Qué es proyecto sagitario?

Cursos de Iniciación a la astronomía.

Didáctica astronómica. Talleres de Ciencia.

Charlas, cursos, campamentos, observaciones grupales.

miércoles, 31 de mayo de 2017

El Náufrago

El Náufrago.


Supongamos la siguiente situación:

Una persona se halla sola, en un lugar indeterminado.

No sabe dónde está, no sabe qué día es, no dispone de relojes ni calendarios.
Tiene a su alcance una moderada fuente de recursos, digamos peces, leña, frutos, agua para beber.

No está apurado de vida o muerte pero debe comunicar dónde se halla para que puedan rescatarlo.

Y, por suerte, hay a su alcance un modo de hacerlo, hay un canal abierto para comunicar su posición para que vengan a rescatarlo de su soledad, de su extravío.
Pero, -ay, siempre los peros- solo puede usar ese canal o medio de comunicación una sola vez. 


Es decir, debe comunicarse y en un solo mensaje –por medio de esa sola llamada, digamos- tiene que transmitir datos suficientes como para que los rescatistas sepan dónde ir a por él.

Por supuesto, no está en la base de ningún volcán activo, o en una isla paradisíaca con infraestructura, o en un atolón claro de reconocer desde el espacio. Se halla en un punto sobre la Tierra, aislado de cualquier otro ser, y debe, si o si, transmitir su posición a otra persona, es decir, debe dar una idea somera de dónde está.

¿Puede hacerlo?

¿Puede esa persona transmitir su posición al cabo de determinados esfuerzos o ingenios?

¿O perecerá solo cuando llegue a viejo o se enferme de algo sencillo pero fatal sin medicamentos, o se le acaben por fin los recursos?




Si este desafío te interesa, no te pierdas la próxima clase taller de Astronomía en Bigand, este jueves, desde las 20,15 horas.

martes, 30 de mayo de 2017

Ojo con el telescopio en Luis Palacio


Ojo con el telescopio en Luis Palacio

Increíble jornada vivimos en Luis palacio, con la asistencia de niños, adolescentes y adultos a la charla sobre astronomía y observación nocturna posterior.














Actividad divulgativa en Rufino


Actividad divulgativa en Rufino

 En el marco del plan de divulgación de las ciencias y de la astronomía, Ojo con el telescopio, ayer estuvimos en la ciudad de Rufino.
Fue un éxito flagrante, más de sesenta personas de toda edad, observaron el cielo, preguntaron, contaron su saber, charlamos entre todos.
Gracias, Gobierno de Santa fe.









sábado, 20 de mayo de 2017

¡No me hablen del átomo, esta es una clase de física!

¡No me hablen del átomo, 
esta es una clase de física!



Por increíble que les parezca, escuché esta arenga desde la puerta entreabierta de una clase en un colegio secundario. El docente, sin solución de continuidad -como decía mi abuela María-, y como para explicar su postura, acotó:

“Al átomo lo tratan en físico-química; esto es clase de física; acá hablamos de velocidades, de tiempos, de espacios…”

No estaba fisgoneando cuando escuché tamaño dislate del orador. Había acudido a ofrecer una clase de astronomía y me dirigía en busca del director por un pasillo central cuando escuché el título de esta nota. Se imaginarán ustedes, pacientes y queridas lectoras / lectores de estos temas de… ¿astronomía, física, acaso físico-química? el modo en que me detuve, patitieso. Hubiera querido ver la expresión de mi cara, casi tanto como la cara de un buen amigo que me socorriera, entonces. No hubo tal a mi lado. Sólo, debí capear el momento. Pero helado estaba y allí me quedé, sin poder mover un pie. Solo mi cabeza, vuelta hacia la abertura que cedía la puerta, me permitió ver el interior del salón.

Si pude ver al docente lo olvidé, como se olvidan los malos momentos cuando somos felices. Recuerdo, sí, a los y las jóvenes sentadas al azar –o bajo el secreto orden de los clanes, que solo podría conocer si fuera parte de ellos. Ninguno miraba al frente, hacia el maestro. Todos se aplicaban a algo: leían, unos; escribían, otros; muchos escuchaban radio a través de sus celulares con audífonos; charlaban entre sí los menos.

Pensé, dios mío, cuánto quisiera que me preguntaran más por el átomo, esa ambivalencia inventada por los griegos a base de simples deducciones lógicas (acaso la mejor defensa en favor de los átomos se encuentra en el cuento el Libro de Arena, de Borges, donde se especula y teme dar a las llamas a un libro de infinitas hojas –es decir, de continua materia (las hojas) siempre divisibles en una parte más- ¡cuyo arder bien podría incinerar al mundo!); los átomos, decía, despreciados y erradicados del pensar antiguo por tipos de la calaña de Platón, quien mandó quemar cuanto libro se hallara de Demócrito; los átomos, digo, creados en el siglo IV AC y despreciados por Aristóteles, el “Filósofo”, como lo llamaban, quien asentó por un milenio esa tontería de los cuatro elementos, más el empíreo y la materia sutil, el éter, que bien duró hasta entrados los años 20 del siglo pasado.

