El peón ausente.
Soy
el portero más viejo del colegio.
No
siempre hago lo que debiera. Me canso muy rápido, últimamente. Dejo a los
jóvenes las tareas más duras, como baldear los pisos o acomodar los bancos para
los actos y las reuniones. Me encargo de la cocina, hago mandados durante los
que camino despacio y me ocupo bastante de la biblioteca. Siempre que puedo me
escapo, a guardar los libros, a ordenar las sillas, a repasar los muebles. El
director dice que lo único que brilla en esta escuela es esta estancia… y mi
ausencia en el resto de la escuela.
Si
mi vida hubiera sido distinta, hubiera querido estudiar, ser maestro o
profesor. Poder leer y disfrutar tranquilo de todos estos libros. Casi no hay
tema que no me interese. A veces escucho a una profe dar su clase y me digo, Uy, cómo me hubiera gustado ser profe de
geografía… otras veces digo, Uy, cómo
me gusta la filosofía… Pero de todos estos libros que leo, me quedo con los
de ajedrez. No sé qué tiene el ajedrez pero siempre me gustó. Lo raro es que aunque
me entusiasmara nunca lo haya jugado. Apenas si aprendí los movimientos, los
lances que figuran en esos manuales de Capablanca, Panov y Grau.
Antes,
hace unos años, en el colegio se hacían torneos. Los chicos participaban de
unos encuentros en los cuales varones y mujeres batallaban por trofeos de
plástico que parecían importantes. Las horas de clase que habrán dejado de lado
por comerse unas piezas…
Siempre
vi con envidia que los muchachos jugaran con las chicas con soltura. En mis
años mozos, varones y mujeres no teníamos mayor trato. Cuando uno se acercaba a
una chica era porque esta le gustaba y eso hacía cada situación un poco
difícil… Esto me trae a la memoria lo que dijo un chico una noche en que perdió
con una jovencita: Perdí por ser atento
con una mujer… dijo. Qué ocurrencia.
Esos
torneos surgieron como propuesta del centro de estudiantes. Cuando volvió la
democracia muchos pibes –y grandes- creyeron que esta sería para siempre. Se
hacían congresos y charlas y creían que había que recuperar y mantener la
memoria. El Nunca Más. Pero la
historia es un círculo, el décimo círculo del infierno, eso es la historia.
Los
torneos de ajedrez eran fabulosos. Daba gusto verlos callados de una vez por
todas, concentrados en la suerte de esas maderitas negras y marrones que de
tanto en tanto se movían un cuadro o poco más. Pero una noche pasó lo que pasó.
Y todo terminó.
Hoy
nadie juega.
A
veces, cuando ya todos se han ido del colegio, por recordar esos encuentros armo
los tableros sobre las mesas y acomodo las piezas que quedan en sus lugares. Miro
las sillas vacías, las piezas quietas, las casillas que denotan las ausencias
de un peón o una torre…
Si
se inventara la máquina de Morel habría que filmar los torneos. Eternamente
veríamos a Kasparov barrer a sus contrincantes. Eternamente veríamos a nuestros
chicos y chicas reír y jugar sus partidas, apartarse con un mohín el pelo largo
de la cara, morder un chicle, sorber un mate, anunciar con algarabía su fugaz
triunfo.
Los
tableros quedan armados en la oscuridad y cuando vienen los porteros de la
mañana tienen que guardarlos antes de las ocho. Sé que reniegan por eso pero
no me importa, mi edad me aparta de muchos dolores. Cuando uno envejece se aleja
de las cosas y al mirar atrás solo repara en lo que de verdad pesa. Es como
cuando se evalúa una posición, lo vemos todo pero solo reparamos en lo que
creemos importante: una diagonal, una pieza centralizada, un peón desaparecido.
Sergio
Galarza
Docente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario