Usted es sabido…
II Congreso Educación y Astronomía, Chivilcoy, 2015.
3° Parte: Ustéd es sabido…
El sábado 24 fue el día de cierre del
II Congreso en Educación y Astronomía, Chivilcoy 2015. Charlas y talleres se
repitieron en sitios extremos de la ciudad. Rafael Girola con sus compañeros y
amiga de EnDiAs, los compañeros de La Plata, las chicas de Choiols y la gente
del OAC trabajaron en el Centro Universitario Chivilcoy; Gemini estuvo
representado por Viviana Bianchi y otros grupos aún sumaron a la propuesta,
tantos que no llegué a saber los nombres; muchos acudimos al conocido Parque
Cielos del Sur, único en el país donde cada juego es un aprendizaje sobre la
geometría del cielo, la forma de sus astros, la sucesión de sus caras y el
capricho de muchas leyes.
Luís Trumpler deleitó con su iglú, Pablo
González con su Cohetería, Armando con la explicación práctica del uso de los
juegos (calesitas, rayuelas, caminatas, toboganes, trepadores), y el telescopio
Solarmax, el mítico Tuboro que ha recorrido ya unos cuántos kilómetros, de Rada
Tilly a Purmamarca, de Olavarría a San Rafael.
La mañana tocó espléndida; el sol mostró
su cara manchada, en tres grupos; sus rulos de plasma, sus fáculas luminosas.
Muchos vecinos volvieron a darse cita para disfrutar de esas luces tan lindas.
Entre tantos, una señorita que, casi sin pesar, fue a sentarse cerca, cruzadas las
piernas, a cebarse unos mates. Mientras varias mamás y sus cachorros miraban
las prominencias, esta mujer dejaba que el sol le bañara, silenciosa y notoria.
Hola, le dije, ¿Sos docente?
No, dijo.
¿Sos alumna?
No, repitió.
¿Sos curiosa? Concluí.
Sonrió y dijo, Sí.
Te felicito entonces, y… ¿Querés
mirar el sol?
Bueno, dijo y se levantó y la mañana
fue más luminosa.
Charlamos bastante sobre el lindo
astro y sus aspectos, convidó sus mates, corrió a ver la puesta de Trumpler y,
como se van las flores con el invierno, partió.
En medio de la puesta, sucedió algo
que me pinta bien tonto. Estaba contando, no sé si sobre la temperatura de
radiación de la corona o sobre los campos magnéticos solares y su intuición
mediante los arcos filamentosos que dibuja el plasma para dar forma a las
prominencias, en esto estaba cuando se acercó un señor con su hijo. El hombre era
alto y amplio, con barba candado; me recordó a esos señores que, en ciertos
programas de cable rompen autos para fabricar una casa rodante, o casas
rodantes para fabricar autos; por alguna razón me figuró uno de esos actores
que usan cinta scotch por hectómetros, o alambre y soldadura; no sé cómo se llaman
tales engendros televisivos, hace catorce años que no tengo el gusto de ver tv.
Les hice lugar a ambos, padre y niño junto al teles, y continué con la
cháchara.
¿Está el Tano? Preguntó el niño
recién llegado (Tomás).
Lo miré, sorprendido, le dije
¿Qué Tano?
El Tano, me dijo y esperó a que le
conteste moviendo un poco la cabeza.
No sé quién es el Tano, mentí y él,
Zandanel.
No, le dije, no sé dónde está Zandanel.
Retomé mi discurso, que el plasma
esto y los arcos lo otro, que si un imán y unas limaduras…
¿Adentro está el Planetario? preguntó
entonces el padre del niño con voz mucho más estentórea.
Me callé, giré un poco porque ambos
habían quedado detrás y dije,
Sí, está, es un espectáculo
magnífico, no pueden perderse esa puesta, vayan, por favor.
El hombre me miró, no dijo nada, al
rato fue a ver el planetario. Terminé la explicación.
Sin duda, una grosería de mi parte,
imperdonable.
Otra joven andaba por allí, usaba
lentes de marco amplio, pelo corto y mirada despierta. Nos pusimos a charlar
sobre el Sol.
¿Me permiten la digresión? Si alguno
de los que me lee es joven y es soltero y no está enamorado y quiere tener
oportunidad de enamorarse y dejar de ser soltero y muy felizmente dejar de ser
joven, que se compre uno de estos teles, que se plante en una plaza y que
muestre el astro a los paseantes. Sin duda encontrará a su media naranja bajo
el sol.
Vuelvo al relato. Charlamos con la joven
despierta sobre lo que el ocular mostraba, cada detalle me gusta ejemplificar y
la chica parecía querer saberlo todo, o acaso es ella muy educada y no quiso
interrumpir mi aburrido cuento. La cosa es que pareció entender muy fácil esa
zoncera que allá ocurre con los ejemplos y metáforas, cálculos sobre su auto y diez
o doce cuentas muy cortitas. Antes de irse me dijo,
Cómo explica usted.
Sí, admití, es una suerte que tengo,
las personas me entienden.
Le conté que estaba acostumbrado a
este trabajo de feriante, a hablar aquí y allá, ante este y el otro, eruditos,
indigentes, ancianos, niños de dos años como mi nieto, quien conoce no menos de
cinco estrellas (por cierto, hoy me describió con exactitud varias galaxias de
su libro de astronomía).
Antes de despedirme de la muchacha ofrecí
asistir a charlas futuras, con amigos o conocidos, la próxima vez que viaje a
su ciudad. Y entonces, oh mundo estrecho, pequeño y amable mundo, me dijo,
Sí, voy a hablar con mi superiora, Ella
es la secretaria de turismo municipal, por allí podemos hacer algo en conjunto.
Mirá vos, le dije, He ido al Palmar,
por ejemplo, a charlar con turistas, a mostrar los cielos.
Buenísimo me dijo, Mi superiora
estaba por acá…
Aja ¿Cuál era?
Una chica que tomaba mates, estaba
allá, dijo y señaló el sitio donde estuviera sentada la levedad.
Como todo lo que comienza termina, la
función de planetario acabó y la gente, como Gepeto y Pinocho, fue devuelta al
mundo. El niño que buscaba a el Tano
estaba otra vez a mi lado. Vino, vió, se rindió, diría, si me permiten el
plagio. Extasiado miró Tomás y esto solo por la mañana. Por la tarde volvió con
un amigo, un tío, otro colega y su padre. Todos observaron a destajo. Trajeron mates
ellos de modo que fue una tarde provechosa. Con estos adultos medimos el mundo.
Siempre que voy a demostrar algo suelo hacer una pavada, una cosa cómica o
inesperada como para atraer la atención. En este caso, saqué una tiza del
bolsillo y -el piso como pizarra- calculamos la velocidad a la cual gira el
entero mundo que pisamos. Luego, para dar certezas de cómo fue medida su
anchura, jugamos con unas sombras que dos farolas cedieron con gentileza, como
no enterándose del asunto. En eso, el amigo del padre de Tomás, dijo,
Claro, ¡trigonometría! Resultó ser
que los adultos eran egresados de escuela técnica, título que ostento.
Poco antes de que Pablo González
diera inicio a su excelente taller sobre cohetería, algo me preguntó el niño,
Tomás. Le contesté sonriendo, no recuerdo ahora qué, y me dijo,
Qué vivo, usted porque es sabido…
Gracias, Tomás, gracias Chivilcoy por
tan lindos días pasados bajo el cielo.
Una vez dije, Sólo dejare de mirarle
cuando cierre mis ojos. Ojalá cumpla.
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