Dos Olivos y un par de tipos sin
trabajo.
Ficción sobre mi viaje a Chivilcoy
Viajar en busca de nuevos cielos
debe de ser uno de los mejores regalos que una vida pueda darte… pero hay uno
mayor: viajar en pos de los amigos que nos aguardan y esperan para compartir
esos mismos nuevos cielos.
Es la tercera vez que viajo a
Chivilcoy a encontrarme con su gente. Ya hay notas sobre esa ciudad en mi blog.
Chivilcoy en abril es un pañuelo que uno ama a primera vista: no tiene
edificios, casi; no contamina su cielo; posee amplias calles y más amplias
copas de árboles de oro que jalonan sus veredas; posee un parque astronómico
original y bello, inteligente, creado por su mentor, el profe Armando Zandanel;
y posee al resto de su gente, en especial sus niños y niñas, estudiantes de
tres niveles que en sendos viajes he podido conocer, escuchar, disfrutar.
Llegué el jueves 28, tarde por
complicaciones terrestres pero a tiempo a Cielos del Sur para armar el
telescopio Luz de Cielo, el fabuloso Meade LX90 de 203 morlacos de apertura. Apenas
pisé el parque me abrazó Armando, quien estaba preocupado pues debía haber
llegado yo un par de horas antes, a la inauguración formal del evento: las III
Jornadas de Astronomía y educación. Saludé enseguida a amigos y conocidos de
otros viajes, entre ellos a Alejandro Olás, de Tucumán, quién estaba montando
un temible refra SW ED de 80 milímetros sobre una preciosa LDX75. Alejandro
divulga astronomía allí donde pisa y ya compartimos, dije, dos o tres eventos
anteriores. El hombre del 9 de julio había puesto unos parlantes a los pies del
teles, de modo que tuvimos concierto mientras duró. No bien miré a mi alrededor
vi unos purretes ensortijados entre los juegos y los teles; hablé a uno de
ellos y dije:
Hey, you know me?
El pibe de marras era nada menos
que Santino, un pequeño gran astrónomo local que no se aleja de su origen más
de 12 vueltas sobre su estrella. Santino me dijo, sí, Sergio. Es que a Santino
y su hermano, así como a un fiel amigo, los conocí el año pasado, cuando les
dejé usar mi increíble Newton de 200 morlacos de bocaza, el imprescindible
Lumbre Pura, teles famoso si lo hay bajo los cielos de Dios.
Par de advenedizos, dije, vengan
conmigo y ayúdenme. Y partimos hacia Quéchatitache, mi Kagoo 16 valves, para
bajar el mencionado catadióptrico (Luz del cielo, el Meade azul descrito
arriba, de 203mm y f10).
Armamos entre los tres (los niños
y yo) el fabuloso Advanced Coma Free y le zampamos un ocus de morondanga, el
plossl que trae de fábrica, un 26mm que, a la focal nativa, arroja sus interesantes
70 y chirolas de aumentos. Tomamos GPS y apunté a Sirio, pa´ que no escape sin
una vista, el pichico. Las luces impedían el disfrute sincera de tamaño astro,
pero peor es mirar crecer las flores desde abajo, como dijo alguien por allí.
Después de Sirio intenté ver la
nube de Orión, y la mostré a los que allí había, Vanesa y Mónica de la Plata,
los chicos, Felix y alguno más, pero el oeste estaba perdido, el Parque Cielos
del Sur está en las afueras, sí, pero dentro del ejido. Por ello levanté a mi
muchacho y lo puse de nariz al Dios, a Zeus, es decir, a Júpiter, quien por
allí andaba, macilento, majestuoso, muy brillante como acostumbra. Júpiter es
la antítesis de esa línea de Góngora: sombras
suele vestir. Júpiter, si algo desconoce, son las sombras. ¡Cristo, cómo brilla
ese marrano! Le metimos ojo con avidez y vimos sus cuatro lunas mediceas, las
descubiertas por el pobre Galileo, a quién casi despluman por hacerse el sota
con los reyes… de la iglesia.
En fin, júpiter dio que hablar en
Luz del Cielo y es que este teles, el segundo en poderío dentro de mi escudería,
sigue pagando a placé como el mejor. Tener un LX90 es algo grande, un lujo que
también quiso el Roger que tuviera (el Roger es mi proveedor). Los chicos le
dieron vueltas y cuando nos quisimos acordar, puf, teníamos que irnos, había
que guardar todo e ir a cenar. Estas cosas suceden, a veces los organizadores caen,
como ciertos gemelos astronautas, presos del tiempo.
