¡Anfractuosidades en la Luna!
Qué lindo se ve con este telescopio, don Sagi, qué detalles,
parece mentira que uno pueda disfrutar así, mirando el cielo.
“La observación del cielo cura las heridas del alma” me dijo
una vez un doctor en astronomía, al que le conté una pena.
Bueno, don Sagi, usted es tan fana que ahora me va a decir
que mirar el cielo además de lindo es bueno para la salud. Ya lo veo vendiendo
pastillas de cielo para la angustia.
No es mala idea. Durante mucho tiempo llevé esta cura
conmigo a los rincones del país. Y no sabe la gente cómo agradecía. Se hacían
unas colas bárbaras esperando para ver.
Alguna vez conoció a alguien al que no le gustara mirar.
Podría decirse, en una playa que es el paraíso, donde me
llevó un hombre muy pillo. Una tarde, ofrecía a la vera del mar ver el sol a
través de un telescopio con filtro Ha, y una turista de unos cincuenta años me
dijo: ¿mirar el sol, para qué?
¿Y usted?
Me quedé helado, sabe. Y ahora que lo pienso, a Galileo le
pasó algo parecido. Resulta que en su época los libros decían que el único
centro de giro del mundo era la Tierra, y que ningún otro astro era capaz de
tener satélites.
Vaya, la Tierra era el centro del sistema ¿y el sol?
El sol era un planeta, es decir, un vagabundo que erraba a
nuestro alrededor. También hubo un modelo intermedio muy ingenioso: los
planetas giraban alrededor del sol y el sol giraba alrededor de la Tierra.
Vaya, qué extraño, el sol siendo tan grande…
Sí, pero había una carga de dogma muy fuerte. Dogma quiere
decir creencia, algo así, y en ciencias no basta con creer. Bueno, resulta que
en aquella época los profesores de la facultad decían que solo la Tierra era
eje del resto de mundos en movimiento. Y va Galileo y mira Júpiter, y ¡qué ve!
¿Qué ve?
Las lunas de Júpiter, claro. ¿Qué iba a ver? ¿Marcianos?
Quién sabe.
No hay extraterrestres al alcance de los hombres, muchacho.
¿Por qué? ¿Cómo sabe?
Otro día le explico. Estábamos con Galileo. El hombre se
arma un telescopio y lo planta en el medio de la plaza, en Florencia, creo.
Imagínese, ni una luz eléctrica. Un cielo de locos.
Uh, don Sagi, con lo que extraña usted los desiertos.
Sí, bueno, más extraño a los amigos con que fui a los desiertos…
pero déjeme hablar que no termino más. Va Galileo y mira Júpiter y ve unas
estrellas que llama Mediceas y al cabo se da cuenta de que son satélites del
planeta. Chau, a la basura con todos los libros de ciencia. Los profesores de
la facultad no lo podían ni ver a Galileo.
Don Sagi, a Galileo ¿le dirían Gali?
¿Usted Quiere mirar o irse a su casa?
Uh, no. Cuente, cuente.
Y bueno, va Galileo y escribe un libro y los sabiondos de
entonces no le creen ni media palabra. Y Galileo les dice: Hombres necios que
acusáis, a este viejo sin razón, sin ver por este tubo, los satélites a la
sazón…
¿Por qué Galileo veía esas lunas y los sabios no, don Sagi?
Pues, porque los sabios se negaban a mirar. Decían que no,
que no podía ser, que no existían esas lunas. Pero no se atrevían a mirar.
Vaya, vaya, don Sagi.
Así fue. ¿Y? Qué ocular, eh. Hace rato que mira lo mismo,
¿le gusta esa cadena de montañas lunares?
Un lujo.
¿Sabe cómo habló de ellas Galileo?
Nop
Anfractuosidades, anfractuosidades en la Luna.
Sergio galarza
Docente
Celular: 3464 449820
Mail: sergiogalarza62@gmail.com
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