Pensé, cuánto me gusta hablar sobre el átomo, sobre los diversos conceptos que le dieron consistencia, sobre los genios que pudieron acotarlo; sobre aquellos que le dieron forma, peso, densidad, carga y varias propiedades más, las cuales ignoro. Y los otros genios, los que, por avanzar, retrocedieron, y nos dieron otra vez un mundo sin partículas ni certezas, sino poblado de ondas y azar.

¿Será parte de mi estupidez que me atraen las aulas aitas de gentes, ávidas por saber, como compruebo cada vez que puedo, cuando comparto una charla o taller -gratuito y abierto- en cualquier lado?

¿Será mi estolidez la que me hace amar cada pregunta como una oportunidad invaluable de hablar sobre ciencia, saberes, filosofías, conceptos, posibilidades?

Sé que hay en mí una impaciencia que nace en mi creencia acerca de que me esfuerzo en hacer bien las cosas, que trato de atraer gentes hacia las ciencias, en especial hacia la astronomía –y no es así, son infinitos mis errores.

Si envidio a los colegas docentes y a los estudiados profesionales es porque están allí, viven entre las paredes de un colegio, entre esas mentes sanas, jóvenes, capaces de comprenderlo todo, en especial aquello que a mí se me escapa.

En Santa fe la escuela va bastante bien, creo. Modifica sus taras y lastres de a poco. Pero persisten docentes como este, capaces de hacer que un alumno acalle sus urgencias, sus curiosidades, su intelectualidad acerca del mundo.

Por último, espero poder encontrar al Sarmiento de marras y recordarle que, antes que nada -antes que nada y desde los libros de Epicuro-, bien sabemos que, si algo posee un átomo, es movimiento, espacio y tiempo.

El Carpintero

         El carpintero

En un pueblito del valle vivía un carpintero. En su vejez quedó solo y los días se le hacían eternos. De joven fabricó las camas de los novios, las mesas de las familias y los juguetes de los niños. Trompos multicolores, barquitos a vela, muñecos que abrían y cerraban los ojos cuando los alzaban o los acostaban en sus cunitas de juguete… cunitas que él también les fabricara. Estos niños fueron felices con los juguetes pero, ahora, ya adultos, no recordaban esos regalos y si se cruzaban al viejo en la plaza... a veces ni lo saludaban.

Una tarde de otoño, en el crepúsculo, en esa misma plaza, el viejo carpintero se sentó de cara a la fuente. Como hacía frío, metió las manos en los bolsillos raídos de su mameluco. Encontró una moneda, la última que le quedaba. La miró y miró la fuente. Se paró y la apretó fuerte. Cerró los ojos y la lanzó. La moneda brilló fugaz antes de hundirse con un sonido. Luego, el viejo se volvió y retomó el camino a su casa. Iba muy despacio. Las primeras estrellas le guiñaron con su destello y los pájaros se acurrucaron en los nidos. 

De lejos, notó algo raro. Había luz en las ventanas y se escuchaba una música de acordes alegres. El viejo se detuvo. Primero se sobresaltó y luego, riendo, corrió. Había reconocido la canción. Era la misma canción que bailó la noche en que conoció a su novia; era la misma canción que cantó cada noche a sus hijos; era la canción de todos sus años felices. Entró, y fue feliz por el entero resto de su vida.

Sergio

miércoles, 17 de mayo de 2017

Talleres de Astronomía en Colegios y Profesorado de Venado Tuerto.

Talleres de Astronomía en Colegios y Profesorado de Venado Tuerto

En Venado Tuerto tuve una de las actividades más fructíferas de mi vida como aficionado a la astronomía.
Gracias a dos Gracielas (toda la suerte del mundo para la primera de ellas, que pasa días de angustia, ojalá su cuerpo y su alma sean fuertes ahora como nunca; la segunda hizo lo suyo sin duda: organizó el evento para 3 colegios, no dejó nada al azar, su mano fue precisa e invaluable, gracias), gracias a ambas, decía, charlamos con alumnos de dos colegios sobre el Sol, su aspecto, su naturaleza; los razonamientos que nos han permitido saberlo; los relojes de sol, la gravedad, los antiguos astrónomos, las grandes doctoras en astronomía Argentinas... y luego observamos el astro por medio de tres telescopios provistos con los filtros acordes: dos Baader y un Ha. Esto de 10 a 12 horas.