En Oliva (un br concheto en pleno
centro de Chivilcoy) conocí a Sebastián Musso, a Diego Bagú y a Andrea Sánchez
Saldías. Los saludé y como andaban con hambre solo me dijeron, hum. Me fui para
la otra punta de tan bella figura, el rectángulo de la mesa colectiva, y me
senté al lado de Félix y de Daniel Della Valle, enfrente de Alejandro Olás y de
Claudio Martinez, a dos sillas de Armando, a quién empecé a celar con énfasis
pues le acababan de poner en la mano un deleitoso malbec, en una copa alta como
los pilares de la creación. La comida
que sirve el cheff es excelente, y sin embargo le hice honor a unas milanas con
papas porque me tentó lo sátrapa de la fritanga. Por supuesto, una fritura no
es una comida. Para bajar el mal paso tomé una copa del vinito que compartían
Armando y Daniel -y no repetí aleccionado por algo que contaré enseguida- y
terminé el plato con agua pues a las 8,30 del viernes debía estar en el colegio
Nacional. De la noche solo resta una cosa: uno de los varones pidió cerveza y
una de las jóvenes pidió compartirla. Es natural que las damas deseen compartir
la cerveza pues más de un vaso es raro que toleren, mientras que los viejos
recién titubeamos ante el fondo del segundo porrón. Pero hete aquí que el
hombre de marras dijo:
Una sola cosa no comparto y es
la cerveza, si querés una, pedila, que yo me tomo la mía…
Atónito quedé ante esta amable
respuesta, dada por un desinteresado divulgador del cielo, hombre asiduo a las
noches… estrelladas, sin duda. Le reconvine ipso facto, como es costumbre,
granjearme enemigos enseguida:
Señor, le dije, me extraña de
usted, que es capaz de compartir las estrellas de la noche y no una Stella… Todo
quedó en risas y el tipo bebiéndose su espumosa y fría soledad.
A las ocho de la mañana me
apersoné en el cole nacional, me esperaban dos alumnos destacados de Félix,
quienes me ayudaron en lo que pudieron. Lo aquí sucedido me llevó a plantear a
los pibes un viejo dilema: ¿Si el hombre educado es artífice de su destino,
porqué la validez de las leyes de Murphy? Aunque llegué media hora antes al
lugar de la charla, con mi proyector, mi pc, mi telescopio y mi persona, con respeto
absoluto hacia los oyentes de la futura actividad, ¿por qué tuvieron que suscitarse
complicaciones?
En fin, después de idas y vueltas armamos el circo en un salón
de 6to grado y brindamos una charla sobre los conceptos meridiana, cardinales,
coordenadas celestes, estaciones, cielo nocturno, y algunos tópicos más,
salpicados nomás, lo suficiente como para no aburrir a pibes de 12 años y
dejarles algún concepto o idea nueva, o más clara en lo posible. Dos de estos
chicos vinieron luego a las observaciones y se presentaron ante el teles, el
sábado. Entonces les es dije, ¿Yo les di la charla?, No sé, dijeron ambos, e
intervino la madre de uno de ellos, ¿Cuál es su nombre?, dijo, y yo, Sergio,
Sí, dijo ella, Usted fue, ellos decían Sergio esto, Sergio lo otro; allí uno de
los pibes cuchareó, Yo fui el que te preguntó por las estrellas y su muerte…
pero esto ocurrió el sábado y todavía falta mucho decir del viernes.
La charla en el nacional terminó
muy bien, con muchas preguntas de varios niños y niñas que me rodearon cuando
los demás salieron al recreo. La preocupación de los infantes en el devenir del
Cosmos es sincera, absoluta, imperativa. Todos quieren saber por qué la luna a
veces se ve roja, por qué los soles nacen y mueren, por qué las estaciones, por
qué las sondas a los planetas y la vida extraterrestre, en fin, cuánto más
pequeño es un niño menos tiempo ha pasado con sus maestros… de modo que más
saben, más se preguntan. El sistema educativo argentino -y ya me extenderé en
esto- adolece falencias: la principal es la apatía en la que flota mucho de su
plantel. Por supuesto que hay excepciones y en este viaje todas las maestras
que me tocaron en suerte participaron de las charlas, hicieron preguntas y
respondieron cuestiones de variada dificultad, pero el común ha perdido o nunca
tuvo compromiso pedagógico, no le interesa nada que no tenga que ver con su salario
y su hoja de planificación diaria, y, ¡ay con esas hojas! ¿Cómo puede un
pedagogo sostener que ese es el modo de educar? Los grandes educadores, los verdaderos
maestros creen en su aura y la aprovechan para contagiar la alegría y la avidez
por el saber… y la corto acá, ya retomaré, por desgracia.
*(No quiero cerrar sin hacer
mención a Simón Rodríguez, maestro de Bolívar, ministro de educación de su
país, quién decía que los maestros debían ser elegidos solo por su capacidad de
entusiasmar al niños, solo por su capacidad de preguntar, y ya bien aclaraba
que estos eran bien pocos, entonces y ahora… pero ¿qué profesorado enseña la
didáctica de Rodríguez?)
Del nacional, ya medio enfermo -porque
afuera el frío era atroz y adentro del salón hervían las estufas
(conveccionaban resulta algo rebuscado, verdad)-, me fui para el colegio 33. El
nacional es un edificio de la puta madre, con salones altos como la arrogancia
de un médico devenido sojero en un pueblito perdido de La Pampa. La escuela
José León Suaréz de Chivilcoy, por el contrario, es una escuela hermosa,
pequeña, con techos bajos, sin luz cuando llegué porque un colega estaba
trenzado con sus cables, y el salón albergaba 30 sabandijas de variado calibre.
