomás el trabajo de completar el orden, te quedará:

Día 1: Saturno;
día 2: Sol;
día 3: Luna;
día 4: Marte;
día 5: Mercurio;
día 6: Júpiter;
día 7: Venus.

Esta simple sucesión numérica la enseño a mis alumnos de quinto grado y se maravillan con ella. Saturno es 1, Sol es 2 y sigue como arriba se ve, luego:

24 horas divido en 7 dioses = 21 y resto 3.

De modo que en el día posterior al inicio, el dios rector de la primera hora será: 1 + 3 = 4 que equivale a Sol.

El dios rector del tercer día será: 4 + 3 = 7 que equivale a Luna… y así.


Una simpleza, una maravilla dictada por el cielo que todos observamos, cuantificado según el capricho numérico de los hombres de la hermosa Babilonia, la de los jardines. Ojalá Michel Onfray pudiera corregir su Cosmos para futuras ediciones.

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