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jueves, 14 de agosto de 2014

Al sol, Sergio

      ¡Al sol, Sergio…!

Si sigues esta columna sabes que hemos hablado de los planetas que brillan en el cielo así como de los que descubrimos por medio del telescopio, y aún de las matemáticas. Mas como lo evidente suele pasar desapercibido la última nota trató aspectos sobre Tierra y pronto hablaremos sobre Luna, su circunstancial compañera. Altero ahora todo orden aparente para hablar del Sol, eje del sistema, origen y sustento de la vida usual conocida.


El Sol es una estrella, una esfera de gas radiante, una pelota infernal de átomos enloquecidos que se impactan y se fusionan para crear nuevos átomos. Cada vez que los átomos chocan se sintetizan en elementos nuevos y se radia energía. Un elemento está formado por átomos de una misma especie o peso. Existen unos noventa y chirolas elementos naturales. El hombre ha logrado crear algunos pero es otra historia. Radiar energía quiere decir que los átomos, al transformarse, emiten ciertas vibraciones conocidas como calor, luz, radio, microondas, y otras; cuando algo de esto surge de un cuerpo, acostumbramos decir que se radia energía. Aquello que sea un átomo lo dejo para otra nota. Epicuro los imaginó pequeños, indivisibles, con ganchos de modo que puedan unirse y elucubrar un mundo de apariencias. Fascinante. Los físicos modernos avanzaron muy poco, casi nada.


De modo que si las estrellas crean átomos, las estrellas son fábricas de materia. Con lo cual es falso que la materia haya existido desde siempre. O que la haya creado Dios alguno. “Nada se crea, nada se pierde…” nos decían en el colegio y en eso tal vez no nos engañaron.


Los soles nacen a partir de nubes de átomos esparcidos en los suburbios de la galaxia. Allí la fuerza de gravedad -siempre atractiva- obliga a las nubes de gas y polvo cósmico a colapsar sobre sí mismas. Al cabo de eones y por simple y tenaz machaca, grumos de dichas nubes se calientan hasta que el alma de la materia devela su esencia. Entonces, cual un billón de Fránkestain desencadenados, las fuerzas termonucleares que laten en la nada misma hacen triunfal entrada. Ellas suceden en los núcleos de las proto estrellas y son siempre expansivas, de modo que inflan ahora la nube que por gravedad intenta colapsar. La gravedad concentra y las fuerzas termonucleares empujan hacia el borde, expanden el gas. Así, cada estrella es un latido en un pacto justo suspensa del cosmos. Algo así como un fugaz Tao, cada una de ellas.
No lo parecen, sin embargo. Dije que eran un infierno y el infierno no semeja equilibrio alguno. Pero el error de apreciación es nuestro, no de ellas.

Una estrella es una región del cosmos en la cual dos fuerzas antagónicas se hallan en equilibrio.



Una estrella es una tregua, un respiro. Por ello, cuando las miras sientes paz y sientes sosiego, porque ese equilibrio se transmite cifrado en su parpadeo, en su puntual figura que orada distancias infinitas para calentarte el cuerpo una tarde cualquiera y sientes el sol en la cara y un rubor de vida pinta tus mejillas y corres de la mano de tu madre o de tu abuela cuidadosa, y ella te canta, cada mañana, al alzarte hacia el astro: 
¡Al sol, Sergio, al sol!

Dedicado a mi abuela María Eugenia Coda Zabetta de Berraz.
Ella era maestra, educó a mi padre, a mi madre, a muchos niños de Bigand. Hasta los cuatro años viví en su casa, esta tenía una terraza que daba al este; cada mañana mi abuela me alzaba y me cantaba al mostrarme el sol. quien dice que ese recuerdo no marcara mi camino tanto como el incentivo de mi padre.



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