Qué es proyecto sagitario?

Cursos de Iniciación a la astronomía.

Didáctica astronómica. Talleres de Ciencia.

Charlas, cursos, campamentos, observaciones grupales.

domingo, 21 de abril de 2013

Fiebre del sábado por la noche

SPVG 2013
Sábado 13 de abril
Fiebre de Sábado por la Noche.

La luz de la mañana inundó mis ojos y enseguida el rumor del río a un metro de la ventana. El registro de esas vivencias es siempre vago pues como dijo el poeta, modorra dicernit, dificit est. Frase latina que me llevó a meditar si no será en realidad la luz de la mañana desde la cama el registro de un vago. Que las palabras tienen estas cosas, lo dejan a uno con la boca abierta.
Dormí con la ropa térmica puesta, las medias de observar, mullidas como un oso adulto, la gorra, el buzo y dos frazadas de colimba, ya que la calefacción central habíamos dejado de lado. El frío en la pieza escocía y eso que el resplandor algo ayudaría. En la cocina en cambio helaba, la llama de la hornalla desprendía su flama en pequeños cubos que, apenas salidos de los orificios, teñidos apenas en azul y rojo, iban a dar contra la pava para caer luego tac tac tac sobre la chapa enlozada del antiguo trasto. Es que ¡hasta el plasma se había congelado!
Con los dedos agarrotados me vestí y para no peinarme me calcé otra vez el gorro. Así salí a la mañana y sorprendido pude ver que, afuera, era un día precioso, caluroso aún; tanto que reingresé a descambiarme. Tal disparidad se explicó cuando advertí que la montaña y unos álamos tenían la cabaña bajo sus sombras. Así, faltaban dos buenas horas para que los mediadores de la fuerza electromagnética -los lindos y presurosos fotones que traen noticias quemantes de la fotosfera solar- interactuaran con los electrones que sostenían la casilla, merced el principio de exclusión. Cristián, ajeno a tales cuestiones que explican en un tris cualquier entuerto de heladas o canículas, quedó durmiendo por su voluntad, ya que cuando le dije: Cristián, si E= mc² y la ley de Wyen no es verso, en dos horas entibia adentro, ¿Qué hacés, vos? Y él, echando mano a fórmulas, asimismo, Pero… mirá la hora que es, Andate a la r…m/qtrm....
Me fui, ocupada la cabeza en descifrar los extraños términos de la ecuación que me regalara mí amigo. Ingresé al Hotel con Tuboro y un trípode en el baúl en franca busca de jaleo. En el loft, nomás, dí con Marce, quien chateaba con el mundo. Como la vida en mucho es un juego de espejos, le di un toque a mi Moni y me zampé contento al patio. Contra la verja de troncos del parking estaba el Luke Like olavarriense. Había puesto a secar las armas, el increíble Pozo de Assuan y el Mc Pátin, soberbio SW de 180mm de placa correctora.
Le digo a Sergio, sonriente detrás de sus Lennon, ¿Miramos el sol? me dice, ¿Tomamos unos amargos? Le digo, Si no tenés que irte a calentar el agua, Me dice, Vos me conocés, y pela el termo listo. Esperaba compañía, acota y tal vez esperaba mi compañía o así me lo hizo oír. La vida tiene muy pocos milagros y la amistad es una de ellas, acaso el más duradero, mal que le pese a las parejas que se forman por amor.

El señor Sol tuvo a bien mostrarnos un poco de todo. Hasta ahora, solo una vez me hizo quedar flojo, mediante una fotosfera zonza y la absoluta ausencia de prominencias. Bien es cierto que los convidados no eran del oficio, ni amigos, por lo cual poco sufrí. Con los niños de escuela o con los hermanos del cielo, Tuboro siempre se las arregla para sacarle a esa moneda carmesí una falla, un hoyo, algún rulo endemoniado. Ya me explayaré sobre lo que allá mostró el orondo Febo. Por ahora quedémonos con Sergio Bais y el detalle de sus maravillosos juguetes.
Los teles, ya lo sabemos, son comprados. Con unos pocos o muchos morlacos los tienes en casa, vía Correo Argentino o cualquiera de esos, salvo Fed-ex, que ni loco enviaría un tubo por ellos para que el plomo de Hank haga más astronomía que la que ya hizo en su película, con ese analema perfecto dentro de una cueva chota. ¿Saben qué no le creí nunca a ese muchacho? Que se sacara la muela con un patín, dirá Marce si es válido o no. Lo que no le creí ni le creeré nunca es que, habiéndose perdido por carnero y alcahuete de la firma a esa novia tan linda que tuvo, vaya luego a dar con otra más guapa aún, por medio de ese plántin barato que representó desde el inicio el paquete sin abrir. Eso no puede ser cierto, viejo, estaba tan buena la pintora que parece cosa de filme barato. Si hubiera sido el guionista, lo hubiera hecho morir al bueno de Tom, bien ahogado adentro de su tina la mismísima noche de lluvia en que la mala prometida -quién no se aguantó ni 10 años sin él, que tuvo que salir corriendo a buscarse un tipo- le plantara en la vereda de esas casas todas iguales que tienen los yankis de media guita.

