Los rayos de Lumbre pura
2º parte: Las ondas electromagnéticas
Las bondades
de la electricidad y del magnetismo se conocen desde hace milenios. En el
antiguo testamento reza como fabricar una batería y con ella escarmentar a puro
rayo de cólera divina a los díscolos que no quisieran comprar el cordero de sacrificio a los
usureros debidos (ver El péndulo de Foucault del Umberto Eco y El evangelio según Jesucristo, de José Saramago). Imagino a
esos proto-cristianos llenando sus bolsillos a costa de unos cuantos vatios en las
palmas de los incrédulos… Ah qué negocio. Amigo mío, el saber, si ignoras el
escrúpulo, siempre ha dado buen dinero; si por el contrario solo intentas saber
para educar a tus alumnos… bueno, tampoco se vive tan mal.
Las virtudes
del magnetismo, por supuesto, se archiconocían y aplicaban con la aguja de
marear -la brújula-, entre otros ingenios (grato e instructivo es leer el Cyrano
de Bergerac, de Ronstand, obra en la que Cyrano dice haber viajado a la Luna a bordo de una nave
metálica, la cual se elevaba al arrojar los marineros grandes imanes hacia
arriba, los cuales, al elevarse, atraían la nave. Por supuesto, estos pobres no
tenían descanso, ya que toda vez que un imán caía, había que volverlo a lanzar. En todo caso, el Cyrano es una obra imperdible que yo daría en las escuelas).
Sin arrancar
de tan atrás y olvidando las anécdotas de los rayos y las ranas, por cierto peligrosas unas y sabrosas las otras, situémonos
junto al práctico Michel Faraday. Genio si los hubo -apenas si sumar sabía-
sentó las bases para que James Maxwell desarrollara sus ecuaciones y el rumbo
de la física clásica (Newtoniana) quedara a pasos de plantarse de un golpe y descarrilar en
el camino de la timba (Cuántica).
Faraday y
otros muchachos se la pasaban jugando en unos estudios y bibliotecas a los que
llamaron laboratorios. Allí
conectaban cablecitos y pilas y medían una y mil veces qué diablos pasaba por
un galvanómetro (amperímetro especial). Dicha enjundia sirvió para idear el
concepto de campo -campo eléctrico- para explicar el modo en que cargas eléctricas eran afectadas ante el paso de corrientes por un medio conductor. El
campo –esta nueva y fabulosa entidad, mensurable aunque no visible- actuaba a
distancia -no infinita, que decrecía con un patrón conocido-, sin mediar en apariencia materia alguna como sustento del mismo (pues también actuaba en
botellas de vidrio a las cuales se les había hecho vacío). Los efectos de tal acción podían ser definido con
precisión en cada experimento. De hecho, los campos afectan a las cargas pero
las cargas generan los campos. También supo don Faraday que ese campo se
abría o extendía (propagaba) en un plano perpendicular (normal, o recto) a la dirección de la corriente eléctrica. Pronto
determinó la ambivalencia de esos campos, es decir, sus sentidos o polos
negativo y positivo, por convención.
Más o menos al
mismo tiempo, al hacer correr fluido eléctrico cerca de una brújula, por
casualidad descubrieron otros vagos que esos campos, si variaban, engendraban a
su vez campos magnéticos. No pasó ni un fin de semana inglés hasta que el hecho
contrario o "vicevérsico" fuera comprobado. Así, sobre el crepúsculo del s. XIX
teníamos muy clara una dualidad sustanciosa: campos eléctricos que engendraban campos
magnéticos y campos magnéticos que engendraban campos eléctricos.
Todo esto hizo
de la ciencia y la física un estrado maravilloso, adonde los científicos
llegaban después de cierta carrera y donde pronto podrían tenderse a disfrutar de la vida -sobre la hierba,
como quería Sócrates-, pues ya nada o casi nada quedaba por
descubrir, dijo algún escéptico.
Maxwell
tomó los libros de Faraday, les dio una buena leída, y, mientras charlaba con
su compañera, escribió unas pocas fórmulas que traducían cada esforzado
experimento en un garabato precioso que ponía número a los eventos registrados. Cada carga, cada campo, cada onda,
cuantificada en todos sus aspectos, aprehendida por la matemática de una vez y para siempre.
