La partícula de Dios bajo la mirada de un físico rosarino
Por Antonio Capriotti
17 oct, 2013
Hace pocos días les fue otorgado el premio Nobel de Física a Francoise Englert y a Peter Higgs al considerar sus aportes como claves para entender el Universo. Al tiempo que la revista especializada Physics World coloca a este descubrimiento como uno de los cinco hallazgos más relevantes de la física de los últimos 25 años. El Ciudadano fue a consultar a Ariel Dobry, doctor en física por la Universidad Nacional de Rosario, quien se especializa en Física Teórica de la Materia Condensada y es investigador del Conicet en el Instituto de Física de Rosario y docente en la Facultad de Ciencias Exactas, Ingeniería y Agrimensura de la UNR.
—¿Cuántas físicas hay?
—Yo diría que física hay una sola. Lo que ocurre que es una ciencia que cuenta con subdisciplinas que van desde el movimiento de un planeta hasta el comportamiento de las partículas microscópicas. Pero sus leyes fundamentales y los modos de pensar y abordar esos problemas en algún aspecto podemos decir que son únicos.
—Recuerdo que la física que nos hacían estudiar en el secundario era la de la polea. Pero tiempo después me interesó leer física cuántica; y me pareció que se trataba de dos cosas diferentes.
—La física, en los inicios del siglo XX hasta los años 30, rompe con la metodología de estudio al interesarse por el átomo. Aparece la Escuela de Copenhague con una explicación de la mecánica cuántica diferente a la física desde Newton.
—¿Ahí es donde estaba Niels Bohr?
—Sí. Él fue de alguna manera el padre de esta escuela. Lo ayudaron Born y Heisenberg…
—¿El de la incerteza?
—Exacto. Él elaboró el Principio de Incertidumbre. También aportó al Grupo Schrödinger.
—¿Schrödinger?, ¿el del experimento del gato vivo adentro de una caja cerrada?
—Sí, ése. La pregunta fue qué papel jugaba el observador. La interacción entre el observador y el fenómeno observado. El electrón en un átomo, que no se puede mirar como si miráramos la mesa. Sólo puedo hacerlo interactuar con algo, hacerlo chocar con algo, pero al chocar ya no es más el mismo que era antes.
—Además de los sesgos propios del observar, el elegir el objeto y pasarlo por sus intereses y necesidades…
—Y, sí. En algún aspecto en las discusiones contemporáneas de la física cuántica se da esta postura. De todos modos lo que se puede predecir es lo que va a dar un experimento. Y no lo que va a hacer el electrón independientemente del observador. Bohr decía: “No me pregunte dónde va a estar el electrón cuando yo no lo esté mirando, ya que ésa no es una pregunta científica”.
—Según el Talmud, “no vemos las cosas cómo son, sino cómo somos”.
—¿Cómo somos nosotros? Sí, en todo esto es probable que haya algo de eso. Algunos encuentran las fuentes de la cuántica en corrientes hinduistas de pensamiento. Hay un libro…
—¿“El tao de la física”?, de Fritjof Capra?
—Sí. Los físicos no son muy proclives a estos razonamientos. Temen dejar de ser científicos.
—¿De todos modos hay una física teórica y otra, experimental?
—Por eso, justamente, yo decía que la física es una. En el sentido que, como la biología, como la química, es una ciencia dura; es experimental. La teoría se construye basada en resultados de los experimentos y en función de ponerse en contacto con el experimento. La especulación teórica en sí misma, tiene un tope.
—¿Qué produce el gran salto hacia la cuántica?
—Fue el primer gran descubrimiento: el transistor por los años 50, que medía un par de centímetros. A partir de allí se produce una aceleradísima escalada de innovaciones tecnológicas aplicadas a lo cotidiano; además se avanza en miniaturización; hoy un chip de memoria de un milímetro cuadrado tiene millones de transistores. La base fue el primer transistor que se desarrolló al amparo de la física de los estados sólidos que encuentra su expansión en la Segunda Guerra Mundial.
—¿Necesidades de la guerra?
—(risa nerviosa) Mal que nos pese, los grandes desarrollos científicos estuvieron bastante conectados con las guerras.
—En su artículo de divulgación, “Cuando yo descubrí el Bosón de Higgs”, escrito el año pasado, usted juega con dos elementos: la simetría en la física y la Partícula de Higgs, la llamada partícula de Dios…
—Ese nombre tampoco les gusta a los físicos.
—¿Muy periodístico?
—En realidad lo sacaron de un libro, escrito por un físico, y que llevaba otro título. El editor lo convenció para que le pusiera “La partícula de Dios” porque con el nombre que había elegido su libro sería invendible.
—Volvamos a la simetría, tema que remite más a la estética que de la física…
—La simetría es, en la ciencia, el equivalente a la belleza. Keppler se enfrentó con las mediciones de la posición de Marte en distintos períodos del año, lo que ya había intentado hacer otro astrónomo, antes de la invención del telescopio, Tycho Brahe. Se buscaba qué figura describía Marte alrededor del sol. La lógica, bajo la simetría, veía un círculo, por ejemplo. Pero no, Marte en algunos momentos del año se salía del círculo y describía una elipsis. Sin embargo el ser humano sigue buscando las simetrías, la perfección, la belleza. Einstein decía que la naturaleza “no tiene por qué regirse por leyes simples y simétricas, aunque yo tenga la creencia de que es así y trabaje en función de eso”. Es una esperanza, una ilusión, una creencia.
—Es una paradoja que la ciencia se afinque en una ilusión. Usted, a su vez, le da un estatuto fundacional cuando en su trabajo sostiene que “los argumentos de simetría son a la física de partículas lo que la lucha de clases a la teoría marxista de la historia social, o la idea del inconsciente a la teoría freudiana del psicoanálisis…”.
—Es que la física de partículas se fue desarrollando desde el modelo de átomo que nosotros estudiamos en la escuela; ese que decía que estaba integrado por protones y neutrones y, dando vueltas, los electrones. A medida que se hacían experimentos aparecían nuevas partículas convirtiendo al átomo en un verdadero zoológico de partículas, imposible de catalogar. No existía una sistematización que operara como sostén a través de un principio. Marx, en las ciencias sociales, al estudiar las sociedades primitivas, encontró en la lucha de clases un principio aglutinador, el que se repetía en todas las sociedades, lo que permitía analizar al fenómeno desde esa misma hipótesis; en la física de las partículas ese lugar lo ocupó la simetría. Se dieron cuenta de que se podían construir teorías utilizando principios de simetría. A partir de ella, construyeron un edificio teórico con ciertas reglas que daban la explicación coherente a todas las partículas diseminadas en el átomo. Fue un elemento poderoso y se transformó en un trabajo colectivo entre físicos experimentales que construían aceleradores y físicos teóricos, más arriesgados, que planteaban nuevas simetrías y así llegaron a una estructura. Sin embargo la simetría no era consistente con el concepto de masa y allí aparece Higgs y predice, junto a otros físicos, que hay un campo que llena todo el universo y que permite resolver el tema de la masa de las partículas pero siempre y cuando se les pueda introducir otra partícula, la que va a ser llamada la partícula de Higgs; la que, si bien no se la podía observar, era la más pesada de todo el modelo; cincuenta años después lo premian con el Nobel. Mientras tanto Borges, en El sur, aporta con su ingenio una de sus frases monumentales: “A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos”.
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