Por la tarde, a las 1430 horas, compartimos con un segundo año, una actividad sobre geometría y astronomía, en especial triángulos, su esencia y magia intrínseca (trigonometría, bah). 
Así Medimos la distancia a los cielos, contamos historias de zigurats, hablamos de escritores amantes de compadritos, leímos un cuento, inventamos otros. 
Hint, Borges, Eratóstenes, Aristarco, Pitágoras... no dejamos a ninguno afuera. Por supuesto, repetimos las observaciones solares.




Pero a las 1830 horas nos encontramos con varios cursos del profesorado. Charlamos sobre la docencia y de la astronomía como recurso disparador y guía en el aula. Hicimos incapié en el señor Galileo y su revolucionario hacer, sobre las esferas y las estrellas mediceas, sobre coordenadas, cardinales, meridianos, sistemas solares, y varios temas más, que a la hora de hablar no hay corte. Cerramos esta actividad con una observación sobre Júpiter, Crux, Omega centauri, Sirio, Rigel kent, etc. etc.










domingo, 7 de mayo de 2017

El peón ausente.

El peón ausente.

Soy el portero más viejo del colegio.

No siempre hago lo que debiera. Me canso muy rápido, últimamente. Dejo a los jóvenes las tareas más duras, como baldear los pisos o acomodar los bancos para los actos y las reuniones. Me encargo de la cocina, hago mandados durante los que camino despacio y me ocupo bastante de la biblioteca. Siempre que puedo me escapo, a guardar los libros, a ordenar las sillas, a repasar los muebles. El director dice que lo único que brilla en esta escuela es esta estancia… y mi ausencia en el resto de la escuela.

Si mi vida hubiera sido distinta, hubiera querido estudiar, ser maestro o profesor. Poder leer y disfrutar tranquilo de todos estos libros. Casi no hay tema que no me interese. A veces escucho a una profe dar su clase y me digo, Uy, cómo me hubiera gustado ser profe de geografía… otras veces digo, Uy, cómo me gusta la filosofía… Pero de todos estos libros que leo, me quedo con los de ajedrez. No sé qué tiene el ajedrez pero siempre me gustó. Lo raro es que aunque me entusiasmara nunca lo haya jugado. Apenas si aprendí los movimientos, los lances que figuran en esos manuales de Capablanca, Panov y Grau.

Antes, hace unos años, en el colegio se hacían torneos. Los chicos participaban de unos encuentros en los cuales varones y mujeres batallaban por trofeos de plástico que parecían importantes. Las horas de clase que habrán dejado de lado por comerse unas piezas…

Siempre vi con envidia que los muchachos jugaran con las chicas con soltura. En mis años mozos, varones y mujeres no teníamos mayor trato. Cuando uno se acercaba a una chica era porque esta le gustaba y eso hacía cada situación un poco difícil… Esto me trae a la memoria lo que dijo un chico una noche en que perdió con una jovencita: Perdí por ser atento con una mujer… dijo. Qué ocurrencia.

Esos torneos surgieron como propuesta del centro de estudiantes. Cuando volvió la democracia muchos pibes –y grandes- creyeron que esta sería para siempre. Se hacían congresos y charlas y creían que había que recuperar y mantener la memoria. El Nunca Más. Pero la historia es un círculo, el décimo círculo del infierno, eso es la historia.

Los torneos de ajedrez eran fabulosos. Daba gusto verlos callados de una vez por todas, concentrados en la suerte de esas maderitas negras y marrones que de tanto en tanto se movían un cuadro o poco más. Pero una noche pasó lo que pasó. Y todo terminó.

Hoy nadie juega.

A veces, cuando ya todos se han ido del colegio, por recordar esos encuentros armo los tableros sobre las mesas y acomodo las piezas que quedan en sus lugares. Miro las sillas vacías, las piezas quietas, las casillas que denotan las ausencias de un peón o una torre…

Si se inventara la máquina de Morel habría que filmar los torneos. Eternamente veríamos a Kasparov barrer a sus contrincantes. Eternamente veríamos a nuestros chicos y chicas reír y jugar sus partidas, apartarse con un mohín el pelo largo de la cara, morder un chicle, sorber un mate, anunciar con algarabía su fugaz triunfo.

Los tableros quedan armados en la oscuridad y cuando vienen los porteros de la mañana tienen que guardarlos antes de las ocho. Sé que reniegan por eso pero no me importa, mi edad me aparta de muchos dolores. Cuando uno envejece se aleja de las cosas y al mirar atrás solo repara en lo que de verdad pesa. Es como cuando se evalúa una posición, lo vemos todo pero solo reparamos en lo que creemos importante: una diagonal, una pieza centralizada, un peón desaparecido.

Sergio Galarza

Docente.