Chabás es una localidad del sur de la provincia de Santa fe donde viví durante 20 años.
Fui feliz en Chabás, y cuando vuelvo a dar clases, a ver a mi hijo y a mi hija, a ver a mis nietos o a dar clases a sus escuelas y talleres, mi alma vibra como nunca, agradecido de poder compartir con los demás todo eso que valoro, la vida misma.
Esta vez fue la escuela 142, las seños de séptimo me invitaron a charlar sobre latitud y longitud.
Si esto lo lee alguien nuevo, que no conozca este tipo de actividades, se diría,
Che, ¿para hablar de latitud y longitud lo llaman a este? ¡Si eso lo sabe cualquiera!
Y puede que sea cierto, puede que todos los alumnos de Santa fe sepan qué es la latitud y qué la longitud... pero no todos saben toda la yapa que surge de estas charlas:
Sea que hablemos de bueyes perdidos o de los siete toros del norte: el septentrión;
sea que hablemos de longitud y latitud o de los idiomas en que fue escrita la ciencia a lo largo de su historia;
sea que divaguemos sobre los niños científicos o acerca de los pros y los contra de beber detergente;
sea que nos inmiscuyamos en la vida de Einstein o que nos horroricemos por el hecho de que una ciudad grande como Venado Tuerto pueda desaparecer en un segundo;
sea que el palique trate sobre la posición que Argentina ocupa en cada mapa o globo, o que comprobemos el absurdo y el agravio que cometió la Tierra -al seguir girando como si nada fuera- mientras exponía mis ideas.
A los 56 años puedo decir que algo he aprendido.
Sé cómo motivar a un joven hacia la ciencia.
Sé cómo robar su atención y clavarla detrás de una pregunta, de una cuestión cualquiera, muchas veces disparatada, como ejemplificar las dimensiones espaciales por medio de una cartuchera, un fajo de cartulinas y unos hilos...
En realidad, lo que he aprendido, es que no importa qué, siempre hay algo que uno quiere saber, y si ese algo es presentado como si fuera la razón de mi vida, otros querrán saber sobre ello, y me seguirán durante una hora, o dos horas, y divagarán conmigo detrás de las ideas más locas.
Locas, muchas ideas, sí, pero nunca ajenas a la ciencia, a sus pasos, a sus modos, a su raciocinio perplejo y severo, y la clase, cuando acabe (porque esta es otra: una buena clase no acaba, continúa con el joven, con el hombre que pensativo camina hasta su casa, a sus miserias y riquezas cotidianas, igual que yo), cuando acabe la clase, dije, todos aplaudirán contentos, ahítos de experiencias que los han sorprendido, que de eso se trata.
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