Apenas entré, después de ser muy amablemente recibido por la directora, atenta
al extremo, saludé a Celeste, la docente de lengua, y le di un beso. Uno de
adelante soltó,
Jua jua, el grandote te tapa,
seño.
A ver si ustedes que leen
pueden hacerse una composición de lugar. El cielo, nublado; la luz cortada… ¿qué
recurso le queda a un servidor?
La pizarra, claro; pero, dar una
charla de astronomía hoy, en pleno retroceso Argentino, sin imágenes ni videos,
con la garganta a la miseria, ¿con una simple pizarra, y con unos párvulos de
temer? Uf, como Dilma, me dije, ¡aguantaré hasta el final!
Pedí unas tizas de colores y un
vaso de algo caliente, Celeste me trajo al instante las calizas y dos minutos
tardó en arrimarme un mate cocido humeante y unas rodajas de pan. Gracias,
Celeste, gracias por tu escuela, tus chicos, tu dire, tu colega y tu mate
cocido. Eso es valorar al recién llegado, al que viene no saben ellos a qué, ni
con qué morrales. En el famoso Nacional me recibió la vice, amable, elegante,
me dijo, Profesor…, le dije, no soy profesor, soy aficionado, sonrió incómoda,
me dijo, qué bien, le dije, soy aficionado, sí, pero soy un viejo
aficionado. Claro, claro, dijo ella, sonriendo, y sus obligaciones me la privaron.
En la León Suárez comencé
preguntando qué constelación conocían, las tres marías, dijeron muchos, casi
todos, entonces las dibujé en azul, orientadas como corresponde, y luego les
indiqué cómo harían esa misma noche para ver la estrella más brillantes del
cielo, mirando desde casa, la gran Sirio, el perro. Enseguida me puse a hablar
de Egipto, país que todos conocían porque habían visto la peli Moisés, de modo
que ya mezclé astronomía con los cultos a la tierra, la importancia que la
astronomía tuvo al momento de sembrar, de esperar las crecidas y las
inundaciones, y acá ya había dibujado en el pizarrón el horizonte que un faraón
ve desde su tierra, una línea serrada por las pirámides, claro, de modo que ya
los tenía a todos en el bolsillo.
Enseguida les hablé de ese hombre
que fue Eratóstenes y la más simple de sus proezas, medir la Tierra. Por supuesto,
pedí una hoja de carpeta. El niño que antes me había gastado fue el primero en
ofrecerla, aunque muchas hojas me fueron alcanzadas. Después saqué de mi
bolsillo unos alfileres con cabeza de color que siempre llevo conmigo, por lo
que puta pudiere, decía mi padre, y entonces, les dije, Había en Egipto un tipo
que no hacía nada, era un filósofo, todo el día tomando mate, se la pasaba, e invitaba
a su casa a otro filósofo como él (acá estaría bueno hacer un estudio
comparativo sobre lo que las diversas sociedades catalogan como vagos),
los dos filósofos, les dije a los niños, se juntaban a la sombra de
un olivo a tomar mate, hace 2000 años, y, como estaban al cuete, un día
midieron el largo de la sombra del olivo. Como la verdadera amistad exige mutua
entrega, el filósofo amigo, un año después de esa fecha, invitó a Eratóstenes a
tomar unos mates a su ciudad, distante de la anterior. Allí acudió Eratóstenes,
dije, en camello, y tomaron unos mates increíbles, y en un momento de su intenso
hacer dijeron, ¡Pero!, ¡caracho!, este olivo da una sombra distinta del mío. Y así
fue como midieron la Tierra, estos tipos, con el pretexto de juntarse a matear.
Mostré al sol de la ventana la
hoja de papel arrancada de la carpeta, con sendos alfileres. Dejé la hoja plana
y vieron todos los niños cómo ambas sombras eran idénticas. Curvé luego la
hoja, como me lo enseñara el inmortal Carl Sagan, y vieron todos los niños cómo
las sombras de sendos olivos proyectadas por un mismo sol un mismo día son
diversas si la superficie del pobre planeta que pisamos es curva, es decir, una
esfera en lugar de un plano.
Cuando todo iba de lo mejor sonó
la campana y enseguida se iluminó el aula con ese fulgor de tubo. La luz había
vuelto. De modo que los niños al recreo y yo a armar el proyector en un estar.
Proyectamos contra una puerta corrediza y recibimos antes de empezar a los
niños y niñas del otro sexto. Entre todos nos repantigamos en el piso y miramos
imágenes de stellarium y fotos maravillosas de los astros ocultos en lo más
negro del cielo. Vi a la dire hacer una seña a sus docentes, del tipo: ¡Mirá
vos todos estos pibes acá, tan callados! A las doce tocó el final y vuelta los
más curiosos a preguntar y preguntar. A todos invité para la tarde en el parque
y despedido con gratitud me fui muy contento para Olivo, a almorzar el viernes.
Continuará.
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