Volvamos a los teles, los dejamos esparcidos sobre la mesa tomando sol como dios los trajo al mundo. El Pozo de Assuan (el que permite medir el mundo), por ejemplo, quien nació SW pero que por haberlo usado y modificado mi amigo, ahora es un SB; es decir: se ha vuelto algo más modesto y mucho más útil, pues la B la usamos todos y sabemos bien como pronuncia. Sí, como pronuncia los colores de la noche. Más, la W ¿Qué es? Un engendro de huellas mnémicas nórdicas, y un despilfarro, de upa, pues son dos letras en una. Es decir, una violencia se ha ejercido sobre las pobres letras indefensas. Además, la W no es una doble V, sino ¡una doble U! Y dos U, por cierto, derivan en un egoísmo; fíjense: Us.
Todo este embrollo, descubierto por un hombre simple pero atento como es un servidor, no es sino cosa de piratas y de gentes acostumbradas a tomar por fuerza lo que les falta, y a mentir, además, de puro jodidos que son, llamando a lo negro blanco y a la U, W*.
Así, el SB de 250/1200 con sus ruedas de cortina y sus péndulos agujales se ha latinoamericanizado, ha ganado en utilidad, al tiempo que alivia esfuerzos y costos a su dueño.
Sobre el Mc Pátin no voy a hablar por dos razones, a saber: poco he mirado por él; es teles de la mujer de mi amigo.




Charla va, charla viene, idem con los mates, ví cómo se guarda la montura altacimutal que Sergio fabricó para el mak. La misma cumple un sin fin de funciones, nombro tres:
A- Es una mesa
B- es un Buscatú® mejorado -algo así como la AZBais BuscaTú II
C- es una caja de transporte para el Mak 180.
 

Como pueden leer y creer hoy de mí, es una maravilla. Sergio, tienes un don, eres inteligente, voluntarioso y capaz, patentá esas cosas antes que lo haga algún buen amigo santafecino…

En eso cae Marce y pronto Carlos, del Palp. Nos presentamos y le dejé my personal card. La leyó, sagitarioblues, proyecto sagitario, bla, bla, bla, toda esa cháchara sin sentido que llevo a por allí. Ponderó y me dijo de una, ¿Cobrás? Solo el viaje si es escuela pública, expliqué y luego: Pido aportes si es privada, ya que si ellos lucran con la educación, bien pueden colaborar conmigo a través del Roger. ¿O es al revés?…Uy - dije, y quedé pensativo.
Por suerte, enseguida insistió, Si el aficionado no cobra no puede garantizar un servicio constante en la difusión. Ignoraba que desde hace cuatro años enseño por todos lados sin cobrar un centavo a casi nadie. Tal vez porque es astrónomo o porque tiene la suerte formar parte del Palp, donde trabaja con un presupuesto millonario, brega por que todos dispongamos de un estipendio. Para ilustrarnos dio un ejemplo, contó lo que han valido los equipos y herramientas, deslizó que el ejercicio del Palp ha sido de equis millones ¡¡solo el pasado año!!
Me atraganté.
Bais, tallado en otra madera, no dijo ni mu. Marce, enamorada de Luke, idem. Yo, que nunca pude acabar de educarme, busqué en el último vericueto de mi cerebro y dije con todo el tacto que fui capaz: Carlos, tu debieras de hablar con Suizos o Alemanes, no con Argentinos. Sonrió el amigo.

En eso miré el tacho. ¡Era la una! (es decir, el meridiano en toda Argentina, casi). Me disculpé y piqué en busca de Cristián. Nos fuimos a lo del Migue, a por su promesa de carne asada. Llegaremos tarde, pensé.

En casa de Migue, conoció Cristián a Liz, Martín y Anita. Migue aún no había llegado porque es hombre que cree en el poder del trabajo, gracias a dios. Si fuera un sátrapa como yo no hubiera podido invitarnos. Anita, quien me ama casi tanto como al Rodo -aunque Cristián quizá me desplace pronto- me regaló un hermoso dibujo del cielo. Por supuesto, llevamos a Tuboro ya que Liz, quien hace feliz a mi amigo queriéndole mucho y comenzando los asados cuando él no está, disfruta al mirar el sol. Así, después de los besos y las presentaciones armamos el teles y Uff, allí estaba el astro, con manchas, filamentos y prominencias por doquier, tal como lo habíamos dejado en el hotel.
Pronto llegó el Migue y tomó las riendas del futuro. Avivó el braserío, giró las exposiciones cárnicas y en menos de dos horas estábamos sentados a la mesa familiar disfrutando de la promesa. Antes de almorzar habíamos visto la terraza observatorio y, en la habitación de arriba, una literal batería de enseres más dos joyas únicas. Dos ocus Celestron LX, más gruesos y brillantes que un surubí de los que ya no pican en mi pobre río. Qué oculares, por dios, un 13 y un 8mm.
El ocho es superior, dijo el Migue.
Esta noche vemos, le digo, y al recordar el crepúsculo -y por añadidura el cielo- le pregunté qué había de cierto en esas estrellas más allá del dique; estrellas que, por la oscuridad y el ambiente, amenazaban con derrumbarse sobre cada observador, según nos mentaran ayer.
Es muy bonito allá, dijo el Migue.
Le dije, ¿Vamos esta noche? Vamos un rato al estar y luego picamos arriba, a ver cielo sin una luz (De hecho, varios observadores habían mencionado desear adentrarse en lo oscuro de Mendoza para saber de una qué cielo es ese en realidad -recuerden que en la estar, por lógica, había luces encendidas aquí y allá, de modo que la visión nocturna jamás nacía).
Dice otro, Puede ser… pero mejor subamos primero y después bajamos para cerrar en la estar.
Listo, así convenimos. Nos citamos a las nueve de la noche en la cabaña nuestra, aquella donde el frío es amable y compañero. De allí, arriba y después abajo, a cerrar en la estar.

Nos fuimos a las cinco y media de lo del Migue sin probar el café, apenas después del postre, y elegimos esta vez un comercio decente para las provisiones, libre de niños timadores y de sus abuelas Ma Baker.
Paramos en el cruce de la ruta a la 40 con el camino al Valle, por ahí cerca de la YPF. Un par de tórtolos atendía una despensa. Después de pispiar si la chica estaba o no armada, compré chorizos, pimientos, ajos, tomate natural, vino, fideos guiseros y aliños varios. Con todo eso preparé la cena muy temprano, con mucha candela pues debíamos incorporar calorías como para vadear a Chile.
Le dije a Cristián, Tengo un dicho y una costumbre muy sana. Escuchá: ¡A mí, nadie me coge con frío! Es que una vez pasé frío observando y desde entonces nunca más una noche desabrigado bajo las estrellas. Si salís a observar y dejás que te meta el chucho, estás listo. Al frío has de ganarle de mano, o te abrigás bien o te llevás un fogón, café y alcohol como hacen muchos, quienes observan en camiseta y hojotas pero, amigas, amigos, ¡qué cristales alojan sus mesas!

Antes de las 20 eché una vista por la estar. Di con un viejo amigo, el señor Borges. Mientras machacaba tabaco con una espatulilla nos refirió el secreto de la felicidad conyugal. Lo apunto para los jóvenes, para los inocentes que recién echan a volar bajo los cielos de Dios. Uno ve en sus ojos transparentes el amor por la vida, las mujeres, el futuro, incluso, sin imaginar que esos tres conceptos poco o nada tienen que ver entre sí: Non convivirum, largum amarum. Verdad vieja y amarga como mi suegra, que bien aplicada nos garantiza sonrisas y buenas noches… o la sonrisa de las buenas noches.

Como sea, en el loft del hotel ví a Daniel y al Cristián-de-los-buenos-aires, es decir, al de Olavarría. Estaban exultantes y enseguida sinceraron: ¡Fuimos a volar en parapente!
Guau, después de viejos ¡artistas! Los miré con otros ojos, por un instante se me hizo que estaba frente a integrantes de los Rolling Stones, Charlie Watts y Ronnie Wood, digamos, que tampoco la pavada. No imagino qué se sentirá, volar como un exacto pájaro en el silencio del viento, la ingravidez de una térmica, el planeo y, por sobre todo, la carrera a la nada que te deja con los pies girando sobre el infinito aire del mundo.

En fin, volaron ellos y volamos nosotros.
En la cabaña del Tío Tom me esperaba el guiso cociéndose a fuego lento, no iba a quemarlo. Ser anfitrión suele tensar a los botarates pero he hecho de amo de casa desde la infancia, cuando más de muchas veces hizo falta que cocinara una mamadera para mis hermanitos, pues mis padres no siempre estuvieron a nuestro lado.
Les cuento por gusto como resolví esta cuestión: primero hube de hervir los choris, luego los fideos, al fin frité los pimientos, ajos y demás acompañantes. Cuando todo estuvo a punto, uní los ingredientes y los dejé inmersos en el tomate sobre fuego lento para lograr la mixtura de sabores exacta.

Más vale llegar a tiempo que ser convidado, a las 20 y chirolas llegó el Migue y entró el Cristián, quien afuera fumaba para desgracia futura; mas, aunque embromamos y chupamos, entre los tres no pudimos con el álgido contenido de la olla.

A las nueve salimos en dos coches hacia el mirador del lago que el dique embalsa arriba. Llevábamos a Luz del cielo (cata de 203mm), los larguiruchos (binos Meade 9x63), chocolates, filtros, ocus y diagonales; nos faltó una reposera tan solo, que hasta frazadas hubo.
Ya en el camino –Migue guiaba en su Partner- Cristián y yo no podíamos creer el estado de la ruta. Si Mercedes tiene apenas unos pocos pozos cada metro, en la ruta al embalse el asfalto no existe y los hoyos son canaletas de un metro de ancho.
Llegamos de milagro arriba y dimos con el dique. Unas figuras pescaban pejerreyes en el bochinche barato de dos lamparitas. Avanzamos entre ellos de norte a sur, de modo que la muralla este del embalse quedaba a mi izquierda, mi mano buena. En esa parecita Marce, Camila y los demás olavarríacos se sacaron unas lindas fotos, según pude ver luego.
 

Dije a Cristián, cuando íbamos por la mitad: Mirá, por allí vinimos. Miró él y sonrió, que solo teme a las arañas. Allá abajo, con indiferencia, parpadeaban las luces de los diversos emprendimientos, ay, todos privados. Imagínense cómo viví esa vista, si un cordón se me hace cosa de temer por su altura. Por suerte fuimos de noche, no pude ver la barranca ni los despeñaderos al lago. Cuando entramos en el camino alto, cada curva cernía sobre una nada más negra que la que encierra CignusX1. La ausencia de guardarails o mojones de cemento, quienes seguro se pudrían abajo con los apurados que de allí los hubieran arrancado, nos hizo reparar en autos enteros, muy viejos, estacionados contra el vacío.
Los ponen así para que los turistas no se caigan, dijo Cristián.
A la pelota, dije, no te asustés que estoy temblando, sin poder imaginar el instante macabro en que la jarana de una vacación trasmuta en tragedia.

A medida que nuestras masas percibían una merma en la fuerza de gravedad con que el mundo tiraba de nosotros, es decir, en la medida en que ascendíamos, nos subía una fiebre que, nacida de los ojos, impregnaba el resto del cuerpo pues las estrellas, presentes desde las siete de la tarde en el cielo, eran ahora una faja de cal.
Iba con los faros en luz baja y el cielo alumbraba más.

Giraban a un lado y otro las luces rojas del Migue. Ora no, ora si. El camino vivoreaba y no sé qué hacía, yo solo miraba dónde ponía las gomas. Así anduvimos un trecho que creímos eterno en la oscuridad fuera de nuestros conos de luz. Prometimos alzar un monumento a quién tanto hizo por que allí estuviésemos:
Cuando me baje le doy un abrazo, dijo Cristián.

Al fin, vimos que la Partner se detuvo y pronto llegamos detrás. Ubiqué la Scenic, de modo que cortara el polvo de hipotéticos viajeros que subieran luego y nos bajamos todos.
Orión resplandecía en el oeste y Júpiter allí estaba, indómito como acostumbra, el muy zaino. El brazo de la vía láctea, que corre por Cruz, Carina, Pupis, Canis, se veía como una alfombra de harina sobre un piso de alquitrán y bajaba –o subía- por Centauro, Norma y ¡basta! que allí aún crecía la montaña.

No pudiendo dar crédito a lo que veíamos y después que mi compañero abrazara a don Migue, armamos a Luz del cielo.
Para arrancar, le zampamos el dieléctrico de 2 pulgares y el ocular Orión Plossl de 50mm. Toda vez que el GPS hizo lo suyo, centré en Rigel el autostar y largamos con omeguita, el tucán y la tarántula, por calentar los vidrios, nomás, que nuestras retinas ya pedían jaleo del bueno. Enseguida fuimos al oeste, para darle un toque a todos los que a dormir se iban; el pájaro de la Cuarenta y dos fue el primero, allá.
No esperen que describa mucho. La única luz ambiente era la que emitía el hidrógeno ionizado y los portentosos vientos estelares, a cientos y miles de años luz de casa. El cielo no es negro, aprendí allí, pero no por contaminación sino por polución de los infinitos soles que habitaban incluso el horizonte, no ya unos sino miles. Miles de soles a dos dedos de altura.
No había pasado media hora cuando comenzamos a percibir las sombras que casi con desdén se desprendían de las cosas para ir a tenderse lánguidas sobre la arena. 

Miramos como dije la 42 (M42) y saltamos a Unicornio para caer sobre el Cono (NGC2264), mas su gas apenas lo vimos y quizá ni eso. Subimos a la 104, la galaxia (M104), la cual entraba cómoda en el 50mm junto a la Pequeña Sagita. Distinguimos el huevo brillante fuera del halo que la corta; miramos la puerta de las estrellas y de nuevo volvimos dientes sobre AR para posarnos no sin dificultad sobre el triplete de Leo. Ocurre que, aunque Luz del cielo tiene una memoria perfecta en su autostar, gusto de ubicar los objetos a ojo de vez en vez. El triplete en el f10 entra tanto en el Meade de 28mm como en el 50, pero lógico es que en el mayor las tizas brillaran más. Mucho estuvimos con las lejanas niñas, cuya ronda quizá dé estructura a una parte de lo que creemos sea el universo.
Como con la sombrero uno se queda entusiasmado y piensa que a todas las galaxias las va a ver así de bonitas, y dado que el Migue es un enamorado de la Centaurus A, allá nos fuimos, a mano también, con el LX y sus frenos sueltos, fiuuu y ¡bingou! ¡La Hambuerguesa en el ocus! La hermosa NGC5128, la increíble galaxia que ha colisionado con al menos otra isla de soles y muestra esbelta y deformada su figura. El choque y la interacción gravitacional generan estrellas a morir en todo el halo que le corta en plano horizontal. Hay por allí en archivo una toma de 30 segundos sobre la DSI en el Pequeño Juan, desde Casilda, nomás.

Antes de abandonar el norte dimos con la preciosa nebulosa planetaria situada en Hydra, el Fantasma de Júpiter.


He aquí un excelente trabajo de Almach sobre ella. La nebulosa es notoria y se disfruta por igual a diversos aumentos. Nosotros le tiramos con el 28mm, el 18 HD con el filtro OIII y al fin con el incomparable Celestron del Migue, el 8mm. Pudimos verle al gas sus revoltijos ensortijados, la puntual estrella y, como bien apunta Agustí en el citado link, la región central simétrica y un halo de mayor dispersión y forma oval. Me impactó sobre todo su color, azulado.

En el sur tocamos cúmulos varios de Crux a Scorpio, y la nebulosa planetaria de mi familia, la Blue, a quién busqué a mano con el 50mm pero terminé hallando con el 28 y el Autostar. ¿La razón? Mi impericia y el despilfarro de estrellas. Había tantas y de tan diversa magnitud, que en el Orión se me escapaba camuflada. Cuando la centré con el sistema de encuentros y le zampé el 28mm que contrasta más que Tabaré en Puerto Madero, allí apareció el redondelito azul celeste (su color parece del mar). Le miramos largo rato, con y sin OIII. Sobre este filtro maravilloso he de decir lo siguiente: con ciertos objetos es fantástico; con otros…nada. En Carina, Orión, Tarántula, puedes morirte mirando y esas tres vistas pagan sobrado su coste de rey.

A medida que pispiábamos el cielo nos subía la fiebre, como ya dije. Las estrellas se desgranaban desde la banda galáctica hacia el horizonte del observador, sin solución de continuidad como antes se decía. Había millones de puntitos allí, a un dedo del piso. Mirando otras maravillas estábamos cuando Cristián grita, Ey, miren Sirio, y señala no arriba al oeste, sino abajo, al lago, a un sito del embalse que erige un promontorio conocido como “El submarino”, sí, porque cuando el agua sube el tipo se hunde. Bien, entre la línea visual del submarino y la orilla lejana, un fulgor hería nuestros ojos. Era Sirio reflejado en el agua. Su brillo era acojonador; tanto, que Cristián me dijo, Sacá a Tuboro, no sea que nos dañe la vista. Enseguida procedí como un auténtico turista y en lugar de mirar en silencio para grabar esa imagen imposible en las retinas, corrí a sacarle fotos. Si seré pánfilo. Una buena media hora se entretuvo allí el perro chapoteando en el lago, y nosotros sin creerlo. Cristián dijo, Nada puede ser superior a esto. Migue, hemos visto una maravilla que no olvidaremos nunca, gracias. Por siempre recordaré ese cielo.


La vida del astrónomo es muy compleja. Frío, hambre, soledad, son algunas de nuestras cuitas, cuando no el costo inalcanzable de aquellos equipos con que alcanzamos las más lindas estrellas. Tiene, además, nuestro oficio, algo de voyeurs, pues ¿quién va a tocar nunca los objetos de nuestra devoción? 
Confabula nuestro cielo, el cual heredamos de los belicosos griegos quienes narraban en él amores y lides por igual, donde eternizaron a picaflores como Zeus, quien aún pasea rodeado de sus amantes: Io, Europa, Calisto y el bello Ganímedes. Bien, en ese ámbito, para solaz y recreo de tres mortales, vimos una estrella fabulosa brillar y aplicarse cual si humana fuera, y no una diosa.

Si ya teníamos unas líneas de fiebre, las últimas vistas nos dejaron de camas o añorándolas. Por suerte, supimos controlar esa alza súbita de temperatura. Para pisar otra vez la tierra, nos cebamos unos mates y, pensativos, retomamos la visión directa de los astros, acompañados por el Cd de Rare Earth puesto a todo vapor.

A medida que alzó Scorpio vimos los cúmulos que se ordenan en el halo galáctico, los cuales no parecían tener fin; no recuerdo, no anoté cuántos vimos, eran demasiados. Por supuesto, omeguita y el tucán habían sido los primeros horas atrás, así como el lindo Saturno, a quién le dedicamos una media hora en diversos ocus, dentro de los cuales mostró más detalles de su anatomía que una Flor sobre la mesita de luz de su casa. Le vimos –a Saturno- sus franjas oscuras, sus lindas curvas, las esferas que, en ese bamboleo típico, enloquecieron a hombres como Galileo cuatro centurias atrás.



El frío no se sintió, hasta que empezó a hacerlo. Al llegar y como estábamos situados en una especie de olla (humm, me acordé de la olla a medio llenar que dejamos en la cabaña, qué bien nos hubiese venido entonces un poco de guiso calentito, esos choris…), una olla, decía, merced la cual el viento no nos daba. Tanto fue así que al desembarcar debí quitarme la campera y quedar armado con el siguiente setap: zapatones de montaña, medias cañón, calzón térmico, buzo, pantalón, otro pantalón, camiseta térmica, buzo, otro buzo, otro buzo con cordero y capuchón, gorra. Este fue mi abrigo, suficiente, hasta que la brisa, fría como la realidad, nos atizó cerca de las 3 de la mañana, aunque la hora no la deduje sino después, al final, cuando llegamos abajo, al hotel para cumplir con la estar, solo que a las 5 de la mañana cuando nadie quedaba en pié.
Esta es la verdad: mirando el cielo hasta que subió Sagitario, ni miramos la hora. Ya me había calzado la campera de nuevo, ya el Migue una frazada, ya Cristián mordía su quinto chocolate; no reparó ninguno en que el girar de la noche empujó también las manecillas de los relojes, llevando a los nautas hacia la irremediable mañana.

En Escorpio, ignoro por qué, miramos M7 y M6, en los ocus de 50 y 28. De allí subimos al preferido de Bais (NGC6441) y tocamos como por delicadeza dos niños sitos a su derecha, los NGCs6541 y 6496. De la púa subimos a una planetaria perfecta, nítida, que ya había apreciado desde mi patio. Hablo de la Hormiga, la Bug nebula, NGC6302, alargada y bífida a cada lado con su estrella central, un espectáculo incomparable en cualquiera de los ocus, también con el OIII. Antes de irnos del bicho tocamos la guitarra eléctrica o como dicen en inglés, que ese idioma es juego de niños para mí y trato siempre de enseñarle a Cristián; mirá, viejo, es fácil: ¿Cómo se dice guitarra eléctrica en inglés? Pues, ¡Electric guitar!
La tabla nos dejo pasmados por enésima vez. La Tabla seduce a neófitos y abuelos de la astronomía por igual, mas en esa maravilla de cielo que nos tocó las caras fue una de las siete maravillas… de Scorpion, pues no nos olvidamos de Antares, ni del difuso M4, entre otros, el cual se veía a simple vista.
Bajar a Sagitario, ya es bravo. Mi amigo Migue dice que no le place pues demasiadas cosas alberga. Y tiene razón. Cuando te metés con este centauro te complicás la vida. Que los cúmulos, que las nebulosas, que las estrellas, que los asterismos. Sagitario guarda infinitos objetos para la observación del aficionado, sea a ojo desnudo, en binos, teles de medio pelo o locuras como el LX o el LB, que abajo obligó a las amigas y amigos del estar a hacer cola para ver objetos como el patito (M17, la Omega nebula).
Nosotros, mediante el cata de 203mm, arrancamos por M8, la lagunita, llena de humo y luces la vimos, enseguida a la Trífida M20, la cual hizo evidente sus lóbulos y algún color forzado por la memoria de tantas buenas fotos de los amigos. Como allí todo queda cerca, miramos los dos globulares que flanquean a Alnasl o gamma sagitario, los NGCs 6528 y 6522, ambos en un campo; después vino el el choreo: M22, M28 y, al este y al norte, M17 (sin palabras), más M16, M18, M24 y M25.
Sobre la 17, qué decir, le vimos al cisne todo lo que tuviera por mostrar, con y sin OIII. En el cuello, por ejemplo, le vimos unos ribetes de rimmeñ que le quedaban preciosos.
M24 es la ventana al centro galáctico. Nos sorprendió a los tres como un deja vú, una impresión magnificada –en varias potencias de diez- de lo que causa el Alfiletero, allá en el sur, a quién asimismo habíamos destrozado con cada uno de los oculares. 

Fue por aquí que, por verlo tiritar al Migue dentro de su frazada, decidimos pegar la vuelta. Miramos el reloj y, asombrados, creímos que nadie iba a creernos abajo cuando contáramos tanto cielo. Empacamos en un tris, revisamos el piso por si las moscas y nos lanzamos abajo. El camino de regreso no fue menos peligroso que el de alzada pero el morral lleno de vistas holgado pagó los sustos.
Cuando pasamos frente a la estar comprendimos que la hora había sido mucha, o que mucha había sido la humedad, o que el cielo no les alcanzó –por estar más lejos- a contagiar la fiebre que padecimos en el mirador.

Nuestro amigo el Rodo nos envió un mail donde detalla un error de mi parte. He aquí el detalle.
Con respecto al final del relato del sábado, el segundo, te cuento que puede que hayan pasado más tarde aún por el hotel ó que no hayan mirado por el parque, por que a las 5:15 hs aún éramos una docena de personas observando y, que recuerde, con unos 6 telescopios, al menos. Además aún había músicos tocando. A esa hora comenzamos a guardar el 16” (me ayudaron a hacerlo), quien estuvo más de 7 hs a disposición de la gente, yo (posicionando objetos) fui quien menos observó por él, ja. Nos alcanzó el cielo y, eso que tengo muchas noches observando por el Cañón. 
Me alegro que lo hayan pasado bien; una lástima que no te hayas quedado con nosotros, compartiendo la noche.

Gracias, Rodolfo.

*(blanco, branco, bianco, blanc, black, comparten raíz etimológica)

2 comentarios:

  1. ¡gracias Sergio por el relato y las fotos! fue un gusto poder apreciarlo, un abrazo, Aldo K

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  2. Como el relato de ficción anterior, a este también lo guarde para releerlo cuando la nostalgia llegue.
    Un abrazo amigo.
    Hasta la vista
    Yo, el de madera, jaja

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