Escuela Itatí de Corrientes
Hace un año
conocí a Jorge Ambroggio. Siempre que puede organiza actividades de valor y participación en
los barrios y colegios que conoce, los cuales son muchos. Desde esa tarde en
que nos conocimos observando el sol frente al río Paraná participamos en la
jornada de Parque sur –con más de cien observadores- y en la actividad de
Parque Italia –con chicos del barrio- que reportara la creación de un taller
permanente de Física y Astronomía. Pocas veces había rendido tanto una
actividad de observación y recreo astronómico. Allí fuimos pagados en extremo.
La última
actividad organizada por él fue una charla sobre la aplicación de
la astronomía en el aula. Asistieron algo más de veinte docentes, observamos
Luna y luego charlamos una hora larga sobre las estrategias y herramientas de
esta área infinita y bella que seduce hasta al más pintado alumno punk.
Esto
fue hace un mes, en el colegio donde él trabajara toda su vida: Héroes de
Malvinas, de Villa Gobernador Gálvez.
Conocí
entonces a varias colegas y dos de ellas gestionaron tres actividades para sus colegios
respectivos. Andrea me invitó a su escuela y pronto haremos una observación en
el campo -un Campamento para Lunáticos- con un cuarto año secundario. Con
Ángela organizamos charlas y la construcción de relojes solares para alumnos de
5º a 7º grado del colegio Iratí de Corrientes, barrio Cerámica de Rosario,
Santa fe.
Iba a esa
escuela a enseñar cómo los antiguos se orientaron por medio del sol, de la
observación llana de las sombras que por él proyecta cualquier objeto. Iba a
mostrar el oriente, los demás cardinales y el modo inequívoco de caminar al
norte. Iba en mi excelente Scenic verde… y me perdí. Más de media hora giré y
giré por las calles hasta que al fin di con la hermosa escuela. Arriba, el sol
brillaba jubiloso, sin embargo. Digamos que, tanto mirarlo, me cegué.
Para ser
sincero y disculpar la torpeza, el astro no estaba muy alto, entramos en junio
y aquí es invierno; el polo sur del planeta tiende hacia
fuera, hacia el infinito, los rayos de luz y calor nos pegan sesgado en estas
latitudes. En el norte ingresan al verano. En su danza, la Tierra inclina su jofaina
boreal hacia la estrella, ergo, esta le radia de lleno y allá es estío. Esto, la inclinación del eje de giro terrestre, es lo que los
libros y los eruditos llaman la oblicuidad de la eclíptica, y tu
te las arreglas Dios sabe como para entenderla, que me ha pasado, vamos.
Al respecto, hay dónde aún dicen que el verano y el invierno se
suceden porque la órbita terrestre es una elipse… y, por tanto, ora tocamos el
perihelio, ora el afelio, dando lugar a las estaciones.
Como estoy en
el tema arranco por atrás y cuento cómo fue la charla con los 6º y 7º grados,
pues allí pregunté de una, después de mostrar con el Stellarium los muchos puntos en el
horizonte por el que sale el sol durante doce meses consecutivos:
¿Qué
cosa ocurre en el universo para que -en invierno- el sol aparezca tan tarde y
tan al norte, y quede luego tan bajo aún a mediodía, con las sombras largas,
mientras que en el verano el astro amanece tan pronto, tan al sur, que tan alto
trepe y las sombras cortas? ¿Qué cosa curiosa y física, que no mágica, propicia
que tal desquicio ocurra?
Creo que todos
aceptaron la explicación que ofrecí con el globo tuneado y la luz del
proyector.
Si escribí aceptaron es porque sé que no todos
entendieron. Hablar de la ubicación misma de la tierra en el cielo es un
pequeño problema, no solo con los niños. A más de un adulto le he pedido una
prueba de que la Tierra
gira en torno al Sol con sentido este-oeste y aún espero su respuesta.
La clase con
los grandes me había sido anunciada con cierto reparo; tal vez los docentes -por
experiencia anterior- pensaron que podría haber distracciones. Pero la
astronomía es el bálsamo de la educación. No hay joven o niño que no se
apasione con sus preguntas y cuestiones. El cielo es… creo que intimo en la
sangre todos sabemos de dónde venimos. Entonces, cuando pensamos en esa fuente,
en ese lejano origen, sonreímos y le aceptamos pues nuestros átomos vibran con
melancolía por aquella región madre, sita a eones y eones de casa. A veces miro
las estrellas y quedo suspenso… ¿Cuál la hermana, cuál la amiga que dejamos
hace cinco mil millones de años para llegar dónde hoy giramos?
