El carpintero
En un pueblito del valle vivía un
carpintero. En su vejez quedó solo y los días se le hacían eternos. De joven fabricó
las camas de los novios, las mesas de las familias y los juguetes de los niños.
Trompos multicolores, barquitos a vela, muñecos que abrían y cerraban los ojos
cuando los alzaban o los acostaban en sus cunitas de juguete… cunitas que él también
les fabricara. Estos niños fueron felices con los juguetes pero, ahora, ya adultos,
no recordaban esos regalos y si se cruzaban al viejo en la plaza... a veces ni lo
saludaban.
Una tarde de otoño, en el
crepúsculo, en esa misma plaza, el viejo carpintero se sentó de cara a la
fuente. Como hacía frío, metió las manos en los bolsillos raídos de su
mameluco. Encontró una moneda, la última que le quedaba. La miró y miró la
fuente. Se paró y la apretó fuerte. Cerró los ojos y la lanzó. La moneda brilló fugaz
antes de hundirse con un sonido. Luego, el viejo se volvió y
retomó el camino a su casa. Iba muy despacio. Las primeras estrellas le
guiñaron con su destello y los pájaros se acurrucaron en los nidos.
De lejos, notó algo raro. Había luz en las ventanas y se escuchaba una música de acordes alegres. El viejo se detuvo. Primero se sobresaltó y luego, riendo, corrió. Había reconocido la canción. Era la misma canción que bailó la noche en que conoció a su novia; era la misma canción que cantó cada noche a sus hijos; era la canción de todos sus años felices. Entró, y fue feliz por el entero resto de su vida.
Sergio
De lejos, notó algo raro. Había luz en las ventanas y se escuchaba una música de acordes alegres. El viejo se detuvo. Primero se sobresaltó y luego, riendo, corrió. Había reconocido la canción. Era la misma canción que bailó la noche en que conoció a su novia; era la misma canción que cantó cada noche a sus hijos; era la canción de todos sus años felices. Entró, y fue feliz por el entero resto de su vida.
Sergio
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