Astrónhomos
TMA uno
Los invito a viajar, a viajar con la mente, a recuperar
un saber que está en las piedras partidas y en un carbón quemado, en un trazo
sobre una pared de una cueva, en los pocos rastros que hoy escarban del suelo
los arqueólogos y los antropólogos, que son quienes estudian el pasado y el
presente del hombre como especie.
Viajemos un poco atrás, vayamos con la mente a aquella
lejana época en que caminábamos por la sabana africana, acaso por el Asia menor.
Ropa: unos cueros; herramientas: lazos, púas, filos. Las
especies animales eran nuestro sustento. La noche, nuestra casa. Les hablo de
una época en que cazábamos nuestro alimento de un modo impensado pues aún no
sembrábamos.
Recuerdo algunos libros vistos o leídos en la infancia.
En ellos, había imágenes de hombres antiguos, hombres prehistóricos cazando un
mamut gigantesco. El mamut es un antepasado de los elefantes actuales, solo que
venía con pulóver incorporado, porque parece que el clima no era el de hoy. Hacía
entonces mucho frío; la tierra era zurcida por glaciares en movimiento. En ese
ambiente umbrío o de poca luz, el punto de vista del dibujante del libro está situado
atrás y algo arriba del hombro derecho de un cazador; adelante, la bestia
peluda se debate entre varios barbudos cubiertos con pieles; el pobre bicho
levanta la trompa en lo que es un grito y parece sacudirse clavado por flechas
y lanzas.
Esa imagen tuve en mente durante años; así creí que
ellos -mis ancestros- se alimentaban. Pero esta época es muy posterior a la
consolidación de la especie homo. Podría decirse que, cuando cazábamos mamuts
ya éramos tal y como hoy somos. Algo menos crueles, tal vez.
Les pido ir más atrás, a un tiempo en el cual no había flechas, no
había lanzas y sin embargo cazábamos, sí.
¿Cómo? Corriendo.
Los primeros hombres cazaban corriendo. Elegida una
presa, se la apartaba de la manada y se la perseguía, se la corría desde atrás.
Sin violencia, sin ataques peligrosos; mansa pero constante, la carrera no
cejaba hasta que la presa se derrumbaba rendido el corazón ante el esfuerzo. Los
pueblos originarios de la gran Australia son ejemplo de lo que digo.
Ocurre que el hombre es una máquina perfecta de
correr. Así nos hicimos tal y como somos. Los tendones, los grandes pulgares y
el arco de nuestros pies; sumado esto a la capacidad de sudar en toda la
superficie de piel y a nuestra óptima ventilación, un hombre puede correr
durante horas sin colapso.
El hombre es una máquina de correr y correr fue como
cazamos durante milenios pues el resto de los animales no puede sudar como
nosotros, no puede irradiar el calor generado por el esfuerzo de la carrera y,
virtualmente, se hierve al exigirse más allá de su medida.
Ahora, concentrémonos en esto: La presa ha caído exhausta.
El cazador ha logrado su alimento. Más, se ha alejado kilómetros de su grupo.
Es imposible recordar el camino.
¿Cómo volver?
Por medio de los signos del cielo.
http://fotomundo.cl/CERRO%20EL%20PLOMO/album/slides/85.LA%20CRUZ%20DEL%20SUR%20VISTA%20DESDE%20LA%20PIRCA%20DEL%20INDIO.jpg
El cielo es un mapa preciso pues en cuestión de días
apenas cambia.
El cielo proveyó a los hombres los mapas necesarios
para ese retorno. Si usted sabe bajo qué estrellas se encuentra una noche
cualquiera, por mucho que se aleje corriendo, siempre habrá un par de lindas
luces conocidas que le marquen el camino. Así, la lectura del firmamento ayudó al antiguo
homo a volver a casa cada vez que, por procurarse la cena, su propio delivery
lo alejaba.
Para muestra
¿basta un botón?
Hay una prueba mucho más sólida y más cercana de lo
que digo. Veamos: Orientarse. Orientarse, esa es la palabra que define el hecho
de saber hacia dónde ir. Pero… oriente también define a una zona geográfica
determinada. En Europa, oriente son los países del este; en Asia, los pueblos
de Ceilán o China, India, Japón. La ruta al oriente buscaba Colón y tantos
otros. Oriente es el punto donde sale el sol y, qué curioso: orientarse es el
acto de tomar conciencia del camino.
En la antigüedad, el hombre se orientaba a raíz de la
salida del sol, es decir, del oriente.
Así, vemos que el cielo está oculto en nuestras viejas palabras y en nuestros días de hoy sin que tal vez nos demos cuenta; y está allí desde hace mucho, mucho tiempo.
Vamos a descubrirlo.
Sergio Galarza
PD: este artículo fue escrito en una versión extensa para el prólogo de un libro llamado "La Música de las esferas", hace casi un año. Hoy leo este artículo en Futuro, el suplemento científico del excelente diario Pagina 12 y doy con: "unas tablitas con muescas que medían algo".
He aquí el link a dicha nota, la cual no justifica nada pero es muy interesante:
http://sagitarioblues.blogspot.com.ar/2012/09/astronhomos.html
PD: este artículo fue escrito en una versión extensa para el prólogo de un libro llamado "La Música de las esferas", hace casi un año. Hoy leo este artículo en Futuro, el suplemento científico del excelente diario Pagina 12 y doy con: "unas tablitas con muescas que medían algo".
He aquí el link a dicha nota, la cual no justifica nada pero es muy interesante:
http://sagitarioblues.blogspot.com.ar/2012/09/astronhomos.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario