Usté es sabido…
II Congreso Educación y
Astronomía, Chivilcoy, 2015.
1° parte: Un Camello,
un León, un Niño
Realicé un segundo viaje a Chivilcoy, invitado por Armando
Zandanel y su grupo de colaboradores en la divulgación de las ciencias para
participar del Congreso mencionado, junto a una buena recua de astrónomos, doctores y habladores de variada cepa.
Amigos y amigas de Chaco, Gran Buenos Aires, Malargüe,
Córdoba Capital, Caba, La Plata, Santa fe, Entre Ríos y otras localidades de la
provincia, todos detrás de un concepto, cómo transmitir nuestra ciencia, cómo
invitar o entusiasmar a docentes y alumnos a echar mano a tan antiguo recurso:
la astronomía.
El congreso fue el viernes 24 y sábado 25 de abril pero arribamos
muchos el jueves, con júpiter a media asta. Para llegar desde Casilda a tan hermosa localidad, atravesé con
las últimas luces la temida ruta 51, desde Rojas a Chacabuco. Madre de Dios,
eso es una aventura en sí misma. Uno recuerda el periodo del bombardeo tardío,
no hay casi una cuadra de asfalto sin su impacto, profundo, oscuro, traicionero
si vas a más de cincuenta.
Pero como nadie muere en las vísperas, llegamos: el Scenic borra
vino, Lumbre pura, Tuboro y yo. Lumbre pura es un magnífico reflector de 200mm
f5, Tuboro es un telescopio Coronado Solarmax de 40mm f10. Su corazoncito de
ethalon te muestra siluetas del astro lindas y brillantes como la moneda homónima
peruana, solo que la experiencia de poseer las vistas es más valiosa; ver las
prominencias, los filamentos, las manchas y las fáculas, siempre emociona. Pero
no nos adelantemos.
Llegamos muchos antes de las 21 del jueves y nos fuimos
derecho hacia lo que en realidad vale en la vida: la cena. Despachamos unas riquísimas
patas de ave en un restó frente a la plaza principal y, hablando de todo un
poco, conociéndonos los nuevos, volvimos caminando al hotel. Chivilcoy es tan
linda que en pleno centro a la Cruz le ves cinco estrellas. De modo qué,
mirando pa´rriba, fue que Rafael Girola dijo: podríamos irnos a las afueras, a observar un poco, no sea que la ceniza
del volcán mañana nos enjugue la noche.
Media hora después, dos autos salían hacia el oeste, por una
avenida muy amplia y casi infinita, surcada por lomas de burro. Adelante iba
Daniel, Marcelo y otros amigos sabedores del lugar; atrás íbamos nosotros en el
Borra vino, siguiéndoles con la vista.
Hermanos, hay gente que no maneja, vuela. En dos cuadras
vimos con espanto cómo el gigio azul del chaqueño se empequeñecía tan veloz
como empequeñece un cohete Titán, lanzado hacia la misma luna. En el primer
semáforo estábamos solos, sobre la avenida sin fin, toda perspectiva y luces,
con la única esperanza de que, en algún lugar, allá adelante, nos esperaran los
correcaminos.
Pero cuando al fin dimos con la pampa, la ciudad atrás,
amplia y naranja, nadie nos esperaba. Si los que leen me conocen saben de mi
genio. Pensé:
Recórcholis… ¿qué
hicieron, dónde fueron, no vieron que no estábamos atrás, por qué no nos
esperaron?
Les buscamos durante unos buenos 15 minutos, de aquí para allá,
por todos los caminuchos oscuros de la zona. Nada, la noche se los había
tragado. Entonces nos dijimos, no pueden ser tan sonsos de haberse ido sin
esperarnos, debe de haber ocurrido algo más factible… ¡Una abducción! Eso es,
nuestros amigos habían sido capturados a través del espacio tiempo por una estirpe
superior y quién sabe sobre qué mesa de disección en Andrómeda -o acaso en
Sculptor- estuvieran ahora luchando por sus vidas, pidiendo al buen dios que
los devolviera sanos y salvos, o al menos salvos, a la querida ruta, para
observar desde la lejanía la casa de sus captores y no seguir viviendo esa
soledad, allá en la nada.
Cuando dimos por cierta esta última posibilidad, que
explicaba perfectamente que se hubieran ido así, tan rápido, tan lejos, sin
esperarnos, nos dimos por solos bajo la noche y buscamos nuestra auto
abducción: un camino oscuro, firme y ancho por el cual nos fuimos hasta que
unas pocas luces quedaron visibles atrás. Allí nos detuvimos y armamos a Lumbre
pura, a la sombra de unos ladridos de jauría.
Apeados junto al telescopio pudimos disfrutar de la Vía
Láctea, la cual brillaba bastante limpia sobre los 40° del horizonte. No ofrecía
mucho contraste, pero eran visibles a simple vista algunos recovecos de polvo. Observamos
Júpiter, Carina, la Perla, M8, M6, g scorpii y su cumulo cercano, NGC6441;
observamos también y a modo de desafío, las galaxias M104 y M83. La 83 mucho
más débil, claro, porque es más grande*,
pero pudimos advertir su barra central del modo que siempre me critica Mimoni:
imaginándola.
Volvimos pasadas las 2 en busca de un descanso, la jornada
había sido larga y mañana había que trabajar. Al llegar frente al hotel,
sorprendidos, aliviados, vimos estacionado el Peugeot de Marcelo. Luego, no
habían sido secuestrados por seres extragalácticos… o por alguna extraña razón
los habían devuelto… o luego de robarlos también ellos los habían perdido por los senderos de la noche. Como sea,
en cinco minutos estábamos todos dormidos soñando con nuestras quimeras.
El viernes comencé mi trabajo con un grupo de treinta y pico
de docentes. Debía hablarles del Sol, explicar qué tópicos de este compañero podríamos
trasladar al aula y mediante qué trucos intentar hacer la vida del educando
algo más amplia, si es que la astronomía sirve para eso. Asimismo, habiendo armado
a Tuboro, el telescopio solar munido de filtro ha, nos pusimos a observar, a
medida que charlábamos.
La mañana estaba cerrada, con un cielo sucio de ceniza, el
sol apenas mostraba su círculo bajo ese manto de tristeza. El volcán del lado
chileno había lanzado su residuo a los altos cielos y el viento, por supuesto,
traía todo ese dióxido de carbono sobre el ancho suelo argentino. Ya a través
del satélite habíamos previsto tal ventura, de modo que la apechugamos y
acometimos los presentes, chicas y chicos, la difícil empresa de adivinar, mediante
esas vistas pobres, los muchos visajes que la pálida carita del sol nos lanzaba
desde sus 150 millones de kilómetros y sus 8 minutos de tiempo.
Los volcanes y los terremotos causan estragos, y los creemos
crueles cuando nos afectan, pero sin estos fenómenos los hombres no estaríamos
acá. No me voy a explayar, pero el vulcanismo es una de las consecuencias y
medio de la deriva continental. Ellos permiten el ciclo del carbono y -aunque no
lo tengamos muy en claro- la vida es subsidiaria de ese amplio decurso geológico
(de 200 millones de años).
Seis años hace que divulgo astronomía. Por capricho o
convicción lo hago ante un niño, un adulto, un alumno, o un docente. Me entusiasma
charlar sobre ciencia, sobre historia de las ciencias, sobre su filosofía,
sobre sus méritos y fracasos. Y narrar cómo es que la astronomía pudo ser la
primera manifestación del intelecto aplicado a la transformación o conocimiento
del medio. Me resulta fundamental que el mayor número de gentes le conozca, le
desee y al fin le ame.
Para amar hay que desear. Para desear hay que conocer. Conocer
es interpretar. Interpretar es poder poner en palabras o en dibujos aquello que
se indaga.
El dibujo es una palabra que se dice con la mano y que se
escucha con los ojos.
No en vano las primeras culturas utilizaron ideogramas y jeroglifos
(jero - hieros= sagrado; glifo- glifein= escritura).
La astronomía suele ser mirada desde afuera por la gente y
esto es un error que fomentan los mismos actores de esta ciencia.
Déjenme que explique lo que creo:
Hace 35 años leí Uno y el Universo, un buen libro de un escritor
mediocre, una persona malísima: Ernesto Sábato, quién lloró de alegría el día en
que la armada y la iglesia argentina bombardearon Plaza de Mayo, asesinando a
más de 200 personas que allí caminaban o iban en bus. Dijo don Ernesto entonces:
“lloré de emoción, ví a mi patria liberada…”**. En aquél libelo, el doctor
Sábato –físico**- dice algo como:
“Todos hablan de política y de fútbol pero si alguien formula un
problema matemático todos callan con respeto, cuando en realidad debiera ser al
revés: muy pocos debieran de hablar de fútbol y de política porque para hacerlo
hay que estudiar; más, de matemáticas puede hablar cualquiera, ya que dos más
dos siempre será cuatro.
La idea es potente: siempre podemos hablar de ciencia, porque
la ciencia no admite charlatanes (como yo) ni mentirosos (como yo). La ciencia,
por su propia esencia, por su propio método se protege del avieso, del timador,
del tránsfuga.
Los que no han aprendido a hacerlo, sin embargo, son las
personas.
Muchos expositores hablan de física o ciencia a los legos y
estos no comprenden lo que aquél les dice y entonces piensan: Guaauuuu,
qué difícil es eso, qué inteligente será este expositor, porque no le entiendo
ni pio lo que dice…
Y así la física o la ciencia queda detrás de un cristal,
detrás de un cerco, dentro del absurdo y falaz círculo de los iniciados.
Los iniciados… un día debiera escribir sobre ellos… aunque ya
lo hizo Nietzsche, y mucho mejor que nadie (ver Sobre los doctos, en Así
hablaba Zaratustra).
La astronomía, amigos, amigas, fue la primera de las
ciencias; luego, es la más sencilla de todas las ciencias. No íbamos a empezar
por lo más difícil, eso es seguro.
Todos podemos saber astronomía, la astronomía nos hizo
hombres de sociedad, no le demos la espalda, no le transformemos en charlas de iniciados, en atractivos de
feria, en tonterías cultas del tipo Big-Bang Teoría, esa serie donde los que
saben son freaks. Me revienta este tipo de visiones sobre los científicos promovida
por los estados dominantes. Es como con sus salvadores: los Avengers, o sus superhéroes.
Solo los elegidos, solo los súper poderosos pueden salvar al mundo. Pamplinas. Estupidez
colectiva. Los dominantes transmiten estas ideas para que la gente común no se
anime a salvar el mundo, como Lennon pedía: no soy el único… Como hizo
Sandino, un campesino iletrado que liberó Nicaragua a partir de una ayuda que
le brindó un grupo de mujeres pobres que se acostaron con yanquis a cambio de
19 fusiles; o Castro, un barbudo que liberó Cuba; o Ho Chi Min, un hombre común
que liberó VietNam. La ciencia está plagada de tipos que le hacen avanzar sin
ser tontos como Russell Crowe en Una Mente Brillante, o como sucede en
ficción en la nueva peli sobre Allan Turing, ese genio asesinado por la Gran
Bretaña.
La ciencia es nuestra; somos hombres, hacemos ciencia; los niños
hacen ciencia cada maldito divino día… al menos hasta que ingresan al cole.
Los divulgadores de la ciencia deben abandonar un poco su
saber. Vuelvo a Nietzsche. Recuerden su parábola del Camello, el León y el
Niño: el hombre debe transformarse en camello, cargar sobre sí todo el
conocimiento posible y marchar al desierto; allí sucederá la segunda
transformación, el hombre se revelará contra todo lo que sabe y para hacerlo es
que troca en León. Una vez libre sucederá la tercera transformación: el hombre
debe ser un niño que juega y que al jugar crea sus juegos, crea sus leyes
nuevas, su saber nuevo, libre, lúdico. Por eso juego siempre que divulgo. No recuerdo
haber aprendido algo aburrido, jamás… o sí, por haberme aburrido como un queso recuerdo
a quienes no debo escuchar.
La divulgación de la astronomía debe ser y muchas veces es
divertida. Si ven las fotos de este tipo de actividades, hay gente riendo, hay
gente que comprende y que al hacerlo le brilla la mirada, sonríe, agradece, gente
que se siente satisfecha en su esencia más pura: conocer, comprender, desear
comprender y satisfacer ese deseo, al fin, comenzar a amar a esta ciencia que
nos encanta.
Continúa.
*Los objetos
astronómicos son visibles gracias a su brillo aparente, el cual se define como
Magnitud. Las galaxias son objetos en extremo tenues, lejanísimos. Su magnitud
se define por el brillo total de su silueta. Luego, siendo dos objetos de una
misma magnitud visual, el más amplio será por fuerza más débil en brillo, ya
que una misma magnitud o brillo está distribuída sobre un área mayor.
**El doctor
Sábato es admirado por las clases medias, en especial radicales antiguos. Lo es
en parte porque fue erigido por el sistema -y por su natural histrionismo, era
un trágico- como un estandarte de la libertad. Fíjense que el gobierno
de Alfonsín le dio el honor de presidir la CoNaDeP. Una vergüenza.
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