Pensar que
hace ese tiempo aún era átomos o mero plasma, y que en una escala similar
volveré a serlo, es algo maravilloso, apenas creíble.
Anoche mismo,
una mamá que perdió a su niñito me dijo: Guardo
el poema que me diste con la imagen de la Luna pegado a una foto de mi Pablito, Es tan lindo
ese poema, Seres Luminosos, polvo en el cielo… Después de la emoción, le dije: Esa Luna es el Sol, es gris porque tomé la foto sin color, pero es el
Sol, Son soles los que nos han creado y los que volverán a unirnos dentro de esos
tantos años.
En definitiva,
la clase con los grandes duró una hora sin que ningún alumno interrumpiera o se
mostrara aburrido.
El colegio
Itatí de Corrientes está enclavado en el barrio cerámica, dije. Es un barrio
hermoso, transitado, ubicado en el noroeste de la ciudad que me parió. Por
supuesto, no es barrio rico, sin embargo. Casas económicas se alternan aquí y
allá.
De hecho, Ángela trabajó con Pocho Lepratti, el inmortal, el Ángel de la bicicleta, compañero de
los pobres y los dejados de Dios y la Iglesia , trabajador de la educación en los
noventa, fusilado por un agente del orden establecido.
Cuando llegué
a la escuela, después de vagar perdido, las maestras me esperaban en la vereda,
me indicaron dónde guardar el auto, me convidaron café y hubo facturas que
decliné.
La escuela es bella.
Solo de fuera se ve cerrado y eso impacta. Tiene rejillas en las ventanas pero
eso sucede aquí en Casilda y en cualquier lado, si hasta las mansiones de los
ricos las construyen como si a alguno le interesara la baratija que dentro quizá
atesoran. Ese colegio atesora niños que están formándose, qué diablos.
Dejé el auto
en la galería del colegio y vi el gimnasio alto lleno de niños, las galerías,
el mástil en medio del patio, el jolgorio de un recreo. Vino a saludarme una
maestra y la directora y ya nos fuimos al salón donde aguardaban los de 5º. Dos
cursos juntamos allí y cada niña niño se mostró educado y curioso como pocos
que haya viso antes.
Para
desquitarme, pronto empecé con la cháchara, sin imágenes ni teles, tan solo el
famoso inverso globo terráqueo -el globo tuneado-, una linterna y la panza.
Expliqué cómo parece que el sol pasa por nuestro cielo y por qué estas noches
casi no vemos a las Tres Marías, estrellas que casi todos parecen conocer.
Las profes
sacaron fotos que aún no me enviaron todas –las espero- y la charla trocó en
franco barullo cuando llegó la hora de poner manos a la obra. Cada alumno marcó
su cartulina, la dobló, la escribió y llevó así a su casa un bonito reloj de
sol que no atrasa ni adelanta, más que cuando -ahora sí- vamos hacia al afelio
o el perihelio, ya que nuestra velocidad de viaje varía, conforme nuestra
órbita se cierra o abre, tal cómo un patinador que gira sobre sí se acelera al
juntar sus brazos sobre el cuerpo, o se frena al alejarlos; pero de esto nada
dije aunque es tema apasionante.
Tocado el
recreo nos fuimos a la sala de maestros, donde me zampé un feca negro como mi
Lumbre pura, un Hokenn de glass alemán más luminoso que… no, mi nieto es mucho,
mucho más luminoso. Con mi nieto, Wien jamás hubiera deducido su ley, ya que
ese niño irradia en función de quién le observa, y en esto sigo a Heinsemberg,
al decir que la medición modifica el hecho.
En la sala de
maestros me dijo Ángela,
Esta es una
escuela de paso. A veces los maestros esperan un ofrecimiento más conveniente y se van. Somos pocas las que nos quedamos. Y no sabés cómo estos niños
necesitan afecto constante, de docentes conocidos y queridos.
Una de las maestras que se quedan estaba sentada a mi derecha,
la aburrí con una sugerencia de cómo experimentar con la eclíptica en su clase
de gimnasia. Fue lo suficiente amable como para sonreír siempre y aún mostrarse
interesada. Soy un plomo.
Ángela, pasé
una buena tarde, allí, en tu linda escuela, ojalá haya dejado algo por allí.
La astronomía
es un viaje maravilloso, sin duda, cualquiera sea el vértice del cual la mires.
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