Lo primero que
notó Maxbueno fue que los campos magnéticos y los campos eléctricos se desplazaban a una
velocidad muy curiosa: la de la luz, que había sido medida hacía poco menos de
cincuenta años con gran precisión.
Los genios se
distinguen del resto porque, ante la ignorancia, saltan al vacío, saltan hacia adelante, como
quería Nietzsche del superhombre. Maxbueno se dijo: Man, por qué voy a suponer
que la velocidad de la luz y de las ondas eléctricas y magnéticas son una
cosa casual? ¡No, friends! Hi told himself. Si la luz y las ondas eléctricas y magnéticas comparten el valor de su velocidad, ¡es por causalidad! Exclamó, en
perfecto inglés, el escoses.
Sus amigos,
atónitos, le espetaron: ¡Maxbueno, tanto lío por una letra!
Así era, la
luz es una onda electromagnética, así como lo es la tv, la radio, el calor, los
rayos x y tantos otros aspectos de un fenómeno que, en la naturaleza, marca un
límite o una constante infranqueable, en apariencia.
La solución
aportada por Maxwell fue maravillosa por muchos aspectos. En segundo* lugar,
dijimos en nota anterior, la luz puede ser interpretada como una onda. Más,
también se dijo que las ondas tradicionales se transmiten por un medio. Por
ejemplo el sonido, el sonido no puede desplazarse allí donde no hay átomos lo
suficiente próximos como para transmitir vibraciones, tal es el medio
interestelar -por eso causan gracia esas películas del espacio dónde una nave
explota y los que se salvaron (y nosotros) escuchan el estruendo.
* (El mayor logro de la ecuaciones de Maxwell, leí, es su belleza, su simpleza conceptual. Lamentable es que no tenga las herramientas para disfrutarlas).
Sabiendo -o
intuyendo los científicos- que el medio interestelar era más o menos vacío,
¿cómo es que desplazaban las ondas de luz? Este era un verdadero problema, una
cuestión imperante en aquellos días de ensueño positivista. Encima -que ellos
no eran brutos como lo soy yo, que ignoraba estas cosas- una onda va tan rápido
como la rigidez del medio se lo permite. Así, las ondas de la luz que corren a
300.000 km/s necesitarían un medio extraordinariamente rígido por donde
avanzar. Y he aquí otro absurdo. ¿Qué pasa con los planetas, los cometas, las
estrellas, cómo es que ellos pueden desplazarse a través de semejante medio (el éter, claro) tan inusual?
Cuando Maxwell
aporta las matemáticas para comprender y prever que campos magnéticos generan campos eléctricos y estos a su vez… (entonces no se conocían las ondas de radio, descubiertas luego por Hertz) prueba que la luz -y toda onda del eem - NO necesita de ningún medio para desplazarse: Los campos SON EL MEDIO, los campos variables generándose los unos a los otros
siguiendo precisos las amplitudes de cada onda y cambiando de sentido el uno
cuando el otro lo hace.
Una enredadera de campos creciendo, marchando, invadiendo el espacio vacío, o las atmósferas de nuestros mundos felices, o el denso mar -para dar paso a la fotosíntesis, por ejemplo, hace unos 3800 ma; hay que comprender de qué modo el universo es solo una cosa con nosotros, seres que respiramos oxígeno, desecho de tal proceso físico químico-, a partir de un billar absoluto que juegan los átomos en el denso núcleo de las estrellas…
Una enredadera de campos creciendo, marchando, invadiendo el espacio vacío, o las atmósferas de nuestros mundos felices, o el denso mar -para dar paso a la fotosíntesis, por ejemplo, hace unos 3800 ma; hay que comprender de qué modo el universo es solo una cosa con nosotros, seres que respiramos oxígeno, desecho de tal proceso físico químico-, a partir de un billar absoluto que juegan los átomos en el denso núcleo de las estrellas…
El concepto espaciotiempo es posterior a Maxwell. Perdón.
Maxwell, y
aquí lo dejo pues murió muy joven, comprendió e intuyó mucho de lo que luego
vendría de la mano de Einstein, Planck, y otros genios de la botella. Por
ejemplo, planteó que nada en el universo podía desplazarse más rápido
que la onda electromagnética. Con esta afirmación, la teoría de la relatividad especial está
en germen, pero él enterró la semilla en la fertilidad de sus ecuaciones. Quién
cuidaría la planta y la vería echar hojas fue el joven revoltoso de la oficina
de patentes.
Continúa.
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